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CAPITULO VI]
A
UN MILLON DE DUROS
Una noche Bernardo oyó entre sueños
el agudo timbre de la campanilla de su
tío. ,
Se incorporó crey éndose al pronto que
soñaba, pero el eco metálico que retem-
blaba encima de la cabecera de su cama
le convenció de lo contrario,
Se echó a tierra, se puso las botas, se
envolvió en una bata, cogió una palma-
toria y se dirigió ca Os al
Cuarto de don Gregorio. '
El viejo, incorporado en su cama, te-
nía la mano derecha extendida hacia la
puerta, y la izquierda cogida al llama-
dor de la campanilla.
Al ver a Bernardo, exclamó:
a hijo mío, ven..
-—Pero, ¿qué es eso, qulridp tí0? e
- Don Gregorio miró a Su fingido sobri-
o con ojos vidriosos y hundidos. Estaba
pálido, o, por mejor “decir, lívido como
un cadáver; en su frente brillaban algu-
Das gotas de sudor.
Bernardo se dijo,
mismo:
«—Esta noche se muere; eto va bien.
hablando. consigo
Don Gregorio cogió las manos de su
sobrino, y “mirándole con fijeza, dijo:
Hace "próximamente un año que vives
conmigo... nO Me' has dado nunca mo-
¿MYO, 08 * queja...
-QhO.., estoy contento de ti, y creo que ha
legado la hora. de 308 hablemos de in-
: tereses.
—;¡ Querido tío! — exclamó Bernardo
abla: hipócritamente al, anciano y
afectando una emoción que distal muy
- lejos de sentir.
- —FHace un momento-—continuó-, bt
de he tirado del llamador de la campa-;
nilla, creí morirme. Un fríc horrible me
subía desde el estómago al Corazón, se
oscureció la luz de mis. ojos y comencé:
A a sudar gotas de hielo. Esto me asustó,
porque tenía que decirte algo interesán-
E te, Por torta Óe voy, reponiendo,, m0.
eres un buen mucha-
hallo mejor; pero como este ataque po.
dría repetirse, ya que te hallas aquí, ha*
blemos. Si n>) hoy, mañana mi muerie-
es segura. Dame una cucharada de esé
cordial que me recetó ayer el médico.
isa bebida me reanima, me transmite
una vida ficticia, pero al fin y al cabo eS :
vida. Siéntate y hablemos,
Bernardo hizo como que se enjugaba
los ojos, dió una cucharada del jarabe
al viejo, cogió una silla, la puso junto
a la cabecera de la cama y se sentó, apor
derándose cariñosamente de una de las.
manos del moribundo.
“—Hace seis años, hijo mío, que, ago
biado por el peso de la» edad—dijo el vie”
jo con débil acento—, me separé de 103
negocios, reduciendo a metálico todas
-mis posesiones; es decir, el ingenio y 1as
plantaciones, reuniendo una fortuna de
veinte millones de reales, e
Bernardo hizo un violento esfuerzo par.
ra disimular su inmensa alegría. En suS
sueños de ambición nunca. había codie
ciado tanta riqueza. A
-—Un millón de ab el vie
jo—es una cosa regular, sobre todo pará
un europeo, Como al retirarme de 103
negocios me hallaba achacosó, me dijes
«Basta de tanto por ciento y de afanes;
lo que tengo no puedo comérmelo, aul
«que fuera un derrochador. Si viene An-
tonio encontrará su herencia en. buenas
onzas de OTrO.»
El anciano se detuvo, dejó asomar un
«fría sonrisa a sús pálidos labios, y €3”
tendiendo el brazo en dirección al fondo
Ge la alcoba, donde Se veía un gran cuar
dro, cont inuó:
_—Detrás de ese lienzo se Bella! un a
mario de hierro empotrado en la pareós
“en el armario tienes todas mis econo.
mías. “Cuando deje de existir, encontra”.
xvás la llave debajo de mi almohada. E
testamento que te instituye mi herederó
- se halla. también" en e armarlo; lo. ni