Full text: Tomo 1 (001)

EL PAN DE LOS POBRES 
165 
  
—¡Ah! ¿Eres tú, 
O viniste ayer? 
_—No siempre puede un hombre dispo- 
Der del tiempo — dijo Bernardo condu- 
qeendola cogida de la cintura hacia el in- 
trior de la habitación, 
—Pero yo quiero verte todos los días, 
"Y yo no deseo otra cosa. 
Además, nuestra hija Clotilde nece- 
a tus besos, tus caricias, Bernardo 
Bernardo y la joven llegaron hasta 
- Mia pequeña sala, dulcemente cogidos de 
a cintura. 
Sobre un velador de pino cón almoha- 
e de bayeta verde se hallaba un quin- 
. 
Bernardo? ¿Por qué 
Junto al velador úna silla baja de Vi- 
toria y una banasta llena de ropa blanca, 
Los demás muebles se reducían a media 
docena de sillas de paja, una cómoda de 
Pino imitando a caoba, un pequeño es- 
Pejo y una cuna de mimbre. : 
En la cuna dormía una niña de pocos 
Meses de edad. 
: ra hermosa como uno de esos queru- 
bines que nos ha dejado Murillo en sus 
“Uadros, 
—¿Tú ves esa sonrisa que juguetea en 
los labios de nuestra Clotilde aun en sue- 
os? Pues es tuya, porque en su sueño 
“e angel cree que le acaricia su padre. 
bernardo se quedó inmóvil, con los 
brazos caídos y la mirada fija en la niña. 
4 Madre de aquel ángel dormido, a 
Quien conoceremos con el nombre de 
"tancisca, apoyó cariñosamente una Má. 
RO subre el hombro de su amante, y re- 
USO: 
—¿Tendrás. corazón para abandonar- 
109? 
Esta pregunta causó viva impresión a 
Bernardo, y sentándose en una silla, 
: 230 fuera rico, no me separaría de 
Vosotros; pero soy pobre.. A 
Y exhalando un suspiro, continuó; 
Es preciso que parta. 
 Prancisca sentóse a su vez en la silla 
aja. 
—Ya sabes que no tengo más voluntad 
le la tuya—dijo Francisca dirigiendo 
a mirada de amor a Bernardo—. Si 
Tles, te esperaremos La a Dios. E, 
ti 
A AE sí, oelioacblaib Ber. - 
- gas. 
rdo—, Necesito tener oro, mucho oro, 
América es la tierra de las grandes for= 
unas, Tú me conoces, Francisca, y Sa- 
que por Asegurar la suerte de esa 
pobre niña sería capaz de cualquier co- 
sa. Así, pues, no me rompas más la ca» 
beza, 
—Está bien; no te hablaré más del 
viaje. 
—Eso desto, 
Bernardo apoyó los codos en las val | 
llas y la frente en la palma de las mas 
108. 
Entonces aquel hombre emision ya 
no era el joven escéptico que burlándo- 
se de los santos lazos de la familia prego= 
naba en el café la independencia del cé» 
libe. : 
La idea de separarse de aquella niña 
_le tenía preocupado. 
Francisca, pobre huérfana, había teni. 
do la debilidad de enamorarse de Ber- 
nardo; y de estos amores, que no había, 
sancionado la Iglesia, era Clotilde el 
fruto. : 
Sin embargo, Francisca Jamás echaba 
en cara a su amante su insegura posi- 
ción, su difícil estado. 
Era madre, y amaba a Bernardo, pa- 
dre de su hija. 
La separación le afligía, 
—Tal vez no vuelva—se había dicho 
muchas veces durante las largas horas 
de insomnio en que, pensando en el por- 
venir de su hija, lloraba er silencio en 
el modesto albergue que le había depa- 
rado la suerte—. Y si esto sucede, ¿qué 
será de Clotilde?... Le aguarda el mismo 
porvenir que a su madre. 
Bernardo permaneció más de treinta 
-minutos en la misma actitud. 
Francisca cosía a la luz del velón, mi- 
rando de vez en cuando con compasivos 
ojos a su amante, al primer hombre que 
se había apoderado de su alma, al que 
amaba con todo su corazón, con toda la : 
vehemencia del primer amor, 
—Te va a doler la cateza—dijo por 
fin—. ¿Qué tienes? ¿Por qué me. ocultas 
tus pensamientos? 
—Nada; pensaba en mi próximo viajes 
Tal vez no saldré solo de Cádiz; es pro= 
bable que me acompañe un amigo de la 
infancia a quien he encontrado My por 
una casualidad. : 
—Eso al menos te servirá de distrac. 
ción durante una travesía tan larga, 
—Sí, me distraerá, dices bien, 
Y volvió a guardar silencio, La 
Un reloj de torre dió once campana» 
Berna do se levantó, : 
E marchas? E 
86 e sabes pes a : las once Y. media 
 
	        
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