EL PAN DE LOS POBRES
—Lo soy en esa parte,
: ES qué sacamos en coX esuendia que
-£l ilustre y millonario conde de San Pa-
blo tiene penas?-—exclamó el marqués.
“¿Y quién no las tiene? Aunque debo
Confesdy que también disiruto algunos
at en esta Sr yO no soy, como us-
ted, narqués: confieso que la cosa más
peque eña me Inarembn.,
o “Lo que es una desgracia,
?=0 una fortuna.
—Veo que' pensamos de di E la modo;
Y en ese caso, aconsejaría a usted, que-
I:do conde, que no se ena Pp DUNCA.
¿1 Eo es para mí un sentimiento
del alma
eS ero bastardearlo. jamás.
—Cómo' yo, ¿ho es verdad? :
- —Juzgo mis acciones, y deje: 4 Cuida
do de juzgar las ajenas a la conciencia
—¿Persiste usted aun?
Y persistigo PA
tan grande, tan puro, que no:
E
Y el conde, a quien sin duda iba dis-
gustando aquella reunión de insustan-
ciales libertinos, sacó el reloj y dijo:
—¡Diantrel Señores, me quedan muy,
pocos minutos de permanecer aquí, Pido,
pues, que me sirvan una taza de café, y,
voy a tener el sentimiento de ausentarme,
—LEspero que a última hora tendremos
el gusto de ver a usted en 108 salones del
banquero Alamen,
—No faltaré, dl ?
—Yo, señores, tengo” que ir a buscar
a mi esposa—dijo Núñez, ,
—¡Bah! Irá sola sia. las once no has
ido por ella—repuso el merqués--. Mar-
garita no falta nunc a, y? Las srándes I8-
uniones. oa E |
Poco después, Ad e de dan Pablo
salía de la fonda, de As adonde
- quedaban de
de banquete,
Sus compañeros