CAPITULO 1X
RA
POR EL 0J0 DE LA CERRADURA
—Pero, señor don Jaime de mi vida,
¿de dónde sale usted a estas horas?
Estas palabras en tono declamatorio
fueron las que pronunció la patrona de
Núñez al verle entrar por la puerta.
Don Jaime se libró como pudo de la
curiosidad de la pupilera entrando en su
cuarto.
Su primer idea al hallarse solo fué si
le habrían robado, y vació sobre la me-
sa los bolsillos.
Nada le faltaba: tenía su cartera con
los billetes de Banco que había puesto
la mañana del día anterior, su puñal, y
además la carta de Ernesto y el papel
-timbrado.
Quedóse mirando la carta, y de repen=
e exhaló un grito de gozo.
Acababa de ie un pensamiento
infernal.
—SÍ, eso es—se dijo—=; ella acudirá al
reclamo, ella vendrá a la cita, y enton-
ces... ¡0h!, entonces me vengaré,
dose como un idiota.
—Hay casualidades que no tienen pre=
cio—se decía—. Yo hubiera dado por es-
ta carta todo lo que me resta de mi pa- Jerónimo Paturot se preguntaba:
sada fortuna... y ha caído en mi poder
€in costarme un céntimo...
Don Jaime soltó una carcajada. El in-
feliz sentía vértigos, Se le inyectaban los
Ojos en sangre y se estremecía su cuerpo.
“Indudablemente al verle en aquel estado,
n facultativo le hubiera mandado sano
rar,
La patrona, a quien extrañaban deste
“algunos días las excentricidades de don
E hongo al árbol que le alimenta,
Jaime, solía decirse:
.—¡Pobre señor! Se conoce que: amaba Si
A su mujer con delirio, y mucho me te-
“mo que mo le cueste el divorcio una €n-
ermedad; como no pierda la razón, por-
que le veo hacer cosas que, a la verdad,
No son muy «católicas», Je
El día que nos ocupa crecie 03 las $08»
os oa
Núñez contemplaba la carta, “sonrién»=
pechas de la pupilera, pues, acosada. por
la curiosidad, $e puso a observar a don
Jaime por el ojo de la cerradura,
Lo que vió doña Práxedes (éste era el
nombre de la patrona) a través de la
cerradura, hubiera alarmado, no a ella,
que tenía extremada sensibilidad tratán-
dose de los huéspedes que pagaban con
exactitud, sino a la persona más fría 4
indiforente del mundo.
Don Jaime, sentado junto a una: mesa,
se entregaba a los más excéntricos y es»
trambóticos arrebatos.
Unas veces descargaba terribles puñe-
tazos sobre la mesa, otras se reía, sol-
tando estrepitosas carcajadas; pero lo
más terrible, lo que puso de punta los
pocos cabellos de doña Práxedes, fué un
puñal que el huésped blandía de vez en
cuando con la mano derecha, mientras
que con la izquierda agitaba un papel
manuscrito que se asemejaba a una
carta.
Entonces la bnpllira sentía que 16 fla-
queaban las piernas, que el corazón se le
reducía hasta el tamaño de un grano de
lenteja, y con una entonación digna de
—¿De quién será esa carta? ¿Para qué E
querrá ese puñal?
. Práxedes en aquel momento no, hubie=
ra servido el chocolate a su huésped por
- todo el oro de las dos Californias,
A pesar del miedo que le causaban log
_visajes de don Jaime, era en la patrona
tan poderosa la curiosidad, que conti-
nuaba pegada a la cerradura como el
Dios sólo sabe el tiempo que ' hubiera;
permanecido en aquella actitud, a no
sentir una máno que se “apoyaba taral- :
liarmente en su espalda.
La patrona volvió rápidamente el cuer.
po, pues el estado de su espíritu se ha.
- lNaba predispuesto a sobresaltarse, y se
El Pan de os Pob. T, 14