Full text: Tomo 2 (002)

  
  
  
  
  
  
ha podido decir eso? 
  
  
  
La «ASURRECCION DB ROCAMBOLR 
  
Ls 
E 
  
CAPITULO XLVII 
Confidencias 
La condesa tomó entre Jas suyas las manos 
do Anerewitsch, E 
—Vaimos, niño, sed fueria y razonable-—le 
dijo;-—yo no amo á mi esposo y 08 amo á vos, 
El joven le echó una mirada de extravío, 
—Gasión—añadió la condesa,—edio á mi es- 
poso porque es indigno de mi amor... porque 10 
quiero ser cómplice de sus crímenes, 
Gastón se estremeció, 
—¿De qué crimenes habláis, señora? 
—Mi esposo es un usurpador de herencias, 
El joven hizo un brusco movimiento de sor-- 
presa. : 
—Escuchad, eseuchad aún—repuso la eonda- 
ga;—yo soy una pobre mujer desgraciada y ca- 
Jumniada. Se ha dicho de mí que 50 una mu- 
jer perdida, y muchos me ereerán culpable... 
Y esto dicienuo inclinó la cabeza y dejó eaer 
por sus mejillas algunas lágrimas, 
En todo esto había para Gastón una rara 
—¡Que sois una mujer perdidal—exclamó el 
joven en el colmo de la indignación. —¿Quién 
incoherencia. 
La condesa puso en Gastón la vista de sus 
bellos ojos humedecidos de lágrimas y contestó 
con cierto despecho; ; 
--VYoS, . ds dd 
El cielo ge derrumbó sobre la cabeza del 
enamorado joven, el cual, mirando á su vezá 
la condesa con verdadero estupor, balbuceó es. 
tas palabras: 
—No comprendo, O estoy yo loco ó lo estáis 
VOS, señora. , 
—¡Ojalá lo estuvieral ¡Ah! Los locos, á lo me- 
nos, no tienen conciencia del dolor, 
—Pero, señora—repuso Gastón eon asombro, 
—yo he dicho... 
La eondesa se enderezó, pareció hacer un 
e ha. esluerzo y mirando de frente al joven, 
e dijo: : 
—señor barón René, yo soy la condesa de 
Estourielle, 
Gastón cerró los ojos y creyó que iba á mo- 
yirse, 
La eondesa le sostuvo en sus brazos, y esta 
vez, ovedeciendo á un verladero arranque de 
pasión, le estrechó con una especie de rabia, 
—Mátame—le dijo, —pero no me desprecies, 
Si es verdad que el amor rehabilita, ya no estoy 
yo manchada, porque Le amo, 
Había tal acento de pasión en estas pala- 
bras, una emoción tan grande en la voz que las 
pronunciaba, una actitud tan suplicante, y al 
misino tiempo tan desesperada en toda la per- 
sona de la condesa, que Gastón exclamó; 
Suis un angel] EN 
Y cuy) de rodillas d sus plantas, 
_—Perdonadive, señora—murmuró el mismo 
tiem; 0. 
-—j¡Ah! ¡No me despreciáis, Gastón, amado 
míol—exclamó la condesa con alegría, 
—Vuestras lágrimas me dicen que sois la 
mejor de las mujeres, 
—¡No me odiáils] * 
—Us anio. 
Entonces la condesa le hizo sentar á su lado 
y continuó diciendo; ] 
—Abora que sabéis que no soy cómplice de 
ese miserable, cuyo nombre llevo por desgra= 
cia, tengo que deciros lo que he hecho por vo3, 
amigo mío, 
—Hablad, señoras 
—Mi esposo había tenido la habilidad de ha. 
cerme creer que vos erais el verdadero An- 
drewitsch, es decir, el hijo del cosaco. Desde 
entonces me había parecido natural no permi 
tir que un aventurero nos despojara de lu he- 
rencia de la baronesa René. Pero después supa 
la verdad, " 
—¿Cómo? 
-—Lo supe por medio del hombre que os im- 
pidió ir á la quinta de Belle-Isle, la noche que 
yo os esperaba. Mi esposo, de cuya caga había 
yO huí :o, me seguía la pista... , 
—¿Y cuando supísteis la verdad?... 
—Cuando supe la verdad, quise veros y fuí 3 
Balle- Isle, Después de varos, os amé, y desda 
entonces juré devolveros vuestra herencia, Ma- 
ñana veré á la baronesa, y se lo diré todo, y á 
¡la noche yo misma os conduciró á su Casa. 
Gastón la miraba con eutusiasimo. 
—Pero vuestro espdSO... * 
-—Y o le confundiré delante de la baronesa, si 
es preciso, 
—¡Dios míol—exclamá el joven, en un acceso 
de sublime generosidad, —pero, señora, vos te- 
neis una hija, 
—Si—contestó la baronesa—una niña que 
será honrada y pobre como su madre, 
—Pues bien, yo os pido una gracia, y espero 
que no me la negaréis, 
—Hablad, 
—Que aceptéis para vuestra hija la mitad de 
la herencia que me-deje mi abuela, 
—¡0h] Sois el más generoso de los hombreg 
—exclamó la condesa estrechándole las manos, 
Una hora pasó invertida en grato coloquio 
de amor. 
La condesa se levantó después, 
—Ya es hora de separarnos- dijo, 
.—¿Tan pronto? 
—ij8s preciso, 
—Me resigno, pues, > 
- A pesar de las recomendaciones que 89 03 - 
hicieron para que no os dierais al público, pers 
manecisteis ayer en el balcón de la fonda por 
espacio de media hora, e : 
:—Es verdad. ; 
—Mi esposo y cuatro Ó cinco de los que le si» 
uen y obedecen, saben ya vuestra presencia ex 
aris, y nO 93 conveniente que volvals á aque 
  
] 
Ma fonda, 
63 
  
  
  
  
 
	        
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