Full text: El Valle de la Vírgen

  
   
   
      
    
  
  
   
   
    
    
    
  
  
   
   
   
   
     
        
    
    
    
    
      
    
    
    
    
    
    
        
      
      
      
EL VALLE DE LA VÍRGEN. 5 
El trayecto era peligroso, sin embargo de que | ñal. Sentados en una roca, reposamos un mo- 
el agua estaba tibia y la arena sobre que marchá- | mento dela fatiga de la jornada. Allí nos encon- 
bamos era firme y unida; pero me encontraba | trábamos tan seguros como en nuestras propias 
Muy alentado por la esperanza y por mi natural | tiendas, si bien es verdad que á veinte pasossobre 
desden hácia el peligro. Sin duda alguna mi com- | nuestras cabezas se paseaban los centinelas de la 
pañero participaba de este último estimulante | ciudad, que en caso de habernos descubierto nos 
tanto como yo. hubieran cazado á tiros como á perros rabiosos. 
- Llegamos hasta la muralla del fuerte Santiago Despues de media hora de reposo, emprendi- 
a la que nos acercamos con las mayores precau- | mos nuestra marcha por el interior de la alcanta- 
Clones, porque vimos que sobre el parapeto se | rilla. 
  
  
A RS ES 
esta 
  
paseaba un centinela. De repente oimos un, Micompañero caminaba con tanto desembatazo Ñ 
¿Quién vive? Nos creimos descubiertos; lo que | como si estuviese en su cuarto; y avanzaba tan y 
efectivamente hubiera sucedido sin el amparo  confiadamente como si aquella oscura bóveda ' 
de la oscuridad. estuviese completamente iluminada. y! 
Por fin pasamos el fuerte y nos acercamos á la Así anduvimos durante algun tiempo, hasta Ñ 
Muralla que la bajada de la marea mantenia en | que vimos el reflejo de una luz que penetraba 
Seco. por una reja. 
  
  
_Trepamos por algunas rocas que estaban cu- 
biertasde plantas marinas, y aproximándonos con 
el mayor sigilo llegamos á la boca de un alba- 
¿Saldremos por aquí? pregunté á Raoul. 
— No, capitan, me contestó en voz baja, ha de 
ser por mas arriba. 
  
  
  
  
El soldado Raoul, 
Pasamos la primera reja, la segunda y la ter- | perro flaco y macilento, como lo están siempre es- 
  
“era hasta que llegamos á una cuarta, cuyas bar- | tos animales en toda plaza sitiada. Un nicho prac- 
Yas estaban tan unidas que apenas dejaban pasar | ticado en una pared que teníamos en frente, alum- N 
Un débil rayo de luz. brado por una pálida lámpara, dejaba ver una Ñ 
quí se detuvo mi guia y se puso á escuchar | imágen brillantemente ataviada, 4 cuyos piés ¡8 
algunos minutos con la mayor atencion. En se- | habia un cepillo donde las almas piadosas depo- 1 
Sida pasó su mano por entre las barras, é hizo | sitaban sus ofrendas. Esta pared remataba en un ÑÑ 
Sirar silenciosamente la reja sobre sus goznes. | elegante y dorado campanario. da 
€spues sacó la cabeza por la abertura hasta que — ¿Qué iglesia es esta ? pregunté á Raoul. 43 
SUs ojos estuvieron á la altura del suelo y miró á — La Magdalena. 7] 
Odos lados con el mayor cuidado. Convencido —Está bien. ¡ Adelante! | 
€ que no se acercaba persona alguna, sacó todo —¡Buenas noches, señor! dijo Raoul á un solda- 
Su cuerpo por la abertura y desapareció. do que pasó cerca de nosotros envuelto en su 
lgunos momentos despues volvió y me dijo | capote. 
€n voz baja: —Buenas noches, respondió este con mal gesto. 
¿7 Ahora..... capitan. Continuamos caminando á lo largo de la pared 
Salí por el mismo procedimiento empleado por | con la mayor precaucion, con objeto de no ser ob- 
1 compañero. Cuando estuve fuera, antes de | servados. La ciudad estaba casi toda entregada al 
alejarnos, Raoul cerró la reja con cuidado. sueño; pero los soldados velaban y se les veia 
0s encontrábamos en un arrabal solitario. No | patrullarpor todas partes. 
Se veia á nadie, si se exceptúa-alguno que otro No era posible mantenernos siempre en las ti- 
  
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