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CAPITULO XI
EL BESO DE LAS MADRES
- Aquella misma noche Antonio se pre-.
sentó en casa de Margarita. Loreto, Có-
no la anterior, le dijo que su ama se ha-
llaba indispuesta y que no dit reci»
birle.
Cuidar era tan ingenuo, tan sencillo,
amaba con tal vehemencia, que se quedó
aturdido al oír a la doncella,
«Yo necesito ver a Margarita—dijo.
-—Es imposible: me tiene dada orden de
que no se la moleste,
—¡Ah! Nunca hubiera creído que mi,
Presencia pudiera molestarla,
—¡Pero si está enferma!
—Si está enferma, ¿qué inconveniente
tiene en que yo paño. la velada Juudo a
su lecho?
Ante esta exclamación Loreto se PAGO:
gió de hombros; y Antonio, comprendien-
do que sólo atropellando a la doncella
podría entrar en el gabinete de la seño»
Ta, se retiró con el corazón lleno de du-
+ A .
Cuando el hombre se Sillas en esa ba
mosa primavera de la vida; cuando: en
“medio del paraíso de 6us ilusiones reciba.
el primer desengaño de'amor, difícilmen»
te puede ocultar la pena que experi-
menta.
La juventud tiene algo en el semblante
de la trasparencia del cristal; por eso
deja ver con facilidad: lo que pretendo
ocultar en el corazón.
El disimulo, el fingimiento, no son Co»
munes cuándo se vive en medio de la
esía de los veinte años.
Antonio acababa de recibir un golpe Y
tan terrible, que durante algunas horas
no supo qué hacer: Maquinalmenle vagó:
or las calles de Madrid, hasta que, sin-
indose fatigado, se retiró a su casa.
Por la primera, vez en su vida se ol-
dó de dar a su madre el puro y sabroso |
so que desde pequeño dabá y recibía
todas las. noches antes de cio
centro,
Semejante olvido hizo"derramar abun-
dantes lágrimas a doña Agueda,
Las madres son siempre celosas del
amor de sus hijos; esto es natural, Dios,
eterno conocedor de todo lo creado, puso
una fuente de inagotable ternura en el
corazón maternal.
Acostumbradas desde que comienzan al
amamantar a sus hijos a llamarles reyes,
príncipes y otras cosas porel estilo,
cuando los ven hechos hombres, como la
costumbre es una segunda naturaleza,
creen efectivamente que llegaron a tan
aita dignidad, y no encuentran munca '
“una mujer, por rica, por virtuosa, por
bella que sea, bastante grande para que
les robe el amor de aquel trozo de sus en-
trañas; y
Por eso las madres no perdonan. nunca.
a las nueras el habérseles llevado a sus'
hijos.
Este es un rasgo de egoísmo tan subli-
DAA, que se admira y 6e dispensa,
La vida no es otra cosa que una Car»
dena. Todos pasamos por los mismos es.
- labones, con la única diferencia que hay,
cadenas de cobre, cadenas de oro y cas
denas de rosas. Sin embargo, todag ellas
tienen tres eslabones . exactamente iguar
_les: el "primero, que es el nacer; el del
bello y perfumado, que es el
amor; y el último, trío y. triste, que es la ]
muerte,
Doña Agueda sabía. que Antonio se ho» ¿
llaba en casa. El péndulo: acababa, de dar
la una de la madrugada.
Allado de la madre ño hallaban Lula.
LÁGNCIA.
--Antonio se olvida. ie noche de su
-madre—dijo. doña Agudo extalendo un
suspiro. | las
Luis se levantó. a e E mis
No, no le llames... BATA poh días
que observo que se halla preocupado...
Tal vez tenga alguna pena, y cuando se
dE Butte, el corazón gusta trucho de la soles
A pan n do los pobres. Y, e.