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94 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
parece al primer aspecto construido especial-
mente para atraer la mirada é impresionar el co-
razon. En cuanto á mi, confieso que esta vista me
recordaba involuntariamente los grabados que
habia visto durante mis estudios geográficos en
el Epítome de Goldsmith.
El dia 10 al romper el dia nos pusimos en mar-
cha trepando por las arenosas colinas. Ibamos
formados en semi-circulo irregular: los cazadores
de á pié y la infanteria ligera iban desalojando de
colina en colina al enemigo que aprovechaba
para resistirnos el abrigo de los bosquecillos que
interceptaban nuestro camino. La columna prin-
cipal continuaba la misma marcha tortuosa, ya
hundiéndose en los desfiladeros, ya trepando por
las empinadas cumbres de las colinas. Marchan-
do á la desfilada, el ejército parecia una inmen-
sa serpiente. Nuestra columna habia penetrado
por completo en la línea de fuegos de los caño-
nes de la plaza, aunque de sus proyectiles nos
protegian las sinuosidades del terreno. Las ba-
terias del fuerte de Santiago tronaban apenas un
regimiento se descubria, bien al cruzar el desfila-
dero, ó bien al trepar á algunos de aquellos cerros.
El nutrido fuego de fusilería que se via á van-
guardia probaba que nuestras avanzadas habian
dado alcancce al enemigo; y no tardamos en apo-
derarnos de una de las obras destacadas de la pla-
za tras una brillante carga dada por los nues-
tros, y pronto vimos ondear la altiva bandera es-
trellada dela Union entre las ruinas del convento
de Malibran. :
El 11 atravesamos el camino de Orizaba y des-
alojamos al enemigo de las alturas que ocupaba;
obligándole á replegarse al amparo de sus caño-
nes y penetrar en el recinto de las murallas.
En la mañana del 12 quedó completamente cer-
cada la plaza por un circulo de regimientos ene-
migos. Nuestra ala derecha levantó sus tiendas
frente á la isla de los Sacrificios, y la izquierda se
apoyaba en el caserío de Vergara. La otra porcion
del círculo era la que daba frente al mar guardada
por las fuerzas de nuestras baterías navales.
El diámetro' de la circunferencia disminuia
á cada momento, y las líneas de cireunvalacion
iban estrechándose en torno de la ciudad; hasta
que ya las trincheras americanas quedaron levan-
tadas al e mismo de los cerros mas próximos á
la plaza bajo el cañon de sus fuertes. Entre sitia-
dos y sitiadores no mediaba ya mas que una milla
de distancia.
En la noche del 12, momentos despues de con-
cluida la retreta, trepé en compañía de algunos
oficiales á una de las colinas, al pié de la cual
corria serpenteando el camino de Orizaba.
Esta eminencia dominaba completamente toda
Vera-Cruz. Cuando llegamos á la cumbre despues
de una trabajosa ascension, nos detuvimos al
abrigo de un peñasco.
Durante mucho rato, dominados por la impre-
sion de aquella escena majestuosa, nos queda-
mos silenciosos contemplando con admiracion la
ciudad sitiada. La luna brillaba sobre nuestras
cabezas con un resplandor tal, que podiamos dis-
tinguir hasta los menores detalles de aquel es-
pléndido cuadro. Las gruesas torres con sus so-
berbias cúpulas pintadas de brillantes colores; las
torrecillas góticas y los minaretes moriscos he-
rian nuestra imaginacion con los recuerdos del
asado; mientras que los tamarindos que eleva-
an sus copas mas allá de la altura de las azoteas
y el sencillo follaje de las palmeras que "sobresa-
lian entre las murallas, nos recordaban que está-
bamos contemplando una ciudad moderna de la
América meridional. Cúpulas y campanarios do-
minan las murallas; banderas de varios colores
flotan desparramadas en los puntos elevados de
la ciudad, entre las cuales reconocemos las de lo8
consulados, francés, inglés y español.
Del otro lado de la ciudad vemos las transpa-
rentes olas ir á estrellarse con lánguido murmullo
al pié de las murallas del fuerte San Juan; al sud
distinguimos la isla de Sacrificios, y en medio de
las rocas de coral que la rodean se balancean como
negros fantasmas los navíos de nuestra escuadra.
Del lado de tierra, fuera de las murallas de
piedra volcánica que rodean la ciudad, se extiende
una llanura que termina al pié de la colina donde
nos encontramos. A derecha é izquierda, desde las
alturas de Punta-Hornos hasta Vergara, se pro-
longa una línea oscura, formada por los centine-
las americanos que permanecen clavados é impá-
vidos vigilando las inmediaciones de la playa, en
un suelo de blanda arena, en el que se les hunden
los piés hasta las corvas.
Durante nuestra contemplacion la luna fué
ocultándose detrás de espesas nubes, y la oscuri-
dad descubrió á nuestra vista las antes invisi-
bles luces de la ciudad, con lo que varió el aspec-
to del panorama que contemplábamos.
Las campanas tocan alarma; suena el clarin en
todas las calles, y no cesa el alerta de los centi-
nelas.
Poco despues oímos los acordes melodiosos de
la música confundidos con la dulce voz de las
mujeres. Esto nos indica que la ciudad sitiada se
entrega al placer de la danza, y los ecos de una
bulliciosa y alegre soirée nos traen á la imagina-
cion la idea de aquellas beldades mejicanas, cuy OS
delicadisimos piés calzados con finas medias de
seda se deslizan en aquel momento con sutilisimo 1.
paso por la alfombrada superficie de una sala de
baile. . ,
De repente vimos un brillante fogonazo que
salió del parapeto de Puerto Nuevo.
— Cuidado, señores, exclamó Twing.
Y al mismo tiempo corrió á ponerse al abrig0
de un monton de arena.
Todos imitamos su ejemplo, y aun no estába- *
mos completamente á cubierto, cuando pasó zum"
bando por encima de nuestras cabezas una bala
de á veinte y cuatro.
El proyectil dió en la misma loma, á algun
distancia de nuestro grupo, yendo tras de enor-
mes rebotes á parar á una colina próxima.
—Que se repita, dijo uno de nosotros.
— ¡Vaya! ese ha perdido una cena con vino de
Champagne, dijo Twing.
—Es verdad, y con mayor razon por habe!
gastado la pólvora en salvas.
— Creeria muy justo que nos pagara además las
ostras, dijo Clayley.
—Callad, Clayley, porque sino os meto en la
ciudad por alguna de las troneras de la muralla:
El que así hablaba era Hennessy, en quien €
recuerdo de las ostras y del vino Champagne, el
ocasion en que nos hallábamos á la racion de
etapa, es decir, galleta y cerdo aderezado con
arena, le ponia de malísimo humor.
— ¡Otro confite! gritó Twing, cuya mirada es
taba fija en la muralla.
— Esta vez es una bomba.
El proyectil pasó en un instante silbando Y
describiendo una brillante y graciosa curva. BN
seguida rodó hasta los piés de un centinela qué
estaba próximo á nosotros. El centinela debia
estar medio dormido ó estupefacto, pues continu0
en su puesto sin moverse. 4
—Parece que no acierta á dar en la colina,
dijo un jóven oficial.
Acababan de ser pronunciadas estas palabraS
cuando oimos un crujido sordo y terrible, sn
si á nuestros piés hubiese reventado un cañon.