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BIBLIOTECA DE EL IMPARCIAL
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aquella cabeza que la guillotina separó de su
El presidiario se levantó.
—Son las tres—dijo.—Adiós.
—¿Dónde vais?
—Vuelvo al presidio.
—¿Nos volveremos á ver? o
-—Aeaso. Mañana tendréis noticias mías.
Y dió un paso hacia la puerta, pero retro»
eediendo añadió:
—Se me olvidaba una cosa,
—No pde que permanezeais aquí,
—1Iré donde querais,
—No quiero tampoco que volvais á ver 4 Co-
-—Os obedeceré,
——Mañana os enviaré á Noel,
—¿Quién es Noel?
—Un hombre que me obedece,
Ciento diecisiete salió. REEL e
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Mientras que el presidiario oía la historia
de Vanda la rúsa, Milón, tendido en su duro le-
eho, hacía desesperados esfuerzos para trabar
eonversación con Cocorico.
Pero Cocorico, que era un hombre de suyo
bay ia no le contestaba sino con monosí-
abos.
Milón, desalentado, acabó por dormirse.
Cuando se despertó era ya hora de levan-
tarse y de vulver al trabajo.
—Muy pesado tienes hoy el sueño, camara-
da—dijo una voz á su oido.
Milón se restregó los ojos y vió 4 sulado 4
Ciento diecisiete, tranquilo y alegre.
Había desaparecido el elegante oficial de
marina sustituyéndole el presidiario de fisono-
mía desdeñosa y melancólica que imponía á
sus compañeros un respeto supersticioso,
¿Cómo había recuperado su puesto, que un
momento antes ocupaba Cocorico?
¿A qué hora habia vuelto?
a se había puesto la cadena sín que Mi-
Jón lo sintiera?
Pareció todo esto tan indescifrable al colo-
£0, qee se creyó juguete de un sueño,
*. —Compañero—dijo á Ciento diecisiete en voz
haja—¿sabéis lo que he soñado?
. —¿Qué? : qe
e -——Que no estabais aqui.
Ed
¿ Ah]
; Be 8 tenia otro compañero de cadenas
¿No es verdad que todo esto es un sueño?
_—Es posiblo—contestó Ciento diecisiete son-
+ Jos ayudantes separaron £ los presidiarios,
roja por pareja, de la cadena comun,
: amábase asi la cadena en que se
Ban, por la noche, todas las end
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Trajeron el vino y la ración de la mañana 4
las que debían ir al trabajo.
ee bebes, Ciento diecisiete?—preguntó el
ayudante Turpín al presidiario misterioso.
—No, cedo mi ración al compañero--contestó
Ciento diecisiete señalando á Milón.—El ha so-
ñado una cosa muy rara, y yo otra.
—Veamos lo que ha soñado Milón—dijo-el
ayudante.
—Que me había escapado.
—¡Como si yo no estuviese aquí!
— Tenéis razón. ss
—Y tú, ¿qué has soñado? >
—Que había cenado con una mujer muy
hermosa.
—¡Tunantel :
—Que había bebido champagne helado.
—Por eso tienes sed, ¿eh?
—Justamente.
ó La pareja salió de la. cuadra para ir al tra-
ajo. :
ient—aijo Turpin.—¿Sabéis lo que ocurre?
—¿Qué ocurre? —preguntó Ciento diecisiete,
056 Massolet ha vuelto,
—¿Quién es Massolet?
—El ayudante que mató al perro,
—¡Ah! ya.
—A quien destinaron al presidio de Brest, Pe.
ro como este presidio se ha suprimido, vuelve
á Tolón. $
pr onccred con el cochero!—dijo Milón.
—Por precaución te he hecho poner doble ca
dena y no irá 4 los trabajos... E
—Habéis hecho muy bien—dijo Ciento dieci-
siete, prosiguiendo su camino, —_.
Al pasar por delante del presidiario del go-
rro verde, le hizo una seña con la mano, -
—¿Qué he hecho yo para que me pongan do-
ble cadena?—murmuró éste. :
—Voy á decírtelo — contestó rápidamente
Ciento diecisiete. des
—Habla. ,
-—Massolet ha vuelto.
Los ojos del presidiario se inyectaron de
sangre. 4
— pe verdad lo que me dices?
—Pues es hombre muerto.
—¡Imbécili-—dijo Ciento diecisiete; — cuando
se quiere dar un golpe, no se dice.
-—No podré contenerme,
—¿Sabes lo que yo haría en tu lugar?
Qué harias?
—onducirme por espacio de algunos días
como un hombre que todo lo ha olvidado.
—Procuraré hacerlo asi—contestó el del go-
rro verde.
- “Y pensando en su perro se echó á llorar.
Ciento diecisiete y Milón salieron de la cua-
dro e du con sus compañeros, el cami .0
del Mourillón, donde trabajaban y donde en-
a oel.
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Al pasar á sulado, lo dijo Ciento diecisiete»
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