EL VALLE DE La VÍRGEN. 9
jaban escapar todavía columnas de humo. El ca-
Mino estaba sembrado de ropas, muebles y obje-
08 de poco valor que el pillaje habia desdeñado. *
Este espectáculo hizo nacer en nuestras almas
Un triste presentimiento. Se habia hablado vaga-
Mente en el ejército de algunos asaltos y latro-
CIniOs, cometidos en los alrededores por algunos
estacamentos de nuestros soldados salidos del
“ampamento con el pretexto de buscar carne.
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| Faltábanos tan solo una legua de camino para
llegar á la morada de nuestros amigos, y aquellas
| señales de bandolerismo continuaban sin que fal-
| tara tampoco la prueba de las terribles represa-
|] lias que habia originado de parte de nuestros
¡ enemigos. Efectivamente, el cadáver de un solda-
do completamente mutilado yacia en el camino.
Estaba tendido de espaldas con los ojos abiertos y
fijos en la luna; le habian sido arrancados la len-
oa
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Quedaron acampados alrededor de la ciudad,
e corazon, y cortado un brazo ála altura |
codo.
Sus 10z pasos mas adelante encontramos otro de |
Samaradas, en el mismo estado. |
Que tad en el bosque los tristes pensamientos |
Úlaylo e dominaban se aumentaron. Participé á |
iba” > Mis temores, y mi amigo me confesó que |
- Preocupado por los mismos pensamientos. |
1n embargo, añadió Clayley, cabe en lo po- |
sible que este sendero oculto en el bosque no haya
sido descubierto por los merodeadores del campa-
mento, antes bien temo yo de nuestros enemigos
que mas bandidos que soldados pueden haberse
despachado á- su gusto á pretexto de la guerra:
además está con ellos Dubrosc.
— ¡Vamos! vamos! murmuré hincando mis es-
puelas en los ijares de mi caballo lleno de febril
ansiedad.
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