Full text: El Valle de la Vírgen

  
EL VALLE DE LA VÍRGEN, AS 
Yazon honrado y libre hácia un tan cobarde tira- 
no: tales eran las infamias y hechos odiosos que 
desde el principio de la campaña habia oido refe- 
Yir como llevadas á cabo por aquel hombre, que 
de buena gana hubiera sacrificado una de mis 
- Manos por que se acortara y fuera en realildad 
an escasa como parecia la distancia que de él 
Me separaba; pues gracias al lente que empuñaba 
tan clara y distintamente le veia que no se me 
gScapaba ninguno de los detalles de su fisonomía 
marchita por el vicio y en la que llevaba impre- 
Sas la ruin malicia y la baja crueldad que forma- 
ban la base de su carácter. Ñ 
Habia llegado el momento- de obrar. Cerré el 
anteojo, y ábuen paso fuí á reunirme con mi 
fuerza. Por Raoul sabia lo que era aquella línea 
negra de que antes habia hablado al mayor; con- 
Sistia en un cañon ó desfiladero, que bajo el pri- 
Mer nombre se designa á estos en el país, por el 
Gual corria un arroyo casi oculto entre la espesura 
de la maleza que iba á desembocar en el Plan. En 
0 que me habia equivocado era en la apreciacion 
de las distancias, pues en vez de tres millas como 
habia calculado, hábia en realidad cinco. 
Dí la órden de marcha, y á paso acelerado nos 
ghcaminamos al punto objetivo de nuestra expe- 
dicion. Con lo poco que de mis propósitos habia 
dicho á los soldados, bastó para que participaran 
de mis esperanzas. Bien es verdad que entre 
ellos habia quienes no necesitaban de estímulos, 
pues antes al contrario estaban dispuestos á dar 
la mitad de su vida á trueque de coger una presa 
tan codiciada como la que celábamos. Ni faltaban 
ampoco en las filas hijos deseosos de vengar á 
Sus padres, ó hermanos á sus hermanos caidos 
en los llanos de Goliad ó en la fortaleza de 
Atamo. 
Otra circunstancia contribuia á enardecer á mis 
Voluntarios. Desde aquella mañana estaban arma 
al brazo esperando la ocasion de entrar en fuego, 
yla coyuntura queyo les ofrecia parecia indemni- 
Zarles de su frustrada esperanza de tomar parte 
én la batalla. Movidos por tan múltiples y efica- 
Ces resortes, tanta actividad y deseo desplegaron 
aquellos animosos tiradores que salvamos las 
“inco millas en un momento, pues se me figura 
que no empleamos ni media hora en recorrerlas. 
Sabiendo las dificultades con que el enemigo tro- 
Pezaba en su marcha creí que nos quedaria tiem- 
Po para reponernos de la fatiga de nuestra veloz 
Carrera antes que le tuviéramos á nuestro alcan- 
Ce, y reservaba ese instante para madurar el plan 
Que camino andando habia concebido y desarro- 
lado en mi cabeza. 
La inspeccion de aquellos lugares me persuadió 
€ sus incomparables ventajas para disponer una 
gmboscada. 
El desfiladero, en lugar de cortar en línea recta 
4 montaña, se desarrollaba en zigzag al través de 
ella, de modo que sorprendida la cabeza de la 
Columna en una de sus revueltas como podria 
lacerse en una ratonera, se hallaba privada de 
Prevenir con su fuga la de las fuerzas que la si- 
Suleran. Esto era precisamente lo que me conve- 
Mia, porque no bastaba con hacer algunos prisio- 
Meros, y ver al grueso de los fugitivos salvarse á 
la desbandada entre las breñas y matorrales que 
Tas sí dejaban; lo que deseaba era un copo en 
tegla y de ser posible sin gastar un grano de 
Pólvora. La naturaleza de aquel terreno no hacia 
Mimérico 4 la verdad semejante propósito. 
Por el desfiladero, como he dicho, serpenteaba 
Un arroyo á la razon seco rodeado de pinos y 
algodoneros tupidamente entrelazados por lianas 
Y ramas de vid silvestre. 
un el punto en que el cañon se hundia en la 
Montaña, sus bordes eran muy erguidos y no tan 
lesabrigados que no se encontrara en ellos aquí 
  
