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LÓs FRiNco -TÍRADORES AMERICANOS, y.
caballo no se imprime ya en la blanda arena, sino
que resuena en la roca; hasta la temperatura, sin
Ser fria, ha bajado considerablemente. Me encuen-
tro en las tierras calientes. Mas adelante están las
tierras templadas.
¡Qué metamorfósis! No hace una hora que he
dejado la planicie; apenas he puesto el pié en los
Andes septentrionales, y ya me creo transporta-
do á un paraje remoto y completamente distinto.
Me detengo en un sitio descubierto; miro á todos
ados y mi sorpresa crece á cada momento: la ve-
getacion es menos pródiga, la yerba menos espe-
Sa, las hojas menos tupidas, los árboles menos
“compactos; hay colinas casi enteramente despoja-
das de ellos; las palmeras han desaparecido, y
én su lugar se elevan otros vegetales, semejantes
destos bajo ciertos aspectos: en efecto, son las
palmeras dela montaña. Cerca de mí veo la yuca,
“on sus hojas parecidas á bayonetas; la pita con
Su flor en forma de plumero y sus hojas armadas
e púas; cactus de formas extrañas; la tuna y
el pitahaya que se alza como la flecha de un cam-
panario gótico, cercado por todos lados de ramas
en forma de brazos que le dan la apariencia de
ún candelabro gigantesco.
Mas lejos veo cardonales y mimosas, junto á las
Cuales crece ese curioso arbolillo llamado cienti-
'ficamente mimosa frutescens, euya sensibilidad es
an exquisita que encoge sus hojas al acercarme
YO, y no las abre hasta que me he alejado.
Esta region es la tierra favorita de la acacia.
Ste árbol crece por todas partes, y forma con sus
Yamas entrelazadas y sus espinas, impenetrables
£Spesuras, conocidas en el país con el nombre de
chaparrales. e
En estas alturas se encuentran menos animales
Que en las regiones inferiores: la cochinilla vive
Y muere adherida á la hoja del cactus; la gran
lormiga alada construye su nido de arcilla en las
Yamas de la acacia; el hormiguero, acurrucado en
el suelo,, pasea su lengua viscosa por los sitios
Que recorren los insectos al volver á sus madri-
Sueras, y el armadillo rayado se refugia en las
“avidades de las rocas donde se enrosca en forma
de bola para escapar á la persecncion de sus ene-
Migos. Numerosos rebaños semi-salvajes pacen
a yerba en los rasos ó descienden de la colina
én busca de algun arroyo, mientras el buitre
úletea en las alturas, acechando alguna presa, pa-
Ya precipitarse sobre ella y arrebatarla.
"ampoco están completamente desiertos estos
Ugares; el hombre ha llevado á ellos su indus-
Yla. Aquí se vé la choza del peon ó el rancho del co-
Ono; y estas construcciones son mas sólidas que
as de la region de las palmeras, porque están
“onstruidas con piedra. Se vé igualmente la ha-
“tienda del rico con sus blancas paredes y sus ven-
ánas semejantes á las de las cárceles. De distan-
“la en distancia encuentro algun pequeño pue- |
lo con su iglesia correspondiente y su cam-
Panario pintado de varios colores; aquí el trigo
Indigena ha reemplazado á la caña de azúcar y se
ven grandes plantaciones de tabaco, de sasafrás y
Copaiba.
Continúo avanzando siempre, ya escalando
as colinas, ya descendiendo á los barrancos por
“donde bajan los torrentes, algunos de los cuales
lénen hasta mil piés de profundidad; para pene-
trar entre sus flancos no hay mas que un peque-
no sendero limitado por un lado por un peñasco
Perpendicular, y por el otro por un torrente cu-
YOs murmullos resuenan á mis piés con su eco
Perezoso. .
