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BIBLIOTECA DE
oh,
EL. IMPARCIAL
PAD EDO
A
1
El condese seutó á una mesa, tomó recádo
de escribir y dijo subordinadamentes :
—ESpera d:
La condesa dictó: A
«Señor barón de Neubourg:. : 3]
»Sois un cumplido caballero y comprende- ]
reis perfectamente quehay nocesidades crueles
á que es preciso someterse. :
»No puedo batirme con vos esta tarde...» .
> —¿Cómo?—preguntó el conde interrumpión-
0S6. ]
—Escribe—dijo la condesa con autoridad,
Y siguió dictando: .
«Al volver á mi casa encuentro 4 mi hijo.
enfermo y á mi esposa desesperada de dolor.
-.»03 pido un plazo de veinticuatro horas. |
—Firma—dijo la condosa,—Gontrán es un,
cumplido cabxullero, como acabas de escribir, y
te creerá seguramente, : 55048
—Pero, en fín —preguntó el conde—¿para qué |
este plazo?
- «(Quiero tener siquiera tiempo para discu -
rrir, En presencia de un. peligro como el que
nos amenaza, veinticuatro horas son á veces la.
galvación. ae Li
—Yo hubiera preferido matarle en seguida,
La condesa se sonrió.
—En veinticuatro horas-—repuso-—acaso jen-
ga que hacer Gontrán otra eosa más importan-
te que batirse contigo, : 5
—¿Qué quieres decir? ,s :
—iós mi secreto, S ves
Y se sentó enfrente de su esposo diciendo! ..
—Dame la pluma,
e.
e.
E
Y escribió rápidamente otra carta de cuatro | >
líneas, que cerró, reservándose su contenido. .
Después dijo;
—Ve á buscar al mandadero de la esquina y
que lleve sin demora tu carta á:su destino,
—¿Y esa otra? —preguntó el conde indicando
la que su esposa tenía en la mano. .
. De ésta me encargo yo;
. - En cuanto salió el conde, la condesa entró
en su tocador y se vistió para salir,
-— —"Enla escalera se dejó caer el velo, tan espe- |
pen
cda
so que nadie podía conocerla y fué 4 ¿omar |
Un carruaje, :
,. —Calle Blanca, Y á prisa—dijo al cochero al
pea la portezucla, ;
. <XEl carruaje partió á escape 4
tección. Ps E de mñn aquella A ]
CAPITULO XXX
Ea Sociedad de las Tres
- Para compronder bien. el paso que intentaba
Ja condesa de Estournelle, acaso sea necesario .
,Fetroceder diez años,
“e Jin 1844 tces bellas jóvenes rodeaban una
¿Moche un velador tomando té en un gabinete
«le la calle de San Lázaro.
< Una de ellas iba á debutar en la Opera; otra '
tuna escena de gónero, y la tercera recibía los
“homenajes de 'un barón alemán, que había
¡Secogía todas las. moches ramos y coronas en. 1..-—Gontrán de Neubourgo
par
puesto á sus pies todas sus: rentas y el más
brroso tronco de caballos irlandeses que 88 hti-
biera visto nunca en París, AS
La cantante no cantaba aquella noche; la
actriz se había dado de baja por indisposición,
y la baronesa alemana había dicho á su escla:
Fi vo que iba á visitar 4 su familia.
Una de ellas había hablado de una novela
reciente que hacía furor en todas partes. ,
Era la Historia de los Trece, de Balzac. ¿
—Y bien, amigas mias—Jijo la dama del ha<
rón alemán,—¿sabóis una cosa? ]
—¿Qué?—preguntaron las otras dos, :
—Que si tres mujeres como nosotras hicie-
ran el juramento de los héroes de Balzac, irían
auy lejos.
—Acaso—contestó la actriz.
—Sin duda—añadió la cantante,
Y unas á otras se recibieron el juramento,
Diez años después la cantante tenía treinta
mil libras de renta,:la actriz pasaba de su teas
trillo á la gran escena, y la dama del alemán
“gra condesa. +
Ahora bien, esta última era, como se adivi-
na, la condesa de Estournelle, y el cupé de pla-
za en que montó diez años más tarde la con-
dijo á la calle Blanca, á la verja de un bello
| phlacio de la propiedad de la cantante,
Antes de llegar á esta calle, el cupé se había
1 detenido un instante en la esquina de la calle
de San Lázaro, y la condesa había entregado á
j un mandadero la carta que había escrito poco
antes, encargándole la llevara á su destino.
Esta carta iba dirigida á la actriz Mlle, Olims
po, y contenía estas palabras:
«Topacio espera á Esmeralda para asunto
urgente, en casa de Granate.» ,
Topacio, Esmeralda y Granate habían sido
log misteriosos nombres de guerra de estos tres
mosqueteros hembras,
—Carlos—lijo la cantante á su criado al ver
entrar á su amiga, -—no estoy ya en casa para
nadie.
Las dos amigas quedaron solas.
Te necesito, mi querida Granate—dijo la
condesa después de los saludos de intimidad,
—Topacio, Esmeralda y Granate—contesió
la otra—no son más que una misma persona,
bien lo sabes, ;
- La condesa se arrellanó en una butaca cos
mo en su propia casa,
—Sepamos—repuso la otra,—¿Qué quieres?
¿Dinero? Tengo treinta mil francos en caga ¿Es
necesario vender mis joyas?
—No, h
—Pues ¿qué quieres?
—Desembarazarme de un hombre, y
¿Quieres que le haga matar en dosafig?
«NO; pero es menester confiscarle, z
«Se procurará hacerlo, ¿Su nombre?