La A SURRECCION DE ROCAMBOLK
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Alberto Morel era un caballero cumplido,
rico, elegante, buen jinete, cazador distingui-
do, jugador frío y de conversación agradable,
Había comprado dos años antes una gran
osesión cerca de la que poseían los Montalet,
elaciones de caza habían establecido entre
tos cierta iirtimidad; se habían visto luego en
París, y los Montalet habíanlo presentado en
tasa de la baronesa de Passe-Croix, qué reci-
bía todos los jueves.
Sin embargo, Alberto Morel, 4 pesar de su
reputación de elegancia y de sus considerables
bienes, era un personaje bastante misterioso.
- No sesabía fijamente de dónde venía, ni se le
conocían amigos antiguos.
También estaba con ellos Victor de Passe-
Croix, el cual, invitado á una partida de caza
por su íntimo Rodolfo, había enviado sus pe-
-rros delante y fué él detrás de las Regueras,
como ya se ha dicho,
CAPITULO IU
Un secreto misteriosa
Victor había partido al romper el día, y lle-
gaba ya á unos tres cuartos de legua de la ha-
bitación de Montalet, cuando oyó en el bosque
inmediato dos disparos de escopeta, metédica-
mente espaciados y cuya ruidosa sonoridad re-
velaba un gran calibre.
—¡Pardiezl—exclamó el joven, —Conozco esa
escopeta: es la de Octavio de Cardasol,
Al acabar esta observación vió agitarse un
matorral y se encontró frente á frente de su
enemigo de cologio. :
Octavio de Cardasol traía de las orejas una
liebre que acababa de matar, y se disponía á
meterla en su bolsa de caza cuando vió á Vic-
tor, que se había parado:en medio del camino.
- Un tanto confuso, quiso volver la espalda y
- Poeterse otra vez en el bosque. Pero Victor le
gritó:
—¡Eh! ¡Ogtaviol : :
A esta interpelación Octavio se detuvo,
—¿Asi te metes á cazar en lo vedado?
—¡Ba1h1 Tengo permiso,
--¿De quién?
—Le los Montalet,
-—Soy demasiado político para desmentirte,
Y así... te creeró,
Y Víctor espoleó su caballo.
Entonces Octavio. le detuvo, llamándole á
Su vez,
—¿Qué quieros?—preguntó Víctor:
—bDarte un buen consejo.
--No lo necesito,
-——¡Bah!l ¿Quién sabe?
—¿Es á propósito de caza?
—Tal vez,
—Bien, habla; tengo curiosidad de apreciar
8l valor de tus consejos, : E
4 y as á las Regueras?
—¿Vas á estar allí mucho tiempo?
—UOcho días,
-—Haces mal,
—¿Por qué?
—Porque durante eso tiempo cazarán en las
tierras de la Martinera,
—Tú, sin duda—dijo Víctor con audacia,
—¡Ohl—contestó O.tavio;—yo espero tener
permiso para cazar en vuestros dominios.
—¿Y quién te dará ese permiso?
—Tú mismo,
ers
Víctor se echó á reir,
—¿Te ríes? —dijo Octavio
—Yua lo ves,
—¿Y si yo te diera un buen consejo?
—¿Sobre qué?
-- Sobre cosas que interesan á tu honor.
—¡Ahl—exclamó Victor estremecióndose,
—Si yo te saco á tí y á los tuyos de un peli-
gro—repuso Octavio—¿me darás permiso par
cazar en vuestras tierras?
—¡Pardiezl Como no veo el peligro que pue-
da correr mi honor, yo te rogaría..
—Cuando llegan las desgracias, ya no es
tiempo de tomar el buen consejo que pudo evi-
tarlas,
Estas palabras pusieron 4 Víctor en cui-
dado, :
paa Octavio, explícate de una vez.
—Te hago juez y parte á la vez, amigo Víe-
tor, y me atengo á tu buena fe, Si el consejo
que voy á darte es bueno, ¿me darás permiso
POre oRen en vuestras tierras? |
e. le
Falabra de honor?
e lo juro.
--Hemos de cazar todos mis hermanos,
—¡Pardiezl Muchos son cinco cazadores de
vuestra especie—objetó Víctor con desdén,
. —Mi consejo vale eso, ya lo verás,
«En fin, habla.
—Puos no permanezcas ocho días en las Re-
gueras,
—¿Por qué razón?
—Porque en la Martinera no tenéis perro de
guarda y... :
—¿Qué importa eso? : 4
—Tu padre y vuestros criados tienen pesado
el sueño.
Víctor se estremeció.
—Y hay vagabundos que saltan la valla del
cercado,
-—¿Qué quieres decir? :
-—Y no yan á tender lazos 4 vuestros conejos
—añadió Octavíocon maligna sonrisa, —£S0nque
así, vigila y adios,
—Espera—dijo Víctor,
Pero Octavio penetró en la espesura repi=
tiendo;
—Pa verás como no es caro mi consejo.
o.
pre
Victor quedó ua momento inmóvil en medio
¿Ael camino, ]
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