  
y allá diseminados algunos grupos de palmeras. 
Oculto en cada uno de estos grupos situé un 
tirador, resultando por esta disposicion que nues- 
tía línea formaba en su desarrollo un arco cón- 
cavo cuyos extremos estaban en la embocadura 
del desfiladero y el centro en un chaparral espe- 
so enclavado en el fondo mismo de aquel. A cada 
lado de la entrada del cañon coloqué seis hom- 
bres, lo bastante á cubierto para que sin perjudi- 
car á su visualidad fuera casi imposible sospechar 
su presencia. Tenian la órden de cortar la retira- 
da en un momento dado. En el fondo del desfi- 
ladero y en frente de su entrada se hallaba CUlays, 
ley con una seccion, teniendo á Raoul por intér- 
prete, y en el centro coloqué el resto de la gente 
á las órdenes de Oakes; yo me situé en este 
punto. 
Las disposiciones y preparativos de la embos- 
sada nos Ocuparon poco tiempo, gracias á la inte- 
ligencia de mis soldados que, á fuer de buenos 
cazadores como en su mayoría eran, habituados 
á correr búfalos, me entendian con medias pala- 
bras. En cuanto todo el mundo estuvo en su 
sitio, reinó un silencio profundo en el desfiladero; 
la impaciencia y la esperanza de realizar un buen 
golpe habia, tanto como mis órdenes, sellado los - 
labios á todos. , 
Nada nos anunciaba sin embargo la proximi- 
dad del enemigo; solo alteraban Ja quietud de 
aquellos lugares, el murmullo del agua y el 
rumor de las hojas de los árboles agitadas por el 
viento. De cuando en cuando vibraban en nues- 
tros oidos notas confusas de un clarin de guerra, 
perteneciente sin duda á los escuadrones mgjica- 
nos queen su retirada habian tomado la direc- 
cion de Jalapa. 
En cuanto á nosotros, seguíamos sin despegar 
los labios, y tan ocultos entre las matas que casi 
no nos veíamos unos á otros. 
En tales momentos de espectacion es cuando á 
no dudar he sufrido mas violentas emociones. Kn 
puridad de verdad, carecia yo por completo de 
motivo de resentimiento y ódio particulares hácia 
el enemigo á quien acechaba; bajo el punto de 
vista personal érame total é individualmente in- 
diferente del todo, exceptuando por supuesto al 
tirano de quien ya he hablado. Habia no obstante 
en aquella trampa dispuesta contra el hombre 
algo que embriagaba y á pesar mio me seducia y 
arrastraba. Hallábame en cierto modo acometido 
por una especie de fiebre. 
Deseaba en cuanto cupiere respetar los fueros 
de la humaninad; queria hacer prisioneros, no 
ocasionar muertos, y á este propósito dispuse que 
no se disparara un tiro sin que el enemigo con su 
resistencia provocara una agresion mas enérgica 
fiando su salvacion á la suerte de un combate. 
Por lo que toca al tirano, halláabase ¿pso facto ex- 
cluido de las leyes de humanidad con la que nada 
tenia de comun; y en este punto autoricé sin el 
menor escrúpulo álos tiradores á que obraran 
con él como les viniere en deseos. 
Como nada veia ni se oia y la espera se prolon-: 
gaba mas de lo que hubiera podido desear, asal- 
tóme el temor de que la emboscada hubiese resul- 
tado inútil, y ya me iba confirmando en esta sos- 
pecha, empezando á creer que los mejicanos ha- 
bian dado distinta direccion á su retirada, cuando 
llegó á mis oidos un rumor confuso muy pareci- 
do al zumbido de un enjambre de abejas. Aquel 
rumor fué creciendo y no tardamos en oir voces 
humanas. 
Los latidos de mi corazon tan fuertes eran que 
los cia mucho mejor que aquellas voces. 
El ruido se iba acercando, y con él se confun- 
dia el estrépito que al rodar por la pendiente iban 
produciendo las piedras desprendidas por el pié 
de los fngitivos. lis A : 
 
	        
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