De repente lanzó el Negro un grito terrible,
Saltó como una fiera herida, y ca yóÓ pesadamente
en tierra bañado en su Sangre.
“a hoja de un largo cuchillo habia penetrado
por su espalda, atravesándole el Corazon.
El hombre que acababa de dar muerte al tu-
llido era Cris Carrol.
—¡'Poma, sabueso negro! murmuró el cazador,
Si has sido causa de una guerra, no lo serás al
Menos de otra. Habia jurado no derramar la san-
ste de los hombres de mi raza, ni tampoco la de
Os Pieles rojas; pero ¡bah! la buya es negra, y
Por lo tanto no he faltado á mi Juramento.
Asi diciendo, Cris Carrol limpió tranquilamen-
be la oja de su cuchillo, y alejóse de aquel lugar.
CAPÍTULO XxXx.
VENGANZA FRUSTRADA.
Llegado al campamento, Wacora despidió á sus
guerreros y entró solo en su tienda.
Durante toda aquella noche no pudo conciliar
%l sueño. :
¿Seria la Sangre de blanco que circulando por
Sus venas le inducia á deplorar la terrible ma-
anza llevada á-cabo entre los colonos, y en la
Jue él habia tomado parte?
¡Extraña inconsistencia de la naturaleza!
El intrépido jefe, que aún se pintaba el cuerpo
“omo todos los indivíduos de la raza de su padre,
Se estremecia a] reflexionar sobre el terrible drama
Ma de aquella noche. E
arecíale sin duda que el espíritu de su madre,
Vagando á su alredor, le decia con voz dolorosa:
“Eran séres de mi raza y tambien de la tuya,
debiste reprimir tu mano antes de inmolarlos
ras de tu venganza. »
y Wacora habia inclinado la cabeza sobre el pe-
“ho, y SUspiraba de vez en cuando dolorosamente.
nj Pasaron las horas sin que se moviese del
Pismo sitio,
. Una lucha de encontrados sentimientos aneus-
“Da su corazon.
“He obrado como debia, murmuró al fin, y
liyyugo por testigo al Gran Espiritu. Para aASegu-
- el Porvenir de la raza de mi padre cerré mi
hy ZOn a la piedad; no he precipitado á mis guer-
98 contralos rostros pálidos sólo por satisfa.
NN Una venganza; era para que comenzasen la
RL obra de la tesgeneracion, reconociendo su
La y Su derecho.
Mo
aCora, como ya hemos indicado, soñaba en
"to en la independencia de los Pieles rojas,
homo hombre de energía y fuerte corazon, no
iba que al fin conseguiria su objeto.
Menzaba ya á despuntar el al a, cuando el
dio, desechando al tin sus tristes ideas, sa-
Ne su tienda para ir á reunirse con los guerre-
€ la tribu,
le el mismo momento, vió á Maracota, que
Ji "caba lentamente. . ad
y tonces, despertóse de nuevo en Wacora el
kh Uento de ódio, adormecido Poco antes, por-.
lingduel guerrero era el encargado de buscar 4
Ros aborrecido enemigo. y
Inóven jefe com prendió por las miradas de su
A Wero que este iba á comunicarle alguna no-
y Acercándose á él, le dijo:
KsPla, Maracota, ¿le has encontrado?
Ry Ya le encontré.”
o otiero á Warren Rody ; no te equivoques,
¡NA dime si es de él de quien hablas, y dón-
Isla en este momento. :
) Maracota ha encontrado 4 Warren Rody.
ñf. 10, bien! esto es todo cuanto deseo por
0)
, A Se uctor.
vé de buscarle, y Vea yo el rostro de ese mi-
LA CAUTIVA BLANGA. 39
—¿No me oyes? gritó Wacora; quiero que traj-
sas aquí á ese rostro pálido, para que yo yea el
terror pintado en Sus facciones, y el estremeci-
miento que debe causarle mi presencia.
Maracota no contestaba.
— Por. el Gran Espíritu, exclamó el jefe, ¿por
qué no me obedeces al punto? ¿Por qué no me
contestas ?
—Porque Maracota teme la cólera del jefe,
— ¡Un guerrero indio temer! ¿Qué quieres
decir? ; : ,
—(Que he desobedecido las órdenes de Wacora.
—i¡Miserable! ya comprendo; le has dejado es-
capar.
—No ha escapado,
—Pues ¿qué es de é] entonces? Habla, en nom-
bre del Gran Espiritu: ¿tenia demasiadas fuey-
zas? Si es así, vOy á reunir 4 mis Suerreros, y
-4Unque cueste la vida de todos, juro que me apo-
deraré de ese hombre. ¡Contesta de una vez, Ma-
racota, Ó teme mi cólera! :
—Maracota merece castigo, :
Wacora dirigió al suerrero una mirada furiosa,
y á duras penas pudo reprimir un movimiento
amenazador.
—i¡Basta de misterios! gritó.
blanco?
— ¡Ha muerto! '
El jóven jefe dió un salto hácia Maracota
T—¿Le has matado tú? gritó.
—8i, yo le mate, ;
Wacora levantó su tomahawk como para herir
al guerrero; pero Maracota no se movió. .
Aquel sereno valor pareció conmover al. jefe
indio, que arrojando su arma al suelo, exclamó:
—¡Miserable! me has robado mi Venganza;
permita el Gran Espíritu que tu brazo no pueda -
volver á levantarse más. ¡Maldito seas! ¡maldito
seas! :
Maracota inclinó la cabeza sobre el pecho; no
se atrevia á sostener la furiosa mirada de su jefe,
mas temida aún que el golpe de su tomahawk.
. Durante algunos instantes reinó el más- pro-
fundo silencio ; Wacora recorria Su tienda de un
lado otro. comoun tigre encerrado en su jaula.
CAPÍTULO XXXL
¿Dónde está el
,
UN ESPECTÁCULO TRISTE, '
Pasados algunos momentos, delúvose el jete
indio ante Maracuta y le dijo:
— Quiero saber cómo ha sucedido eso; dímelo
do a
El guerrero refirió los detalles que habian prece-
dido á la muerte de Warren, .
—¿ Y es verdad que hicistes fuego contra ese
mónstruo para salvar la vida de Nela tu?
—Lo juro. bo: yd
—¿ Y dónde está, Nelatu?
—Miradle; ya viene hácia nosotros,
Wacora miró en. la direccion que le indicaba
el guerrero, y vió efectivamente a Nelatu que
avanzaba, llevando 4 Sansuta cogida de la mano.
La hermosa jóven parecia absorta en la con.
templacion de algunas flores salvajes, que iba
deshojando poco á poro.
Nelatu cogió del brazo á su hermana para ir al
encuentro del jefe indio; pero en aquel instante,
precipitóse entre ellos un guerrero gritando:
— ¡Buena noticia! ya se ha encontrado el cadá-
ver de Rody, el jefe de los rostros pálidos.
Cual movida Por un resorte, Sansuta arro Ó
las flores que deshojaba, y comenzó á correr de
un lado á otro, como poseida de un salvaje fre-
nesi, y lanzando agudos gritos, la
—¿Dónde está. dónde le habeis as