Full text: Los franco-tiradores americanos

  
  
  
  
  
LOS FRANCO - TIRADORES AMERICANOS, 19 
mos los gastos con el mismo dinero que había- 
mos ganado y partimos á galope, no refrenando 
nuestros caballos hasta que estuvimos á veinte 
millas de distancia de Columbia. Solo entonces 
nos dedicamos á sacar la cuenta del dinero que 
habíamos recogido. 
—¿A cuánto ascendia, Mr. Cobb? 
--A setenta duros y setenta y cinco. céntimos, 
respondió un alto y corpulento sujeto, que esta- 
ba sentado en frente del mayor y cuyo aspecto 
taciturno noindicaba por cierto que fuera él el 
héroe principal de la aventura. 
Grandes risotadas y una salva de aplausos, sa- 
ludaron el descubrimiento. ¡A la salud del ma yor! 
ála salud del mayor! gritaron simultáneamente 
Varias voces. 
El brindis fué interrumpido por un tiro dispa- 
do fuera de la tienda. Una bala que atravesó la 
pared de lona arrebató la gorrita que tenia puesta 
el capitan Hennessy y rompió en mil pedazos 
Una botella de encima de la mesa. 
—¡ Vaya un disparo! ¿Quién puede haberlo he- 
cho? dijo friamente Hennessy recogiendo su 
gorrita, —y añadió despues que hubo examinado 
el agujaro formado por la ba:a: —es exactamente 
del grueso del dedo de una señorita. 
Mientras que eloficial hacia estas reflexiones, 
sus compañeros se levantaron apresuradamente 
y se dirigieron á la entrada de la tienda. : 
—¿Quién ha disparado ese tiro? gritaron al mis- 
mo tiempo una docena de voces. 
- Nadie respondió; varios oficiales se precipita- 
ron hácia el bosque próximo donde probable- 
mente se habia guarecido el autor del disparo. 
Pero la noche era tan oscura que no fué posible 
ver nada, de modo que tuvieron que volverse sin 
Mas averiguacion. 
— Probablemente á algun soldado se le habrá 
disparado el fasil por casualidad y ha huido apre- 
Ssuradamente temiendo el castigo, observó el co- 
tonel Harding. - 
—Volvamos á nuestros asientos, señores, excla- 
mó Hennessy, y dejemos á ese pobre diablo. le- 
lizmente el proyectil no era mas que una bala, 
que si llega á ser una bomba.....! 
—La fe'icidad ha sido sobre todo para vos, 
Capitan. 
— Pe cualquier modo, no me hubiera tocado 
aunque hubiese sido una bala de á veinte y cua- 
tro; pero un proyectil un poco mayor hubiera 
dado inevitablemente en la cabeza de mi amigo 
el capitan Haller. 
Esto era perfectamente cierto. Mi cabeza se ha- 
laba en la misma línea que habia trazado el pro- 
yectil; y si este hubiese sido mas grande, me hu- 
iera dado en la sien izquierda. Aun habiéndome 
salvado senti el aire agitado por el proyectil, hasta 
el punto de hacerme experimentar una sensacion 
dolorosa en el ojo. 
— Tengo gran curiosidad por saber contra cuál 
de los dos ha sido disparado este tiro, dijo Hen- 
hessy, dirigiéndose á mi. 
—Si no se ha escapado por una casualidad, de- 
seo que no haya sido dirigido á ninguno de los 
dos; mas prefiero creer con el coronel Harding, 
que ha sido solo efecto de algun accidente casual. 
— ¡Maldito accidente! que agujerea la gorra de 
un e'egante capitan y que rompe un botellon lle- 
no del mejor aguardiente que hasta ahora haya 
sido mezclado en agua caliente y zumo de limon. 
-— ¡Al diablo el accidente, señores! exclamó el 
mayor. ¡Vamos! llenad las copas y fuera los tapo- 
in 
—Es inútil, mayor, no lo necesitamos, contestó 
- €l ayudante, repitiendo la maniobra ya conocida 
Y que otros ensayaron con cierto éxito. 
L'onáronse y se vaciaron una y otra vez las 
Copas, y con las nuevas libaciones renació la ale- 
Aja, ¿dónde está el tirabuzon? ¿Pareció por. 
  
