- EL PAN DE LOS POBRES
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«—Vamos, vamos, abrazad a vuestro
padre; yo lo quiero. Nada temáis,
Los niños, sin perder del todo la re»
pugnancia que les inspiraba, se acerca-
ron a su padre, permitiendo que éste los
abrazara y besara,
Carlos contemplaba aquel grupo con
cierta complacencia,
—¿Pero ya no me queréis?—exclamó
Tomás besando a sus hijos—. ¿No 08
acordáis de vuestra pobre madre?
—¡Ah!, sí, de nuestra madre nos acor.
damos mucho — respondió el mayor—,
¡Ella nos quería tanto!....
Esto era una terrible acusación para
el padre, que tan abandonados los tuvo,,
—Decís bien. Ella os amaba mucho, *
ella se quitaba el pan de su boca para.
dároslo, mientras que yo... O
Tomás hizo un gesto espantoso, rechi-
naron sus dientes, y apretó los puños.
Los niños corrieron de nuevo a refu-
giarse detrás del conde, creyendo sin du-
da, que su padre iba a pegarles.
- Tomás se pasó repetidas veces la ma»
no por la frente como el hombre que de-
seg strenarse,
—No temáis, hijos míos: vuestro padre
ya no os pegará más; por el contrario,
08 probará que se arrepienté de todo el
daño que os ha hecho, Podéis ir a la cla-
- se. Tengo que hablar con el señor conde,
con vuestro noble y generoso protector,
—Dad un beso a vuestro padre, y mar-
chaos—les dijo Carlos.
Los niños obedecieron. E
Tomás, después de besarlos, demostró
al conde con una mirada su agradeci-
miento. :
—Se*or don Carlos—dijo—:
hablar con usted en secreto,
—SÍgueme. i
Carlos condujo a Tomás a su despa.
cho, cerró la puerta por dentro, le indi-
có una silla, y añadió: 4
—Siéntate, y habla lo que quieras.
- —Señor conde, es usted un hombre tan
- bueno, tan honrado, como infame y Mi-
serable soy yo. Lo que hizo usted por mi
- mujer, lo que hace en la actualidad por
mis hijos, me prueban que no todo lo
que calienta el sol es digno de despre»
cio; y es tanto el respeto que usted me
inspira, que no sé Si tengo derecho para
mirarle a la cara. Pero yo no puedo se.
guir así; mi sueño es intranquílo, siento
dentro del pecho como una brasa
fuego que me abrasa la sa. 18r
mis horas de soledad la yoz «
a
quisiera
halla en' el Saladero, como e
- porvenir de mis hijos.
Agustina que me reconviene, y estoy de»
cidido a hacer algo bueno, en pago de
_lo mucho malo que hice desde que el de-
monio del juego me separó de la senda
del trabajo y de la honradez.
Tomás se detuvo. Carlos, sentado en-
frente da aquel hombre, le contemplaba
con serenidad, estudiando los efectos del
remordimiento,
Tomás sacó del bolsillo de pecho del
gabán una abultada cartera que puso
sobre la mesa. |
—Esta cartera—continug Tomás—en.
cierra el resultado de mi último crimen.
En el mundo no hay hombre que me
inspire más confianza que el conde de
San Pablo. Yo'le entrego, pues, todo lo
que poseo para que él a su vez lo entre-
gue, el día que lo. crea conveniente, a
mis hijos, que ya no me verán más.
—Pero bien: ¿qué contiene esa cartera?
—Hace quince días encerraba cerca de
cien mil duros; hoy sólo contiene la mi.
tad. : | :
—¿Es un robo?
—Sí, un robo que he hecho para mis
hijos, qe
—¡Tomás!, tus hijos no necesitan el
dinero del crimen—exclamó con Mmoble
indignación Carlos—, Es preciso que de-
vuelvas esa cartera a su dueño.
—El dueño de esa cartera es cien veces
_ Más infame que yo. Sus manos están
manchadas de sangre; ha querido per-
derme, me ha engañado, es un misera-
ble asesino; pero la ley no puede casli-
garle con todo su rigor. :
Carlos se puso en pie. : po
Las palabras de Tomás le hacían con.
_Cebir una sospecha.
—Tomás, creo que Dios es el que te ha
conducido hoy a mi casa, Quiero saber
de qué modo ha llegado a tus manos esa.
Cartera, quién es su verdadero dueño,
cuál es el nombre de tu víctima, porque -
sospecho «que será favórable para un
amigo inocente el resultado de tus reve-
laciones, AA IS
—Señor conde, a pesar de mi rudeza,
de mi conducta pasada, conozco que el
arrepentimiento no sólo debe practicar=
se con palabras, sino con obras, y ven-
- go dispuesto a sacrificarme; pero confié-
- So que no me ha movido tanto la honra
del inocente Ernesto Roviralta que se iS
l asegurar el
Carlos lanzó un grito, y sin poder con- '
ner su alegría, exclamó; a
- El pan de los Pobres, —T, 11.53