36 pp: UETIN DE El
”mERCA
IL VALEMAIANO
cede. Empecemos el sacrificio. Mi padre,
al abandonar esta casa en donde tantas
adulaciones recibió nuestro oro, es JUus-
to que no deba nada a nadie. Debo, pues,
ayudarle 'a pagar a sus acreedores.
Clotilde se dirigió hacia la consola,
sacó del cajón un elegante joyero de ná-
can, y. mé guardando cuidadosamente +
ven él todás las alhajas de aleún valor
que se hallaban esparcidas por los di-
ferentes muebles del gabinete.
Los pendientes que. llevaba, que eran
dos rosas de diamantes, los guardó tam-
bién en el joyero, y después se puso unos
aretes sencillos. con una pequeña perla.
Se dejó en el dedo una sortija de poco
valor, y colocó ctra con una esmeralda
sobre el velador, porque la tenía desti-
nada a sú' doncella,
—Estas joyas — se
nos miles de duros. Siendo mi padre po-
bre, no debo conservarlas, Se las remi-
“tiré con una carta. edit
Y se puso a escribirla,
He aquí el contenido:
«Padre mío: Tal vez lo que te remito
por conducto de una doncella te puede
ser útil vendiéridolo. Yo para nada ne-
cesito los diamantes. Acepta el ofreci-
miento de tu hija, y en ' ello le causarás
un y er dadero placer. y»
Hsórita: la carta,
la campanilla y dijo a su doncella:
—Querida Rosa: Aen la bondad de lle-
vara mi padre esta carta y esta caja.
Vuelve al mio nde pues tengo q. 2.
larta
Pocos momentos Aoepála: volvió. Rosa.
El señor no estaba solo — dijo —;
se hallaba con el conde de San Pablo.
—Pero le bi entregado ha carta , el
-cofrecilo?
dijo — valen algu-
tiró del ústndio: de
- estoy
haré, y no quiero.
tancia especial e inesperada, tiene qué
despedirla...
—;¡Cómo! ¿Va usted a despedirme?
—Sí, querida.
—¿Y por qué, señorita?
—Sencillamente porque ya no puedd.
tener criados.
—¡Quél
Esta exclamación de Rosa hizo sonreir.
a Clotilde,
—Voy a despedirlos a todos. Tanto mi
padre como yo no necesitamos ninguno.
¿Van ' ustedes a marcharse de Ma-
drid?
—No.
Entonces...
—Es, hija mía, que somos pobres.
—¡Bahi Eso no és posible, | Y
Desgraciadamente lo es; y como O.
mos pobres, no podemos mantener cien
dos.
Rosa palideció. Lo que le decía su ama: |
parecíale un sueño o una broma; asi e3
que después de un momento de vacilante
inquietud, soltó una carcajada, que re”:
primió al momento temiendo. que su
ama lo atribuyera a falta de respeto,
Veo, Rosa, que te. cuesta trabaj
creer lo que te digo, uu
Mucho, señorita.
-—Pues basta que yo te lo diga. Somo
pobres. Mi buen padre ha perdido toda
su fortuna. Conque ya ves que no. «deb
tener doncella. Yo no te hubiera de=p-
dido núnca. Toma, pues, este recuerdo,
y escoge de mi guardarropa el vestido
que más te guste; es todo cuanto puedo
darte como prueba de lo agradecida que
a tus buenos servicios,
Los ojos de Rosa se llenaron de 1 ágr
- mas,
“Maquinalmente eueló la sorlija de. 19
esmeralda que le daba Clotilde, y con-
tinuó llorando.
—Pero aunque así sea — dot 1a
“doncella —, ¿por qué me tengo que 40
Yo no quiero separarme de usted, señor
ta. Por pobre que sea el señor, neces
rá una criada que vaya a la compra,
. guise,
y que lave la ropa; todo eso no
usted hacerlo; pues bien, yO
sueldo ninguno
cuanto a la comida, no soy, gracias *
puede
" Dios, muy tragona; y como no seré
Carga enojosa,. nO creo que se me d
- despedir.
Clotilde abrazó a Rosa, porque vio 9%
' plla, a una de esas mujeres que sin '
los ss Pain nada de lo8.8 amos a aoleAda]