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CAPITULO VII
UNA AMISTAD ELECTRICA
Al día siguiente, muy temprano, Juan
Muro, con su: pata de palo y apoyando
.el cuerpo en su bastón-Mmuleta, entró en
un angosto portal de la calle del Avema-
ría, en donde una vieja, cubierta de ha-
rapos, mecía, sentada en el batiente de
la puerta, a un niño de pocos meses,
—¡Salud, buena mujer! — dijo Juan de-
teniéndose delante de su interlocutora.
-—¿Qué se ofrece? — le respondió con
EE malhuntorado. :
is usted la portera?
ES esta casa no gastamos gollerías.
En las casas de los pobres se entra sio
necesidad de portero,
Juan, que a dejarse llevar de su genio
_ patero dejando el martillo y el tirapié
hubiera sacudido un palo a la vieja gru-
ñona, no paretiéndole conveniente las
insinuaciones enérgicas, se sonrió por
fuerza y dijo:
—En verdad que tiene usted razón;
pero mi pregunta no era sin fundamento,
pues me convendría vivir en esta calle,
y quisiera salber si en esta casa se halla
por a
buhardilla.
- — —Entonces puede usted t omarse la mo-
—lestia de subir por la escalera del patio
- ciento catorce escalones, y preguntar en
los corredores de arriba si se halla lo
- que usted busca. ;
-— Y la vieja, dando por id la
conversación, se puso a moecer al niño,
cantando con una voz desentonada y
agria, muy parecida al ruido dle una ca-
ña cuando se raja. -
Juan Muro se. revistió de pacieñciós E
se dijo para su capote:
Esta será alguna inquilina de la casa.
Mejor es hacerse el sordo a sus groserías
que armar un escándalo.
Y entró resueltamente por de portal,
_Nlegando al patio, en donde un zapatero :
de viejo cantaba con todos los tonos de
leg, ría. a Mempo ae cacas una
y
alquilar algún cuarto interior. o cit ne
Juan era fisonomista, y la del zapate-
ro le pareció que era de un hombre de
bien, contento con su suerte y:su trabajo,
—¡Hola, buen amigo! — dijo Juan de-
teniéndose delante del zapatero, que le-
vantó la cabeza, y viendo a Muro soltó
una ruidosa carcajada.
—¡Calla! ¿De dónde sales tan hecho pe-
dazos? — le preguntó.
Juan creyó que lo más conveniente era
reirse y captarse la voluntad de aquel
¿alegre trabajador, y sacando una peta-
ca del. bolsillo, dijo con la misma ae
: liaridad:
fumas?
tuviera siempre — exclamó el za-
—¿TÚ
—Que
“y cogiendo la petaca; pero a veces está la
patria tan oprimida, que para alimentar
e: vicio es preciso hacer lo que los «sil.
bantes», recoger colillas.
Pues si yo me mudo a esta casa, qe E
lo sabss desde ahora, siempre que quie= je
ras fumar me lo dices, porque a mínose
me acaba nunca el tabaco. NI
- —¿Eres empleado de la fábrica?
Er soy, como ves, un inválido,
Ya lo creo; tú gastas la mitad del cal»
shit que la io de los hombres,
—Cierto: sólo tengo un pie. bi
Y, Jun: y el zapatero se rieron con la
misma franqueza que si hubieran sido
dos antiguos amigos.
Hecho el cigarro y encendido, Juan, a
quien no discustaba aquella franqueza
adquirida tan de xeDEnea, bed de
este modo: EE
Hombre, yo he entrado en esta casa ;
porque me convendría vivir en ella, y si
hubiera —desalquilada alguna bubardi-
e y
No la hay; pero ahí tienes un cuarto
bajo que renta. cuarenta Y ocho imei
y está. vabló. ,
—Los cuartos del patio son. siempre |
Al Teenos. tpnaujlos. que, los. del último 2100