LOS FRANCO-TIRADORES AMERICANOS 25
suelo se abrió como en un terremoto, y la arena
arrojada á larga distancia nos hirió el rostro al
pasar. Una espesa nube de polvo nos envolvió
largo rato, de manera que no nos podíamos ver á,
dos pasos de distancia. En aquel instante reapa-
reció la luna, y disipado el polvo, vimos el cuerpo
mutilado del pobre centinela tendido á treinta
pasos de distancia.
En el fuerte Concepcion, un grito de triunfo
saludó al certero disparo.
Impresionados por este triste accidente y ape-
nados de haber con nuestra imprudencia llamado
la atencion del enemigo y causado involuntaria-
mente la muerte del centinela, ya nos disponia-
mos á bajar de la colina, cuando el silbido de un
cohete que partió de un matorral próximo nos
detuvo,
El silbido salió del chaparral que estaba distan-
te de nosotros como un cuarto de milla; y cosa
singular, un disparo hecho simultáneamente des-
de la Puerta Nueva parecia indicarnos que aquel
cohete era una señal convenida.
En el mismo momento un jinete desembocó
de entre la espesura y dirigió su corcel hácia la
colina donde estábamos; y marchando trabajosa-
mente por la arena, llegó hasta el sitio donde des-
cansaba el soldado muerto. Cuando el jinete es-
tuvo allí, se detuvo un instante vacilando sin
duda entre desandar su camino, ó seguiradelante.
En cuanto á nosotros, que lo tomamos por un
oficial de nuestro ejército, lo mirábamos sorpren-
didos, sin podernos explicar el hecho de ver un
oficial galopando en aquellos sitios, á tales horas.
—¡Diablo, es un mejicano! exclamó de repente
Ocultos en el chaparral, disparando.
al *
Twing, en el momento en que la claridad de la
Una alumbró de lleno el rostro del jinete.
a ntes que ninguno de nosotros tuviera tiempo
contestar al mayor, el extraño jinete avanzó
pa cia la izquierda, sacó una pistola y la disparó
al grupo que nosotros formábamos. En seguida
avó las espuelas á su caballo y se lanzó al galo-
De por entre un desfiladero gritando:
—¡Imbéciles yankees!
mo E apresuramos á contestar al insulto con
la docena de disparos; pero el jinete estaba
A del alcance de nuestras armas, mucho
A Ss de haber vuelto de la sorpresa que nos
2USÓ tanta audacia.
di Momentos despues vimos retroceder 4 cierta
1 Nela al jinete que galopaba hácia los muros
a ciudad, y por último penetrar en la misma
Por la Puerta Nueva.
Aunque el tiro no habia herido á ninguno de
| nosotros, no estábamos por eso menos irritados,
| pero nos tuvimos que satisfacer desahogando
' nuestra indignacion insultando al audaz pro-
vocador. 4
— ¿Habeis reconocido su voz? me preguntó
Clayley apenas estuvimos de vuelta en el cam-
pamento.
—8$ií, le contesté.
— ¿Quién creeis que era?
—Dubrosc,
CAPÍTULO X.
EL MAYOR BLOSSOM.
Al regresar al campamento encontré delante de
mi tienda un ordenanza á caballo.
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