gría y algazara anteriores. En cuanto al incidente 
del tiro quedó completamente olvidado. Se rió, 
se bebió, se cantó, se refirieron historietas, se 
brindó, y la noche corrió rápidamente en la em- 
briaguez del placer. 
Mas ¡ay! para algunos de aquellos alegres con- 
vidados, jóvenes, llenos de ardor, de vida y de no- 
ble ambicion, aquella noche festejaron por últi- 
ma vez el aniversario de Washington. La mitad 
de los que celebraron la fissta, no pudieron cele- 
braria el siguiente año. 
CAPÍTULO VIL 
ENCUENTRO CON UN ESQUELETO. 
Cerca del alba seria cuando abandoné la.tienda 
del festin Clayley, que era uno de esos hombres 
capaces de beber desde la mañana hasta la.nocke, 
prefirió quedarse. Confieso que estaba un poco 
mareado, y me fuí á la orilla del mar 4 respirar 
la fresca brisa del seno mejicano. 
El espectáculo que se desarrollaba ante mis 
ojos era de lo mas majestuoso y pintoresco, no 
- coutribuyendo poco á representario en mi imagi- 
nacion bajo un aspecto de grandiosidad encanta- 
dora los vapores báquicos que llenaban mi ca- 
beza. ; 
El cielo estaba ¡iluminado por una. magnífica 
luna que brillaba en el zenit, en medio de un fir- 
mamento sin nubes; las estrellas principiaban á 
eclipsarse, viéndose titilar alguna que otra en el 
espacio: solo se percibian claramente Venus, el 
cinto de Orion, y sobre todo la radiante Cruz del 
sur. ci 
A mis piés se extendia hasta los confines del 
horizonte una_ancha franja blanca, á la que el 
reflejo de la luna daba la brillantez de la plata. 
Una sola línea trazada en lontananza por los 
arrecifes de coral interrampia Ja uniformidad de 
esta superficie, que centellaba, ya de un lado, ya 
del otro, con resplandores fosforescentes. Estos 
arrecifes, que se prolongaban en forma circular 
alrededor de la isla, parecian centinelas que vela- 
ban por su seguridad. Kn medio de aquella natu. 
raleza en calma solo las olas se agitaban, con cierto 
movimiento que les comunicaba algun misterioso 
poder submarino, ,pues hasta la brisa era tan te- 
nue que apenas podia rizar ligerámente la super- 
ficie del agua. 
En la parte sud de la costa habia fondeado un 
centenar de embarcaciones, á disténcia de un 
cable una de otra. Al resplandor incierto de la 
luna, las vergas, las jarcias y los palos tomaban 
proporciones tan gigantescas, que daban á aquel 
conjunto de multiformes embarcaciones todas las 
apariencias de una flota fantástica. Tan inmóvi- 
les permanecian aquellos buques, que no parecia 
sino que el mar en que flotaban se habia trocado 
en un cristal granítico. Sus banderas caian iner- 
tes á lo largo de los mástiles, ó se hallaban indo- 
lentemente enredadas alrededor de sus drizas. 
Sobre el suelo de la isla se extendia en forma 
de anfiteatro una extensa linea de tiendas de 
campaña, cuyos techos blancos y cónicos, baña- 
dos por los rayos de la luna, asemejábanse ú 
pirámides de nieve. En el interior de algunos de 
ellos brillaba con pálidos y vacilantes reflejos el 
misero farol de campaña que iluminaba al sol- 
dado en su labor guerrera mientras limpiabu el 
fusil ó daba lustre al correaje. 
De tiempo en tiempo se veia cruzar alguna 
forma oscura que acusaba el paso del trasnochado 
visitador que iba á buscar el reposo de su tienda, 
en tanto que alrededor del campo y á distancias 
iguales se erguian otras inmóviles ó bien girando 
con tardo y mesurado paso en un círculo muy 
limitado. La luna, reflejando sus rayos en el bru- 
ñido acero de sus fusiles, descubria en estos á log 
  
  
 
	        
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