34 BIBLIOTECA ILUSTRADA DE TRILLA Y SERRA.
verna situada detras de su casa y mandada abrir
por él; y á ella se dirigió sin ser observado.
Al llegar á la entrada, detúvose de pronto y
pensó en Alicia; pero reconociendo que nada po-
dria hacer por ella en aquel instante, pues cada
vez le debilitaba más la pérdida de sangre, bajó
hasta el fondo de la caverna, y una vez allí per-
dió el conocimiento.
Los gritos de victoria de los indios, el resplan-
dor de la casa incendiada, y los ayes y lamentos
de los moribundos, de las mujeres y de los niños,
habian producido en Elías Rody verdadera an-
gustia, porqué se reconocia como causa de todo.
asado algun tiempo, el gobernador volvió en
si, y acercose á la entrada de !a caverna.
-Comenzaba á rayar la aurora; su tibia luz ilu-
minaba un cuadro que hizo estremecer á Elías
Rody.
Y sufrió un tormento indecible al contem-
plar los horrores que habia ocasionado su loco
egoismo.
Harto vengado quedaba el jefe Oluski.
Demasiado débil á consecuencia de su herida, y
y no atreviéndose á salir aún de su escondite el
gobernador murmuraba:
«¡Mil rayos me confundan! ¡Qué loco soy, y
cuánta es mi ceguedad! 'Podas mis aspiraciones,
todas mis esperanzas se hubieran llenado si mi
imprudente impaciencia no me hubiese inducido
á obrar desde luego. ¡El diablo lleve á esos mal-
ditos Pieles rojas!» ?
De repente sintió un dolor agudo y 'murmuró
con voz débil: E
«¡Agua, agua!» : ,
Otros infelices habian proferido el mismo grito
durante aquella misma noche, pero murieron
sin ser socorridos. ¿Por qué no habia de sufrir él
la misma suerte?
«¡Bien! que venga la muerte, murmuró Rody;
¿qué me importa ya despues de los tormentos que
he sufrido?» : /
_ Elgobernador que permanecía en la entrada de
la caverna fijando su vista en el campo de batalla,
divisó de pronto como una forma humana que
avanzando con furtivo paso, deteníase á examinar
todos los cadáveres.
¡Horror! era un hombre que se ocupaba en ro-
bar á los muertos.
Rody volvió á perder el conocimiento.
Entonces se oyó una voz ronca que hubiera po-
dido compararse con el graznido del cuervo.
«¡Hi, hi, hi! mí hacer la pacotilla con blancos
y rojos; nego estar contento, muy contento, pero
¿dónde ser jefe blanco?»
El tullido continuaba revolviendo los cadáwve-
res, y apoderábase de paso de cuantos objetos le
parecian de algun valor; pero la expresion de su
. semblante no revelaba la satisfaccion.
¿Qué buscaria?
Cuando más ocupado estaba en su repugnante
tarea; llegó á sus oídos una voz que parecia salir
de un monton de ruinas, y que pedia agua.
El tullido lanzó un grito de triunfo; acababa de
reconocer la voz de Elias Rody, precisamente el
hombre que buscaba con tanto afan.
Y al volver en sí el gobernador por segunda
vez, vió ante sí la hedionda figura del negro, que
le arrancó un grito de horror.
CAPÍTULO XXIX.
EL ENEMIGO TRIUNFANTE.
¡Mi encontrar al fin gobernador! gritó el
negro.
—¡El tullido! murmuró Elías Rody.
—Si, yo ser el tullido,
—Dame pues una gota de agua, exclamó Rody
con acento de angustia.
—5i aquí haber un lago, repuso el negro, mi
no darte una sola gota de agua para humedecer
tus labios. E
— ¿Qué quieres decir?
—iJa, ja! Ya haber llegado el dia que tanto es-
perar el nego. ¿No saber gobernador dónde hallar-
se su hijo?
—¡Ah! se habrá salvado, pues no estaba con
nosotros.
—iJa, ja! sí, estar salvado con una buena bala
en la cabeza.
Elías Rody hizo un poderoso esfuerzo, incor-
poróse, y mirando al tullido exclamó con acento
de angustia:
— ¡Muerto!
—Si, bien muerto, y ser el nego quien le ha
tendido el lazo.
—¿Quién eres pues? ¿Eres algun demonio des-
encadenado contra mi? :
—¿Quién ser? ¿No conocerme ya, Rody, masa
tody?
—¡No, infame, no te conozco! ¡Mi hijo muer-
to! ¡Oh Dios mio! ¿qué he hecho yo para merecer
tantas desgracias? »
—¿Qué haber hecho masa? Pues masa haber
hecho lo que no hacer el hombre de más negro
corazon; pero ¿no reconocerme masa?
—¡No, maldito! Déjame morir en paz.
—No, mi no dejar morir en paz á masa Rody,
porque él haber hecho sufrir mucho á mi en vida.
—Pero ¿quién eres?
—Reuben, el hijo de Ester.
— ¿Ester? :
—S$Si, Ester, la esclava del padre de masa Rody,
que ser la causa de su muerte. ¿No conocerme
ahora masa?
Rody exhaló un gemido.
—Si, continuó el negro, yo ser cojo porque
masa Rody disparar un tiro al esclavo, que ser
tambien un hombre como él; pero mi jurar ven-
ganza, y aunque pasar meses y años, no olvidar
á masa Rody, y mí gustar ahora verle morir como
un perro.
,
—¡Infame! murmuró el gobernador con voz
Í o]
angustiosa.
—$Sií, masa Rody enseñarme á serlo; pero mi
ver ahora su agonía y estar contento.
Y al pronunciar estas palabras, inclinóse el tu-
llido sobre el moribundo gobernador, y contem-
plóle silenciosamente con diabólica sonrisa, go-
zándose en sus padecimientos.
—¡Agua, agua! gritó de pronto Elías Rody,
haciendo un movimiento convulsivo; ¡mi corazon
se abrasa! ¡ Demonios, sacadme de este infierno!
¡Lejos, lejos de mi!.. ¡Agua, Ag...!
La voz del infeliz Rody espiró en sus labios;
cubrióse su rostro de una palidez livida, y sus
ojos, desmesuradamente abiertos, se cerraron con
pesadez. ,
Elías Rody habia muerto. :
En aquel mismo instante avanzaba un hombre
hácia la caverna, detúvose cerca de la entrada,
sin sospechar que allí hubiese ningun sér huma-
no, y apoyado en su carabina, contempló en si-
lencio las humeantes ruinas de la casa del gober-
nador. '
Pero de pronto oyó una voz, y pareciéndole
que procedia de la caverna, introdújose en el in-
terior con furtivo paso.
El tullido, seguro ya de que Elías Rody habia
exhalado el postrer aliento, saltaba al rededor del
cadáver con frenética alegría, gesticulando como
un loco.
—¡Hi, hi! exclamaba; ¡ya morir masa Rody! yo
estar mucho contento; ya morir masa Warren!
yo estar más contento; mi ser causa de la guerra
de rojos y blancos. ¡Ja, ja. ja!
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