Full text: La granja del desierto

  
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to la sacamos á tierra. Entonces Cudjo la cogió 
volviéndola sencillamente sobre su dorso y patas 
arriba. Estos animales son muy ávidos de todo 
lo que encuentran en el agua y les parece ex- 
traño. 
»En algunos minutos, cada uno de nosotros 
cogió muchos peces de buen tamaño. Continuá- 
bamos observando en silencio nuestros sedales, 
cuando nos llamaron la atencion los movimien. 
tos de un animal en la otra orilla del riachuelo á 
unos cien pasos de nosotros. Todos lo conocía: 
mos, y Enrique murmuró al verle: 
—>¡Mirad, papá! ¡mamá.!... un racon. 
»No era posible equivocarse: su ancho lomo 
OSCUro, su cara, su hocico de zorra, su larga y ve- 
lluda cola, las rayas alternativamente negras y 
blancas de su piel mezclada de amarillo nos le 
_ hicieron conocer demasiado. Distinguiíamos sus 
patas cortas y récias, sus orejas derechas, así como 
las manchas blancas y negras de su cara. 
»A la vista del racon, los ojos de Cudjo brillaron 
de alegría. No hay caza que divierta mas que aque- 
lla á los negros de los Estados-Unidos. Es el prin- 
cipal entretenimiento de los pobres esclavos, du- 
rante las hermosas noches en que brilla la luna 
en los Estados del sur. Se comen la carne del 
racon, aunque no es tan estimada como la del 
gamo. Los ojos de Cudjo se animaron, pues, á la 
vista de aquella presa que despertaba en él tan- 
tos recuerdos. 
»El racon no nos habia apercibido, pues de 
otro modo hubiera puesto mayor distancia entre 
él y nosotros. Se arrastraba con precaucion á lo 
largo de la orilla, ora saltando sobre un tronco de 
árbol, ora deteniéndose para mirar hácia el agua. 
— »El viejo racon va á pescar, murmuró Cud- 
jo, ved lo que le hace venir aquí. 
» No nos parecia posible que el racon pudiese 
pillar las tortugas dentro del agua, pues este ani- 
mal no nada tan bien como los peces. Si hubiera 
- intentado hacerlo así, las tortugas le hubiesen lle- 
vado gran ventaja. Pero no era aquella su inten- 
cion. Cerca de la extremidad del árbol que avan- 
zaba sobre el agua, vimos aparecer en la superfi- 
cie de esta muchas cabezas de tortuga. El racon 
las apercibió al mismo tiempo que nosotros. Se 
aproximó lentamente al árbol y trepó á él con 
precaucion. En seguida escondió la cabeza entre 
las patas de delante, volvió la cola hácia el lado 
del estanque y empezó á descender con la cola 
delante. Procedia con lentitud y paso á paso, has- 
ta que su larga cola tocó la su perficie del agua. 
Entonces la agitó de un lado 4 otro, rollando su 
cuerpo sobre sí mismo, de suerte que no podia 
conocerse qué clase de animal se hallaba sobre el 
. Arbol 
>»No hacia mucho tiempo que estaba en aquella 
posicion, cuando una tortuga nadando hácia 
aquel lado descubrió aquel objeto en movimiento. 
Atraida en parte por la curiosidad, y en parte por 
la esperanza de atrapar alguna cosa buena para 
comer, se aproximó un poco mas y cogió la ex- 
tremidad de aquellos largos pelos con la boca. 
Apenas el racon sintió la mordedura, cuando 
por un movimiento repentino de la cola hizo sal- 
tar la tortuga fuera del agua y la arrojó lejos de 
la orilla. En tres saltos se puso al lado de su 
presa, que volvió sobre su concha con el hocico, 
- teniendo cuidado de evitar sus mordeduras. Se 
hallaba, pues, á la morced del racon,. que se en- 
contraba ya en el caso de devorarla á su mane- 
ra, cuando Cudjo llegó, seguido de los perros, 
que habian atravesado el arroyo ladrando sin 
cesar. : : 
»Hecho aquello, volvimos á la pesca, y aunque 
no cogimos otra tortuga, los peces suplieron 
esta falta, pues tuvimos todos los que quisimos. 
  
