CAPÍTULO 1X
AS.
UNO DE LOS DOS
Mientras el notario trazaba el borra-
dor, Carlos entró a ver a su madre, pues
la condesa tenía la costumbre de acús-
tarse temprano. :
Estuvo media hora hablando con ella.
Doña Magdalena, viendo tan alegre 2
su hijo, nada pudo sospechar; así es que
al darle el beso de despedida, le dijo con
toda su alma: ]
—Puesto que esta noche eres hombre ,
de bien y no sales de casa, hasta maña-
na, hijo mío. :
Carlos, al salir de la habitación de su
madre, se llevó la mano al pecho como
si sintiera un fuerte dolor en el corazón.
- —¡Ahi=se dijo hablando consigo mis-
mó—. Por la primera vez. de mi vida la
he engañado, la he mentido; pero era
indispensable emplear el fingimiento:
hay asuntos que no deben revelarse a
una madre, si su tranquilidad Nos inte-
POB ed de Ed
A las once y Media, Luis y Antonio
- firmaron como testigos el testamento, el
notario se despidió, y Carlos, encargan-.
do a sus leales servidores que le desper-
taran a las etis, abrazó a los amigos que
iban a servirle de testigos, y se encerró-.
en su dormitorio.
Un cuarto de hora
tranquilamente.
Carlos, espíritu entero, corazón noble,
- conciencia pura, no perdía nunca esa
paz del alma que es la mayor de las.
-. felicidades, la más envidiable de las Í0I-=.
había descendido sobre sus pánpados, Y
dormía como los justos, sin sobresaltos.
al marqués de
No sucedía lo mismo
“Bonato, que, aunque valiente y avezado
- 2 los duelos, se revolvía en su lecho 1u-
- chando con el necio orgullo y la concien-
a ada due reos
después dormía
Aquella noche, por la primera vez, pen-
só en sus hijos.
Roberto era rico, y no tenía herederos
directos ni forzos0S, exceptuando a 108
pebres gemelos que se había empeñado
len no reconocer.
—Yo podía asegurar el porvenir de
esos niños—se dijo. E JE l
Pero. rechazando el primer germen de
un pensamiento digno de Un padre, sol-
tó una carcajada y repuso: pe
—Darles mi nombre y mi fortuna era
acceder a las ridículas e intempestivas :
exigencias de mi antagonista. NO, 10,
que sigan su suerte.
Y procurando distraer el pensamiento,
rebelde porque le agitaba la conciencias
volvía a ocuparse de lo mismo, €S decir,
de los pobres huérfanos. A
No era sólo Roberto de Bonato el qué
no podía reconciliarse con el sueño. Tam-
bién, aunque de distinto modo y desve-
lados por diferentes impresiones, en un
elegante y lujoso gabinete, sentados al”
rededor de una buena chimenea, $e ha-
llaban cuatro personas pensando en el
conde de San Pablo. Era la familia de
Agueda; eran los “que, reunidos por la
4
pobreza, se unían con más fuertes lazos
en el tiempo de la prosperidad y la fol”
tuna. o
Luis y Antonio lo habían contado tod
-a Agueda y Leoncia. |
El conde era, para la tionrada familia
“de Gutiérrez, el hombre generoso que les
había sacado de la miseria. >. je
" Además, Luis era amigo de colegio del
“Confiado en la buena causa, el sueño conde, se amaban como dos 'herman
y esto hubiera sido lo suficiente, a D0
mediar otras razones, para que se
ran desvelados pensando en el peli
que corría. de
—Puesto que el desafío: decís que es 10”
“evitable, no nos acostemos—había did,
-Ja madre—. Son más «de las doce y