Full text: La cautiva blanca

  
  
A lo pi 
  
22 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA. 
—¿Y qué contestó ? 
—Lo mismo que yo; negóse rotundamente. 
— ¡Bien! 
— Cuando me presenté á Elías Rody para ma- 
nifestar la resolucion del consejo, no pareció eno- 
jado, y lejos de ello, mostróse conmigo suma- 
mente amable. 
—¡Amable! 
—Si, tanto que se empeñó en que aceptase unos 
ricos presentes, diciéndome que la amistad de 
Oluski valia mucho más que un mísero es pacio 
de tierra. 
—-Pero supongo, repuso Wacora, que no admi- 
tiríais los presentes. 
—A decir verdad, hubiera querido hacerlo asi, 
contestó Oluski; pero mi antiguo amigo dijo que 
no admitia negativas, y reconociendo que se daria 
por ofendido, admiti. 
La conversacion de los dos jefes fué -interrum- 
pida por la entrada de un indio, guerrero de la 
tribu. 
—¿Qué se le ofrece á Marocota? preguntó 
Oluski. 
—Hablar al jefe Wacora. 
—Marocota, contestó el jóven, puede hablar 
delante de Oluski. : 
—Es preciso que Marocota hable 4 solas cón 
Wacora, si Oluski lo permite. 
El venerable jefe hizo una seña á su sobrino. 
que levantándose al punto siguió al guerrero in- 
dio, deteniéndose á poca distancia de la puerta. 
—Es necesario alejarnos más, dijo el guerrero. 
—Está bien, repuso Wacora; vé adelante y yo 
te seguiré hasta el sitio que parezca conveniente. 
Marocota se alejó unos cien pasos, y detenién- 
dose entonces de pronto, dijo con cierta gravedad: 
— ¿Tiene confianza Wacora en Marocota? 
El jóven jefe miró con asombro á su interlocu- 
tor y contestó con acento solemne: 
—Si; confio en Marocota. 
—¿Y querria Wacora prestar un servicio á 
nuestro jete Oluski? 
— ¡Aunque fuese á costa de mi vida! 
—¿Ama Oluski á Sansuta? 
Wacora miró otra vez admirado al indio; las 
palabras de Marocota eran cada vez más enigmá- 
ticas. : 
El guerrero continuó: 
—Sansuta es hermosa. 
— Todos lo saben, repuso Wacora. ¿Me ha he- 
cho venir hasta aquí Marocota para decirme sólo 
esto ? 
—Los rostros pálidos admiran la belleza de 
nuestras doncellas indias. 
—¿Qué quiere decir Marocota? 
Un rostro pálido ha fijado su atencion en 
los encantos de Sansuta. 
—¡Ah! 
— Y los ojos del hombre pálido brillan de una 
manera singular cuando miran á la hija de Oluski; 
y las mejillas de la jóven se cubren de rubor. 
—¡Su nombre! 
— Warren Rody. 
— ¿Cómo sabe esto Marocota? 
-—Lo sabe porque es amigo de Oluski, y desea 
la felicidad de su jefe. El mensajero de Warren se 
hallaba esta noche en la ciudad, y este mensajero 
es el tullido. 
Wacora permaneció algunos momentos pensa- 
tivo, mientras que su interlocutor le miraba fija- 
mente; pero al fin rompió el silencio, preguntan- 
do á Maracota: : 
—¿Dónde estaba el negro? 
—En el fuerte antiguo. 
— ¡En el fuerte antiguo! ¿Qué hacia alli? 
—Marocota le siguió y vióle penetrar en las 
ruinas; alguno le esperaba ya. 
—¿Quién era? 
  
  
—¡Siempre ese hombre! murmuró Wacora. 
—Marocota, continuó el guerrero, pudo desli- 
Zarse sin ser visto hasta muy cerca de los dos 
hombres y oyó su conversacion. 
—¿Qué decian? preguntó con ansiedad Wa- 
Cora. ; 
—Al principio hablaban en voz muy baja, 
mas al poco tiempo pareció que reñian; Warren 
dió un golpe al tullido con el mango de su látigo, . 
y el negro profirió una horrible blasfemia, sal- 
tando al otro lado de la pared. 
—¿Y oyó Marocota lo que decian antes de 
reñir? 
—81; el rostro pálido reprendia al tullido por 
no haber desempeñado su comision sino á medias, 
y le ordenaba que volviese otra vez para termi- 
narla; el negro rehusó, y entonces fué cuando el 
otro le dió un golpe. 
—Esto es muy singular, Marocota, aquí se 
trata de alguna traicion que es preciso descubrir, 
y para ello se hace indispensable buscar al tullido 
sin perder un momento. 
Si el genio de las tinieblas se hubiese aparecido 
de repente á los dos indios, no les habria produci- 
do tanta sorpresa como la que les causó ver al tu- 
llido presentarse de pronto ante ellos. 
El negro parecia complacerse en la sorpresa 
que causaba á los indigenas su aparicion. 
—¡Hi hi! exclamó, sin querer hablar al pobe 
nego, el jefe indio no tener que ir muy lejos. 
¡Ha! ¡ha! ¡ha! 
— Y ya que estás aquí, dijo Wacora frunciendo 
el ceño, no te irás sin decir toda la verdad. 
—El nego decir siempre la verdad, masa, y no 
tener secretos para el jefe indio. 
Al decir estas palabras, el tullido miró 4 Wa- 
cora fijamente, con la boca entreabierta por una 
sonrisa diabólica, y ya iba sin duda á continuar 
hablando, cuando el jóven jefe le cortó la palabra 
con un gesto, preguntándole cuál era el mensa- 
je de que le habia encargado Warren Rody. 
—j¡Ha! el nego no decir nada delante de testi- 
gos, masa quedarse solo y saber porqué el tullido 
venir á buscar al jefe indio. 
Wacora hizo una señal á Marocota para que 
esperase, y mandando al negro seguirle, alejóse ú 
cierta distancia. 
La conversacion que tuvieron el negro y Wa- 
cora debia ser sin duda interesante, á juzgar por 
los gestos del primero y los movimientos de cólera 
del segundo, que habia escuchado al o e la 
narración con los brazos cruzados y fruncidas las 
cejas. 
Una hora despues, el tullido se alejó en direc- 
cion á las ruinas del antiguo fuerte, mientras Wa- 
cora, reuniéndose con Marocota, que le habia es- 
perado hasta entonces, se encaminaba á la mora- 
da de Oluski. ' 
JAPÍTULO XVII. * 
UNA GITA AMOROSA. 
Como ya hemos indicado antes, el antiguo 
fuerte se hallaba en estado ruinoso. 
En otro tiempo habia sido una imponente for- 
taleza de los españoles; pero abandoríada des- 
pues, la accion del tiempo la redujo poco á poco 
a su actual estado. 
A primera hora de la mañana del dia siguiente 
al en que Wacora tuvo su entrevista con el tulli- 
do, se hubieran podido ver dos personas con- 
versándo junto al muro interior de la ruina. 
Eran Sansuta y Wacora Rody. 
La jóven india habia conseguido ausentarse de 
la casa de su padre sin ser vista, y con ligero 
Daso ' ACanunos Odand SN 
LOSA 
  
  
 
	        
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