-Por fin atravieso la region que se extiende al
pié de las montañas y penetro en ellas por un
desfiladero de los Andes mejicanos. Es una gar-
santa cubierta de espeso y sombrio bosque rodea-
o de peñascos de pórfido azul; la cruzo y en bre-
Ye me encuentro al otro lado de la sierra. En-
tonces se ofrece á mi vista un cuadro de nuevo
género. A mi alrededor todo es tan apacible,
agradable y puro, que miro con asombro Mas
bien que con admiracion. Ante mí tengo uno de
los valles de Méjico, extensas llanuras situadas en
medio de las montañas, á miles de piés de eleva-
cion sobre el nivel del mar y que desde el sitio
en que me encuentro abundan hasta las costas del
Océano ártico.
Esta llanura es tan lisa como la superficie hela-
da de un lago; está rodeada de montañas por todas
partes, y estas, atravesadas por desfiladeros que
conducen á otras llanuras parecidas á la que tengo
delante de mis ojos. Algunas vecesse levantan brus-
camente y sin transicion en medio de estas llanu-
ras ciertos cerrillos que parecen unas veces conos
y Otras muros cortados perpendicularmente y
cuya cima penetra en las nubes.
Recorro la planicie y examino sus detalles. En
nada se asemeja á lo que he visto en la region
de la tierra caliente que acabo de dejar. Ahora me
encuentro en la terra templada; y los objetos que
me cercan, el aspecto general de la naturaleza y
la atmósfera que me rodea, todo ha cambiado,
todo es nuevo.
El aire es mas fresco y la temperatura mas pri-
maveral; pero como acabo de salir de la region
caliente, al penetrar en esta siento la transicion de
Una zona á Otra; experimento una ligera sensacion
de frio, éinvoluntariamente estrecho contra mi
cuerpo los pliegues de la manta que me cubre.
Como el valle está casi desprovisto de árboles,
se extiende mi vista por una dilatada superficie;
aquí se nota el rastro de la civilizacion porque en
estas alturas de las tierras templadas es donde es-
tá el emporio de la cultura mejicana: los pueblos,
las grandes ciudades, los ricos conventos y Jas so-
berbias catedrales: aquí es donde reside el núcleo
principal de la poblacion; en estas campiñas es
donde se encuentran esos ranchos construidos
con adobes, y donde se ven aldeas enteras de ca-
bañas de barro, cercadas de cactus y habitadas
por los descendientes atezados de los antiguos
aztecas.
Campos fertilísimos se extienden por doquier.
Allí la pita se ofrece bajo las mas gigantescas
proporciones, y el maiz, cuyas amarillentas espi-
gas al ser azotadas por el viento dan á ese suelo
el aspecto de un mar de doradas ondas, cubre ex-
tensiones inmensas de terreno. Alli junto al trigo
que pródigamente produce esa tierra privilegiada,
nacen el guisante y la habichuela de España,
y entre los tallos de esta eleva sus embalsamadas
corolas la rosa, cuyos vivísimos colores se desta-
can tambien del fondo gris de las tapias y de los
oscuros portones de las agrestes viviendas. HKsos
campos son en fin el suelo fecundo y predilecto
de la dulcisima batata.
En los huertos las ramas de los árboles se in-
clinan bajo el peso de las peras, de las granadas,
de las manzanas y de otros sabrosos frutos, 'y'
merced á una rara y facilisima confusion, las
producciones del trópico se mezclan allí con los
frutos de la zona templada.
Salgo de este valle y atravesando una garganta
penetro en otro. Ya en este el espectáculo no es
igual sin dejar de ser tan bello. Me hallo en un
vastisimo prado cubierto de exuberante yerba,
donde pacen numerosos ganados pastoreados por
vaqueros montados.
Atravieso otro desfiladero y un nuevo valle se
me presenta, y en él un nuevo cuadro: es un de-
sierto de arena de cuya superficie se elevan 0s-
curas columnas de polvo como gigantescos fan-
tasmas á impulsos de un soplo infernal. ;
Sigo avanzando, y al penetrar en otro valle,
me encuentro detenido por una vasta superficie
liquida, inmenso lago de una extension tal, que
parece un mar mediterráneo. En sus orillas Cre-