Full text: Tomo 2 (002)

- EL PAN DE LOS POBRES 
209 Y 
  
«—Vamos, vamos, abrazad a vuestro 
padre; yo lo quiero. Nada temáis, 
Los niños, sin perder del todo la re» 
pugnancia que les inspiraba, se acerca- 
ron a su padre, permitiendo que éste los 
abrazara y besara, 
Carlos contemplaba aquel grupo con 
cierta complacencia, 
—¿Pero ya no me queréis?—exclamó 
Tomás besando a sus hijos—. ¿No 08 
acordáis de vuestra pobre madre? 
—¡Ah!, sí, de nuestra madre nos acor. 
damos mucho — respondió el mayor—, 
¡Ella nos quería tanto!.... 
Esto era una terrible acusación para 
el padre, que tan abandonados los tuvo,, 
—Decís bien. Ella os amaba mucho, * 
ella se quitaba el pan de su boca para. 
dároslo, mientras que yo... O 
Tomás hizo un gesto espantoso, rechi- 
naron sus dientes, y apretó los puños. 
Los niños corrieron de nuevo a refu- 
giarse detrás del conde, creyendo sin du- 
da, que su padre iba a pegarles. 
- Tomás se pasó repetidas veces la ma» 
no por la frente como el hombre que de- 
seg strenarse, 
—No temáis, hijos míos: vuestro padre 
ya no os pegará más; por el contrario, 
08 probará que se arrepienté de todo el 
daño que os ha hecho, Podéis ir a la cla- 
- se. Tengo que hablar con el señor conde, 
con vuestro noble y generoso protector, 
—Dad un beso a vuestro padre, y mar- 
chaos—les dijo Carlos. 
Los niños obedecieron. E 
Tomás, después de besarlos, demostró 
al conde con una mirada su agradeci- 
miento. : 
—Se*or don Carlos—dijo—: 
hablar con usted en secreto, 
—SÍgueme. i 
Carlos condujo a Tomás a su despa. 
cho, cerró la puerta por dentro, le indi- 
có una silla, y añadió: 4 
—Siéntate, y habla lo que quieras. 
-  —Señor conde, es usted un hombre tan 
- bueno, tan honrado, como infame y Mi- 
serable soy yo. Lo que hizo usted por mi 
- mujer, lo que hace en la actualidad por 
mis hijos, me prueban que no todo lo 
que calienta el sol es digno de despre» 
cio; y es tanto el respeto que usted me 
inspira, que no sé Si tengo derecho para 
mirarle a la cara. Pero yo no puedo se. 
guir así; mi sueño es intranquílo, siento 
dentro del pecho como una brasa 
fuego que me abrasa la sa. 18r 
mis horas de soledad la yoz « 
a 
quisiera 
halla en' el Saladero, como e 
- porvenir de mis hijos. 
Agustina que me reconviene, y estoy de» 
cidido a hacer algo bueno, en pago de 
_lo mucho malo que hice desde que el de- 
monio del juego me separó de la senda 
del trabajo y de la honradez. 
Tomás se detuvo. Carlos, sentado en- 
frente da aquel hombre, le contemplaba 
con serenidad, estudiando los efectos del 
remordimiento, 
Tomás sacó del bolsillo de pecho del 
gabán una abultada cartera que puso 
sobre la mesa. | 
—Esta cartera—continug Tomás—en. 
cierra el resultado de mi último crimen. 
En el mundo no hay hombre que me 
inspire más confianza que el conde de 
San Pablo. Yo'le entrego, pues, todo lo 
que poseo para que él a su vez lo entre- 
gue, el día que lo. crea conveniente, a 
mis hijos, que ya no me verán más. 
—Pero bien: ¿qué contiene esa cartera? 
—Hace quince días encerraba cerca de 
cien mil duros; hoy sólo contiene la mi. 
tad. : | : 
—¿Es un robo? 
—Sí, un robo que he hecho para mis 
hijos, qe 
—¡Tomás!, tus hijos no necesitan el 
dinero del crimen—exclamó con Mmoble 
indignación Carlos—, Es preciso que de- 
vuelvas esa cartera a su dueño. 
—El dueño de esa cartera es cien veces 
_ Más infame que yo. Sus manos están 
manchadas de sangre; ha querido per- 
derme, me ha engañado, es un misera- 
ble asesino; pero la ley no puede casli- 
garle con todo su rigor. : 
Carlos se puso en pie. : po 
Las palabras de Tomás le hacían con. 
_Cebir una sospecha. 
—Tomás, creo que Dios es el que te ha 
conducido hoy a mi casa, Quiero saber 
de qué modo ha llegado a tus manos esa. 
Cartera, quién es su verdadero dueño, 
cuál es el nombre de tu víctima, porque - 
sospecho «que será favórable para un 
amigo inocente el resultado de tus reve- 
laciones, AA IS 
—Señor conde, a pesar de mi rudeza, 
de mi conducta pasada, conozco que el 
arrepentimiento no sólo debe practicar= 
se con palabras, sino con obras, y ven- 
- go dispuesto a sacrificarme; pero confié- 
- So que no me ha movido tanto la honra 
del inocente Ernesto Roviralta que se iS 
l asegurar el 
Carlos lanzó un grito, y sin poder con- ' 
ner su alegría, exclamó; a 
- El pan de los Pobres, —T, 11.53 
 
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.