CAPITULO X
a
EL CRESPUSCULO DE LA TARDE
Esta escena entretuvo pór algunos se-
gundos a las dos amigas.
Clotilde, como si su conducta pasada
le causara remordimientos, permanecía
con la cabeza inclinada sobre el pecho
en actitud dolorosa.
Leoncia la contemplaba, sin atreverse
a interrumpir su meditación.
Por fin, Leoncia dijo:
—Querida Clotilde, no quiero verte
triste; deja el pasado en el olvido, ceú-
pate sólo del presente; eres joven y aun.
te queda mucho tiempo para hacer bien.
Además, hemos subido aquí, no a llorar,
sino a disfrutar por un momento de esa
encantadora vida de los recuerdos, Pon-
te dondé yo estoy y mira enfrente. ¿Ves.
halla cerrada?
aquella buhardilla que se
Pués asomado a su ventana vi por vez
primera al hombre que tanto amo, al
que dentro de'poco se llamará mi es-
poBD. oi"
—¿Luis vivía allí?—preguntó Clotilde
maquinalmente.
Sí. Te parece una habitación harto
modesta para un marqués, ¿no' es Vvél=
dad?
_—¡Ya lo creo! '
—Puedo jurarte que la primer mañana
que le vi, cuando al observar la tenaci-
dad con que me miraba me retiré de la
ventana, estaba bien lejos de figurarme
que era un noble el vecino de enfrente;
pensé que sería un estudiante, un pobre
-_plebeyo como y0. Algunos días después,
mi hermano, que tanto me ama, y que
había sorprendido que el vecino me mi-
“raba más de lo regular y yo le miraba
más de lo conveniente, que además S0t-
* prendió algunas señas de ventana a ven-.
tana, lo que le persuadió que entre los
dos había alguna inteligencia, me dijo
que Luis era su amigo, y que era nada
menos que marqués, aungue tan pobre
como NOSotr 03,
Primer día,
toda su alma. La noche que mi hermanó
—Esta noticia te causaría sobresaltos
desconfianza.
—Nada de esó. Luis me inspira much2
confianza; adiviné su corazón desde €!
conocí que me amaba coB
le presentó, yo me hallaba cosiendo jul”.
to a ese velador: Luis sé sentó en es.
silla; estaba pálido, agitado, tanto com.
yo; apénas se atrevía a hablar, Mi he”
mano se reía, mirándome v haciéndome.
gestos. ¡Oh! Te aseguro que me dió un
“mal rato.
Clotilde escuchaba conmovida la ing*”
nua y candorosa relación de su amigdr
—La tercera visita, es decir, la tercer?
moche que vino, pidió mi mano a mi me
- dre, y comenzamos a mirarle como de a
familia; y desde entonces esta modesló:
habitación fué para mí más bella qU
puede serlo un oasis oriental. Mi hermár
no, que adivina mis pensamientos, %l
dispuesto que no se toque nada de esta
buhardilla: está lo mismo que cuando 12
habitábamos, Ese ramo de violetas qué
se halla en un vaso sobre la cómoda €
el último que me regaló Luis. Ese paí"
saje que ves sujeto al marco del espejo
lo hizo Luis. Ese libro que se halla €
mi costurero es el que leía Luis por 198
noches mientras yo trabajaba al 140
de mi madre. de
Leoncia, con el rostro radiante de 1%
licidad, iba enseñando todos los ob]
tos.
Clotilde la escuchaba con veneraci
porque la delicadeza que demostraba *
alma de su amiga la tenía subyugad
Leoncia, para Clotilde, no era una M
jer; tenía algo de ángel 0
La habitación donde se hallaban 2
tan modesta, tan sencilla, que hubier?
sido difícil encontrar nada superflu
Recordó su gabinete con el piano,
las sillas de tapicería, con su elegad