Full text: Tomo 1 (001)

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CAPITULO IV 
EL TIRANO DE LA CASA 
Apenas había caído el portier del des- 
pacho del banquero dando paso a Luis 
de Nestal, cuando éste, exhalando un sus- 
Piro y Nevándose la mano al Saedidis mur- 
' Inuró en voz baja; 
_ —Es preciso sufrir, es indispénsable /. 
dominarse; el león indóraito se resigna 
dentro de los fuertes hierros de su jaula, 
y en sus horas de calentura recuerda el 
desierto. 
E poniéndose el sombrero, avanzó por 
el ancho pasillo en direcal ón a las q: S 
pero yo no quiero que le guarde usted 
rencor. 
Y Clotilde, que conservaba la mano de 
Luis entre las suyas, la apretó, demos» 
trándole su aprecio. 
El marqués retiró la mano y dijo: 
—Doy a usted las gracias por el inte» 
tés que por mí se toma, y ruego me per= 
mita usted ir a las oficinas, 
—No será sin que antes quede plenás 
mente convencida de que se ha borrado 
de su memoria la inconvenjensia de emi E 
padre. 
ñ Luis caminaba con did: ojos bajos y pre- 
ocupado con la escena que había tenido 
lugar pocos momentos antos; pór eso sin. 
ida mo observó que, abriéndose una 
Puerta, salió por ella una joven de veinte 
veinticuatro años de edad, elegantemen- 
vestida con uno de esos caprichosos 
trajes de mañana, especie de bata de ter- 
iopelo verde oscuro con profusión de 
gremanes de seda, 
ciones un tanto varoniles, y. de or, mo. 
reno. 
Un fisonomista. hubiera tetdo; en 1 
enérgicas lineas de aquel rostro los son" 
timientos del corazón, 
Buenos días, Luis — : dijo 14 joven 
tendiendo una mano. fina y elegante, en 
cuyos dedos brillaban, 
Preciosas, 
—¡Ah! ¿Es usted, selorlk ta Clotilde? 
adre. 
«Y ha bánido razón vara boat ó 
Me; 
un jornal y no cumple las horas de trar 
bajo roba el sueldo que percibe. 
Luis pronunció estas palabras con acen- 
tó de profunda amargura. 
—Vamos, veo que está mato enojado cl 
un momento. en mi 
ai padre; tiene usted 1ozón para ello; 
el pobre que ofrece sus servicios por . 
Luis fijó una mirada Maté: de lciad 
cimiento en la hija del banquero, Y Eo 
puso; 
-—Debo a usted ruénak atenciones pa- 
ra que le niegue lo que me pide, En mi 
pecho nunca envejeció el rencor; no vol- 
veré a acordarme de las palabras que 
me ha dirigido su padre, pero tampoco 
daré mot 1yo pora que me des vuelva A 
, Girigir, 
Era la joven .hermosa, aunque de fa 
Y alitando continuó su camino, 
Clotilde, durante un sat ht le A 
1 con Ja mirada, 
De pronto, como si un pensamiento 
asaltara su mente, dejó asomar a sus la- 
_bios una sonrisa, y desapareció por la - 
- puerta, llegando con aca rápido a su AN 
de habitación. A 
algunas Piedras... 
Cuando la dongella entró a decirle que 
don Bernardo y el conde de San nd 
—Sí, yo, que he dido las inconvenien- | 
es palabras. que mba de diiginla, al 
ee exclamó. 
“Apenas acababa de sentarse en un sofá, 
pedían “permiso para entrar. ' A 
—¡El conde! po venido: el conde? Del o 
 —AsÍ DATeCe. 0. 
Clotilde reflexionó ul instonte, muro: 
rando en voz baja: 
-—Buena ocasión, 
- Y levantando la voz, continuó: : 
> Di a mi padre: que puede entrar, Y” 
1 señor conde que le suplico me espere 
lón de música, adoM+ 
 
	        
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