: =—Entonces, señor conde — interpuso
Ana con gravedad—, me despedirá de su
Casa,
—Tanta ingratitud no es posible-—dijo
la condesa.
Carlos guardó silencio, porque abriga-
a los mismos temores que Ana.
—Soy agradecida—repuso Ana, y me
hallo dispuesta a hacer todo cuanto uste-
des me manden, En mi corazón no cabe
Ni el necio orgullo, ni la ridícula vani-
dad. Me instalaré en casa del marqués,
Seré su enfermera, las noches pasarán
Para mí de claro en claro sin que me
Aparte de la cabecera de su lecho. Me
Siento con fuerza para resistir el sueño.
¿Y para qué negarlo? A pesar de todo,
YO amo todavía, al padre de mis hijos,
Porque él ha sido mi primer amor y será
el último. Después de esto, mande usted,
Señor conde, que dispuesta me encuen-
tro a obedecer. Sé que le guía a usted el
deseo de hacerme un bien que agradezco,
Sean los que sean los resultados de este
Paso,
..—Bien, hija mía, bien—exclamó la con-
desa—, Probemos: el plan de esos seño-
Yes no me parece desacertado. ¡Quién sa-
el El arrepentimiento no está negado
Por Dios al más duro de los criminales.
Mientras late el corazón en el pecho, por
Uro, por empedernido que sea, puede re.
Senerarse. Pongamos nosotros todo cuan-
to esté de nuestra parte, y luego la Pro-
Videncia hará lo demás...
¡Mi madre—repuso 'Carlos-—acaba de
ecir todo lo que yo pienso en este ins-
tante, Hagamos la, prueba. Cuando. Ro-
erto recobre el conocimiento; cuando
Sus ojos se fijen en el rostro de la mujer
2 quien engañó en otro tiempo, ¿quién
€S capaz de prejuzgar lo que entonces
Dúede suceder? Además, se trata de una
Obra de caridad. Bonato vive como un
Soltero, sin una madre ni una hermana
Que, vele por él; se' halla, como suele de- |
Cirse, en poder de criados, y usted, junto
a su lecho, va a ejercer las piadosas fae-
has de una hermana de la Caridad. Si
Ahora no logramos convertirle, desistir '
Será forzoso para siempre.
Comprendo todo lo grande de ese
Plan, y lo admito agradecida. Si Roberto
Me despide, tendré paciencia: estoy acos-
tumbrada a padecer. Pero mis pobres
hijos, ¿a qué sujetarles a tan estrecha
Clausura? Estarían mejor en el asilo de
A Magdalena. ¡Gozan alí de una liber-
8d tan encantadoral' ' ;
EL PAN DE LOS POBRES 43
—Los hijos, con su infantil inocencia,
son el más seguro resorte para conmover
las fibras del corazón de un padre. No
estará, pues, de más que Jos vea Roberto
al lado de su cariñosa enfermera. Es pre-
ciso que él les vea, que les oiga, que Co-
mience a quererles.,
No insisto más,
—Perfectamente—repuso Carlos—. Esta
misma noche conduciré a usted a casa
del marqués. Sólo me resta hacer a Uus-
ted una advertencia para el día en que
Roberto recobre el conocimiento, que hoy
por desgracia ha perdido de resultas de
la terrible herida que le postra en el le-
cho; pero tenemos tiempo para eso.
—Seguiré al pie de la letra todas las
instrucciones que usted se digne darme.
-—Es natural (que Roberto vea con
asombro junto a su lecho a la víctima
de sus devaneos juveniles, de sus locuras
pasadas. Las primeras palabras que a
usted dirija serán incoherentes, dictadas
por el disgusto o el remordimiento. En-
tonces usted, revistiéndose de la calma
y paciencia de los mártires, debe contes-
tarle: «Yo represento aquí la Caridad,
que viene a tomar asiento al lado de
los que sufren.» Pero tenemos tiempo
desgraciadamente para combinar lo que
más convenga. Voy, pues, a disponer que
se arregle alguna ropa en una maleta.
Luego comeremos, y conduciré a usted a
casa del marqués de Bonato, ¡Oh! Tengo
muchas esperanzas de salir victorioso en
esta nueva batalla. El corazón suele cam-
biar mucho cuando ve la muerte cerca.
Carlos salió de la habitación de su
madre.
Ana, con la frente doblada sobre el
. pecho, lloraba en silencio.
Doña Magdalena no quiso interrumpir
el profundo dolor de aquella joven, sa-
crificada al criminal deseo de un liber-
tino.
“Confianza y fe en Dios, hija mía—=
exclamó la condesa después de una
pausa, y
—Nunca la he perdido, Además, ¿qué
no haría una madre por sus hijos?
-——Dice usted bien: por ellos no halla
una madre imposibles. ¿E
—¡Ah! Si pudiera asegurar la felicidad
de los míos derramando hasta la última
gota de sangre de mis venas...
Y Ana, exhalando un profundo suspi- E
TO). inclinó la frente sobre el pecho,