  
  
  
BIBLIOTEGA ILUSTRADA DE TRILLA Y SLRRA. 
XXXIIL 
MARIQUITA Y LA ABEJA. 
»Durante el invierno no vimos sino raras veces 
á nuestros castores. En esta estacion los castores 
permanecen confinados en sús chozas, al abrigo 
del frio; pero no se hallan aletargados, como otros 
animales; lo único que hacen es no salir de casa, 
y ocupan el tiempo en comer y en dormir. Por 
intervalos se ve salir al castor para lavarse y lim- 
piarse, pues es un animal muy cuidadoso de sí 
mismo. 
»Durante muchas semanas el lago estuvo hela- 
do, siendo el hielo bastante fuerte para sostener- 
DOS, y aprovechamos aquella circunstancia para 
visitar las chozas de los castores que se elevaban 
sobre la superficie como pequeñas hacinas de 
heno. Estaban tan sólidamente construidas que 
pudimos trepar y saltar sobre ellas sin miedo de 
hundirse los techos. La mayor parte de sus puer- 
tas estaban muy por debajo del hielo, de suerte . 
que la entrada permanecia siempre expedita para 
sus habitantes; así es que cuando pateábamos 
con fuerza sobre los techos, podíamos distinguir 
á través del cristal trasparente del hielo, a los 
asustados castores que huian por el agua, pero 
no veíamos volver á, ninguno, lo cual nos sor- 
prendió, pues sabíamos que faltándoles el aire no 
podian vivir debajo del hielo. Pero aquellos ani- 
males inteligentes habian tomado sus precaucio- 
nes para evitar el riesgo de ser anegados. 
»En uno de los lados del lago habia un dique 
que se elevaba á una altura considerable sobre 
el agua. En este dique habian abierto grandes 
agujeros, cuya entrada estaba hecha 
que los castores eran perturbados ó se asustaban, 
dejaban con presteza sus habitaciones é iban á 
refugiarse en aquellos agujeros, desde los cuales 
podian de tiempo en tiempo subir á la superficie 
del agua y respirar con seguridad. > 
»El hielo del lago estaba muy unido y terso, 
lo cual nos sugirió la idea de patinar. Frank y 
Enrique eran grandes aficionadosá aquel ejercicio, 
y yo mismo participaba de la aficion de mis hijos. 
»Solo nos faltaba procurarnos á todo trance 
patines, y recurrimos una vez mas á la madera 
de arce, que era la mas ligera y la mas dura á la 
vez, y por consiguiente la mas á propósito para 
el objeto que nos proponiamos. Cudjo con su 
martillo y un buen fuego de fragua, les ajustó 
una cuchilla de hierro muy delgada. El hierro que 
empleamos en los patines no era perdido, pues 
teníamos el recurso de aplicarle á otros objetos 
mas útiles. Pronto tuvimos tres pares de patines 
que nos atamos fuertemente á los piés con cor- 
reas de piel de gamo. Despues nos deslizamos 
sobre el lago en torno de las chozas de los casto- 
res, con gran admiracion sin duda de aquellos 
animales que venian á mirarnos á través del 
hielo. 
»Aquella inocente diversion contribuyó á ha- 
cernos pasar un invierno muy agradable, que ade- 
más fué muy corto. En cuanto llegó la primavera, 
Cudjo labró nuestro campo con su arado, y sem- 
bramos el maíz, que ocupó yugada y media de 
tierra. Teníamos, pues, la agradable perspectiva 
de recolectar al cabo de seis semanas cerca de 
quince fanegas. No olvidamos por su puesto nues- 
tros cien granos de trigo, y los sembramos con. 
mucho cuidado en un pequeño rincon aparte. 
María tenia tambien su jardin, en el cual plantó 
patatas silvestres y otras raíces que habia descu- 
bierto en el valle. Entre las diversas especies de - 
estas se contaba el nabo indiano, que he mencio- 
nado. ya, bajo elnombre depatata blanca. Tambien 
habia encontrado cebollas, que podian sernos de 
de manera . 
que el agua no podia helarse en ella. Cada vez. 
  
 
	        
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