Full text: El Valle de la Vírgen

E 
A 
la 
  
6 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
nieblas y por fin tuvimos que atravesar una calle 
completamente iluminada. 
Apenas penetramos en ella, cuando un jóven 
pasó cantando cerca de nosotros. Nuestro aspec- 
to debió parecerle algo extraño, porque detuvo su 
marcha y nos observó con la mayor atencion. 
Como he dicho anteriormente, nuestros vestidos 
eran de cuero, é íbamos chorreando agua y de- 
jando por todas partes el rastro líquido de nues- 
tro paso. 
Mucho antes que hubiésemos llegado al final 
de la calle, uno de los pasantes exclamó: 
-— ¡Caramba! parece que no os habeis desnu- 
dado para tomar un baño. 
— ¿Qué ocurre? preguntó un soldado que llegó 
en aquel momento y que nos examinó de piés á 
cabeza. 
Pronto nos vimos rodeados de un grupo de cu- 
riosos que nos condujo á un sitio en que habia 
luz. 
— ¡Qué diablos! exclamó un soldado que reco- 
noció á Raoul, si es nuestro amigo el francés. 
— Espias, dijo otro. 
— ¡Arrestarles! dijo un sargento que acababa 
de llegar con su patrulla. 
Entonces nos vimos rodeados y cogidos por 
una docena de hombres. 
En vano protestaba Raoul de su inocencia, 
asegurando que éramos unos pobres pescadores 
que nos habíamos mojado en el ejercicio de nues- 
tra profesion. 
— No venís vestidos de pescadores, observó 
alguno. 
—Y además, objetó otro, ¿sacan los pescadores 
diamantes en las redes? 
Y al mismo tiempo me arrancó brutalmente la 
sortija. 
En aquella sortija iba escrito mi nombre y mi 
graduacion en el ejército. 
Muchos otros curiosos aumentaron el círculo 
que nos rodeaba, y algunos de ellos reconocieron 
á Raoul y afirmaron que hacia muchos dias que 
no le veian. 
— Es indudable que os habeis pasado á los 
yankees. 
Sin perder tiempo se nos ataron las manos y 
se nos condujo á la prision. Allí fuimos registra- 
dos cuidadosamente y se me encontró un porta- 
Monedas, conteniendo algunas águilas de oro 
(moneda americana). Era lo bastante para ser 
condenado. 
Atáronnos uno con otro por medio de pesadas 
cadenas, y en seguida se retiraron los guardias, 
dejándonos entregados á nuestros propios pensa- 
mientos: era la peor compañía que podíamos 
tener. 
CAPÍTULO HL 
UN SOCORRO LLOVIDO DEL CIELO. 
—Me importa un bledo mi vida, exclamó Raoul 
cuando rechinó la puerta de su prision; pero 
vos, capitan... vos... El francés suspiró dejándose 
caer sobre el banco de piedra, lo que me obligó á 
sentarme á su lado. 
Nada podia consolarnos. Estábamos acusados 
de espionaje; y sila acusacion se probaba, era 
infalible que no nos quedaban veinte y cuatro 
horas de vida. El pensamiento de haber arrastra- 
do á mi valiente camarada á esta aventura, era 
una de mis impresiones mas penosas. Y morir de 
este modo, sin gloria, era lo mas triste. 
Tres dias antes hubiera sacrificado mi vida con 
la mayor indiferencia; pero ahora... ¡cuánto se ha- 
bian modificado mis pensamientos! Ahora, un 
  
  
vinculo dulce y hechicero me ligaba á la vida, y 
lloraba como un niño mi fatal temeridad. 
Pasamos la noche procurando consolarnos re- 
ciprocamente. Nuestros vestidos estaban comple- 
tamente mojados y la noche era excesivamente 
fria. Por única cama teniamos un mísero banco 
de piedra, y ni siquiera podiamos echarnos en él 
comodamente, porque nuestras cadenas nos 10 
estorbaban. Aquella noche fué horrible. Por fin 
brilló la luz del dia. 
No tardó en presentarse un oficial, que nos 
anunció que á las doce de aquel dia seríamos juz- 
gados. 
Efectivamente: á eso del medio dia se nos con- 
dujo ante un tribunal, rodeados de un popu- 
lacho que nos insultaba. Contamos nuestra 
historia haciendo presente el nombre del mucha- 
cho Narciso y dando las señas de la casa donde 
vivia. Se pidió informes, y todo coincidia con 
nuestra declaracion; pero supusieron que era un 
ardid inventado por mi compañero, suposicion 
que hacia verosímil el perfecto conocimiento que 
Raoul tenia de la localidad. Además Raoul fué 
identificado por muchos vecinos, quienes con- 
testaron que su desaparicion habia tenido lugar 
el mismo dia del desembarco de los americanos. 
En cuanto á mí, el anillo y el porta-moneda 
constituian mi mayor condenacion. Por consi- 
guiente fuimos declarados espías y condenados á 
sufrir garrote al dia siguiente. 
A Raoul se le ofreció la vida en cambio de ha- 
cer algunas revelaciones, acerca del enemigo; pero 
mi brayo compañero senegó heróicamente á acep- 
tar tal oferta. Se me hizo la misma proposicion, 
que rechacé indignado. UR 
En el momento en que nuestra sentencia iba 4 
pronunciarse, observé un movimiento general 
en todo el pueblo Soldados y ciudadanos aban- 
donaron inmediatamente el salon, y el tribunal 
dictó apresuradamente la sentencia, ordenando 
que se nos hiciera salir de alli al momento. En 
seguida la guardia se apoderó de nosotros y fui- 
mos conducidos nuevamente á la prision. 
Las calles que atravesamos estaban llenas de 
gente que iba de una parte á otra dando seña- 
les del mayor espanto. Mujeres y niños confun- 
didos corrian al parecer á guarecerse detrás de las 
murallas. Otras, mas piadosas ó mas timoratas, 
estaban de rodillas orando con la mayor devo- 
cion; algunas alzaban cariñosamente á sus hijos, 
sin atreverse á soltar el llanto; tal era el terror 
que las anonadaba. 
— No parece sino que hay algun temblor de 
tierra; pero no lo noto, dijo Raoul. ¿Qué será es- 
to, capitan? 
La respuesta no tardó en hacerse oir. 
Un objeto que estremecia el aire pasó girando 
y silbando por encima de nuestras cabezas. ] 
—Una bomba de los nuestros. ¡ Viva! exclamó 
Raoul. 
Confieso que aquel espectáculo me llenó de 
placer, aunque acabábamos de correr el riesgo de 
ser víctimas del proyectil. ' 
Los soldados que nos guardaban se habian de: 
jado caer detrás de las murallas y pilares próxl- 
mos, abandonándonos solos en la calle. 
La bomba que pasó sobre nuestras cabezas €5* 
talló á algunos pasos de distancia. Los fragmentoS 
penetraron en el muro de una casa vecina, y 108 
gemidos que se oyeron despues, nos probarol 
que el mensajero de hierro habia cumplido sÚ 
terrible mision. Esta era la segunda bomba lap" 
zada por los morteros americanos. La primera »al 
bia sido tambien. destructora, y habia producido 
el terror que veíamos pintado en todos los .sem” 
blantes. 
Cada disparo parecia un mensajero de muerte: 
Nuestra escolta volvió á apoderarse de nofS" 
  
 
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.