ha podido decir eso?
La «ASURRECCION DB ROCAMBOLR
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E
CAPITULO XLVII
Confidencias
La condesa tomó entre Jas suyas las manos
do Anerewitsch, E
—Vaimos, niño, sed fueria y razonable-—le
dijo;-—yo no amo á mi esposo y 08 amo á vos,
El joven le echó una mirada de extravío,
—Gasión—añadió la condesa,—edio á mi es-
poso porque es indigno de mi amor... porque 10
quiero ser cómplice de sus crímenes,
Gastón se estremeció,
—¿De qué crimenes habláis, señora?
—Mi esposo es un usurpador de herencias,
El joven hizo un brusco movimiento de sor--
presa. :
—Escuchad, eseuchad aún—repuso la eonda-
ga;—yo soy una pobre mujer desgraciada y ca-
Jumniada. Se ha dicho de mí que 50 una mu-
jer perdida, y muchos me ereerán culpable...
Y esto dicienuo inclinó la cabeza y dejó eaer
por sus mejillas algunas lágrimas,
En todo esto había para Gastón una rara
—¡Que sois una mujer perdidal—exclamó el
joven en el colmo de la indignación. —¿Quién
incoherencia.
La condesa puso en Gastón la vista de sus
bellos ojos humedecidos de lágrimas y contestó
con cierto despecho; ;
--VYoS, . ds dd
El cielo ge derrumbó sobre la cabeza del
enamorado joven, el cual, mirando á su vezá
la condesa con verdadero estupor, balbuceó es.
tas palabras:
—No comprendo, O estoy yo loco ó lo estáis
VOS, señora. ,
—¡Ojalá lo estuvieral ¡Ah! Los locos, á lo me-
nos, no tienen conciencia del dolor,
—Pero, señora—repuso Gastón eon asombro,
—yo he dicho...
La eondesa se enderezó, pareció hacer un
e ha. esluerzo y mirando de frente al joven,
e dijo: :
—señor barón René, yo soy la condesa de
Estourielle,
Gastón cerró los ojos y creyó que iba á mo-
yirse,
La eondesa le sostuvo en sus brazos, y esta
vez, ovedeciendo á un verladero arranque de
pasión, le estrechó con una especie de rabia,
—Mátame—le dijo, —pero no me desprecies,
Si es verdad que el amor rehabilita, ya no estoy
yo manchada, porque Le amo,
Había tal acento de pasión en estas pala-
bras, una emoción tan grande en la voz que las
pronunciaba, una actitud tan suplicante, y al
misino tiempo tan desesperada en toda la per-
sona de la condesa, que Gastón exclamó;
Suis un angel] EN
Y cuy) de rodillas d sus plantas,
_—Perdonadive, señora—murmuró el mismo
tiem; 0.
-—j¡Ah! ¡No me despreciáis, Gastón, amado
míol—exclamó la condesa con alegría,
—Vuestras lágrimas me dicen que sois la
mejor de las mujeres,
—¡No me odiáils] *
—Us anio.
Entonces la condesa le hizo sentar á su lado
y continuó diciendo; ]
—Abora que sabéis que no soy cómplice de
ese miserable, cuyo nombre llevo por desgra=
cia, tengo que deciros lo que he hecho por vo3,
amigo mío,
—Hablad, señoras
—Mi esposo había tenido la habilidad de ha.
cerme creer que vos erais el verdadero An-
drewitsch, es decir, el hijo del cosaco. Desde
entonces me había parecido natural no permi
tir que un aventurero nos despojara de lu he-
rencia de la baronesa René. Pero después supa
la verdad, "
—¿Cómo?
-—Lo supe por medio del hombre que os im-
pidió ir á la quinta de Belle-Isle, la noche que
yo os esperaba. Mi esposo, de cuya caga había
yO huí :o, me seguía la pista... ,
—¿Y cuando supísteis la verdad?...
—Cuando supe la verdad, quise veros y fuí 3
Balle- Isle, Después de varos, os amé, y desda
entonces juré devolveros vuestra herencia, Ma-
ñana veré á la baronesa, y se lo diré todo, y á
¡la noche yo misma os conduciró á su Casa.
Gastón la miraba con eutusiasimo.
—Pero vuestro espdSO... *
-—Y o le confundiré delante de la baronesa, si
es preciso,
—¡Dios míol—exclamá el joven, en un acceso
de sublime generosidad, —pero, señora, vos te-
neis una hija,
—Si—contestó la baronesa—una niña que
será honrada y pobre como su madre,
—Pues bien, yo os pido una gracia, y espero
que no me la negaréis,
—Hablad,
—Que aceptéis para vuestra hija la mitad de
la herencia que me-deje mi abuela,
—¡0h] Sois el más generoso de los hombreg
—exclamó la condesa estrechándole las manos,
Una hora pasó invertida en grato coloquio
de amor.
La condesa se levantó después,
—Ya es hora de separarnos- dijo,
.—¿Tan pronto?
—ij8s preciso,
—Me resigno, pues, >
- A pesar de las recomendaciones que 89 03 -
hicieron para que no os dierais al público, pers
manecisteis ayer en el balcón de la fonda por
espacio de media hora, e :
:—Es verdad. ;
—Mi esposo y cuatro Ó cinco de los que le si»
uen y obedecen, saben ya vuestra presencia ex
aris, y nO 93 conveniente que volvals á aque
]
Ma fonda,
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