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cion pensar lo que mejor os plaza. Lo que yo no
comprendo es la relacion entre este asunto y mi
amistad con el indio.
—Pues yo os lo diré. No me gusta vuestra in-
timidad con ese jóven, no porque sea indio, aun-
que en esto ya habria una razon, sino porque
sospecho que proyectais alguna cosa que no re-
dundará en beneficio de Nelatu.
— ¡Bah! ¡cualquiera diria que estais enamorada
del hombre rojo!
—No; pero pudieran pensar que él lo está
de mi.
— ¡Cómo! ¿se habria atrevido...
—No se ha atrevido á nada; pero en estos asun-
tos, la mujer es más perpicaz que el hombre. Ne-
lata no osó nunca familiarizarse; mas á pesar de
todo, comprendo que me admira.
—¿ Y le admirais vos á 61?
Al oir esta pregunta brillaron de cólera los ojos
de Alicia, dominada por un sentimiento de noble
indignacion.
—¡ Vergonzoso es para vos dirigirme semejante
pregunta! Yo soy una mujer de raza blanca, y él
es un indio. ¿Cómo osais concebir siquiera seme-
jante idea?
Warren contestó con una sonrisa.
— ¡Vaya! repuso al cabo de un momento, su-
pongo que no creereis que no me intereso en nada
por ese jóven. - .
—¡Ah! os cojo por la palabra, y vos mismo os
descubris; sino os interesa nada, ¿á qué viene esa
pretendida amistad?
— ¡Vaya! sepamos de una vez lo que
decir.
(Que mis dudas se confirman; que bajo esa
falsa amistad se oculta algun maligno proyecto
contra Nelatu.
—Estais loca, Alicia.
No; estoy en mi sano juicio; intentais algu-
na cosa, y yo Os aconsejo que renuncieis á ella.
No lloraré, porque sé que mis lágrimas os inco-
modan, y trato de reprimirlas; pero os imploro,
quereis
Warren, como cariñosa hermana, á no cometer
una locura. Sólo tengo 4 vos y á mi padre para
servirme de apoyo; mi afecto y amor fué siempre
para vosotros, y en cambio no hallé n unca sino
frialdad. ¡Oh, Warren! sed un hombre digno y
valeroso, y me haréis feliz, evitando tal vez esa
terrible retribucion que deben satisfacer los que
obran mal. Aún es tiempo; escuchad mi ruego;
acaso mañana seria demasiado tarde.
Al pronunciar estas últimas palabras deslizá-
ronse dos lágrimas por las mejillas de la jóven.
Su ruego no conmovió á Warren, porque War-
ren tenia el corazon endurecido. Limitóse á4 dis-
culparse, asegurando que no abrigaba ninguna
mala intencion respecto al indio.
Esto era inútil; la jóven reconoció mejor la hi-
pocresía de su hermano,
Aquella noche, Alicia oró largamente, implo-
rando la protecccion del cielo.
Parecia adivinar que iba á necesitarla muy
pronto.
CAPÍTULO XVI.
GAMBIO DE TÁCTICA.
En la conducta de Elias Rody se habia efectua-
do un cambio notable.
Era muy atento y por demás condescendiente.
Besaba á todos los niños, hablaba con las ma-
dres, y atendia á las quejas de sus esposos.
Con gran sorpresa de los colonos más pobres,
el antes aristocrático gobernador se interesaba, ó
parecia interesarse mucho en los asuntos de to-
dos, y lo quees más extraño aún, algunas veces
echaba mano a! bolsillo para satisfacer urgentes
LOCOSIdada
A AI
BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
Fijábase en las cosas más insignificantes, y pro-
curaba mejorarlo todo.
Por su intervencion se acallaron muchos re-
sentimientos y se zanjaron no pocas disputas en-
tre los colonos; y á su indiferencia de otro tiem-
po habia sucedido un cariñoso interés.
Esto fué obra de algun tiempo, y aquel inespe-
rado cambio dió márgen á que muchos se consu-
rasen 4si propios por haber criticado varias ve-
ces al gobernador, tachándole de hombre orgu-
lloso y de malos sentimientos.
Elías Rody se restregaba con frecuencia las ma-
nos con aire de satisfaccion, como hombre que
está contento de su obra. :
El resultado obtenido parecia haber sobrepuja-
do á sus esperanzas.
Elias Rody buscaba popularidad para satisfa-
cer el más ardiente de sus deseos, y habíalo con-
seguido al fin por completo. :
Despues de haber obsequiado generosamente ú
Oluski, al despedirse de él, sintióse con fuerzas
para dominar su carácter, de una manera que á
él mismo le asombraba.
La negativa del jefe seminola en cuanto á ce-
derle la posesion de la calina, habia sido para el
gobernador tanto más enojosa, cuanto que pare-
cia cerrar la puerta 4 toda futura negociacion.
Conocia demasiado bien el carácter de los indios
para comprender que sus resoluciones eran inalte-
rables.
Esta tenacidad habia sido ya causa desangrien-
tas luchas y devastaciones, tanto para ellos como
para los que trataron de obligarles á, desistir, y
Rody se sintió «dominado por la cólera cuando
Oluski le anunció la resolucion del consejo indio.
Entonces concibió una nueva idea, y para po-
nerla en práctica, comenzó por cambiar de con-
ducta con sus colonos, que al fin llegaron á creer
en todo cuanto les decia su gobernador, mostrán-
dose dispuestos á servirle en lo que pudiera com-
placerle.
Prosiguiendo su maquiavélica política, Rody
aprovechaba todas las Oportunidades. para insi-
nuar artificiosamente su proyecto de adquiririr el
terreno en que los indios .acampaban; y tal fué
su diplomacia, que en muchos casos parecia que
la idea habíaside concebida más bien porsusoyen-
tes que por él, disimulándose así la verdad del
hecho.
Conseguido esto, lo demás era muy sencillo.
Muy pronto comenzó 4 predominar la idea de
que los hombres rojos eran intrusos que no tenian
derecho alguno para usurpar un terreno tan nece-
sario y útil para los colonos; y esta opinion, aun-
que no expresada en alta voz, no dejaba de estar
por eso menos arriesgada, ni era menos sincera,
Los pocos colonos imparciales, y más inteli-
gentes, que se pronunciaban contra los sofisticos
argumentos de Rody, callaron 'al fin, aunque no
por conviccion, sino merced á la promesa que les
hizo el gobernador de cederles varios terrenos.
No faltaron tampoco algunos que, demostrando
cuán falsas eran las razones de Rody, compren-
dieron hasta-cierto punto su objeto, negándose á
prestarle su aprobacion; pero como figuraban en
una insignificante minoría, no era de temer su
influencia.
De este modo produjo Rody una pacífica revo-
lución en las opiniones, atrayendo en su favor el
mayor número.
Pasó el otoño, y comenzó el invierno, si tal
puede llamarse una estacion que en rigor no me-
rece allí este nombre: era llegado el fin de la tem-
porada que pasaban los indígenas en su colina.
Tan pronto como refrescó el tiempo, Oluski y
su tribu destruyeron sus chozas provisionales,
recogiendo todos sus efectos; y seguidos de sus
mujeres é hijos, de los. caballos y el ganado, aban-