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_ BIBLIOTECA DB EL IMPARCIAL -
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quiero encargarme de nuestro desgraciado pri-
onero y voy á dejarlo aquí hasta nueva orden
jo la custodia del capitán Aubin y de un pe-
tón de diez hombres,
—¿Los húsares se van?—preguntó Héctor,
—Sí, Señor, z
—¿Tú también? Pe
—No, señor; yo me quedo,
Y el húsar añadió uspiados :
—Nosotros, mi comandante, nosotros, que 08
ueremos tanto, tenemos que guardaros para
consejo de guerra, Es cosa dura, ¡vive Dios!
- Héctor sonrió tristemente, saludó al soldado
Eyolvió á sentarse cerca de una mesa que ha-
la en medio del pabellón,
—Es evidente—se dijo-——que cuando el coro-
mel ha dado orden de hacerme fuego, no está
E mucho menos en ánimo de dejarme escapar,
or otra parte, le conozco, es esclavo de su de-
ber, y... pero... sin embargo...
. Y continuó pensando,
*" —¿Por qué entonces Carlos Aubin?,,, ¡Es-coga
extraña!
El conde no podía conciliar en su espíritu
hh severa consigna del coronel con la insisten»
= del capitán en no recibir su palabra de
or,
. . Y se levantó y fué otra vez 4 la ventana,
*” Pataud había sido relevado gor un recluta
y había entrado ex el regimiento después de
la deserción del comandante.
¿+ Héctor no conocía á este soldado,
.? Pero descubrió á alguna distancia en el par» |
a general que se paseaba con el coronel, y
rumor de sus palabras llegaban hasta él,
y —Mi general—decía el viejo coronel-410 03
agáis ilusiones,
je á ver al rey, os 2» repito, iró,
«El rey no 08 escuchará.
—¡Pardien : As :
«El rey noes cruel ní vengativo, creedlo,
lemente imperiosas, Perdonar al conde, sería .
flicender de nuévo la guerra en la Vandea,
+ El general se encogió de hombros,
+El rey no os concederá la gracia, no,
¿En fin ¡mil rayos! mi hija lé ama y...
coronel suspiró, . '
Y yo—añadió el general—no puedo dejar
Been pero las circunstancias son terri- |.
la fusilen al que debe ser el esposo de mil.
"Mi general—dijo el coronel, —respondo de
con mi honor; pero no estará siempre en mi
ider, y yo deseo que podáis salvarlo, ..
¿En esto el coronel levantó la cabeza y vió %
r a a ventana del pabellón, -- “vis .
1 . *
| —¿Y nada habcis ideado mejor?
—Entonces permitidme que entre: quiero ha-.
blarle de mi hija, coronel. >
—Conde—dijo éste alzando la voz, —¿querdis
recibir la visita del general Morfontaine?
a mil amores—contestó Héctor con JÚ-
10. ci
Y bajó las escaleras de cuatro en cuatro.
Los húsares de facción á la pueria abrieron
y dejaron pasar al general, echando la llave
otra vez, según consigna. OS
Héctor se arrojó en brazos del viejo mar-
qués,
a mío!—exclamó.
31 general le estrechó en sus brazos con
Tefusión,
Después le dijo:
—Hablad bajo, conde.
—¿Por qué razón, señor?
general le indicó la escalera,
——SUbamos, .
Héctor le siguió, y ambos subieronal primer
iso.
4 Entoncez el general cerró la ventana y miró
al conde. : z
—Estáis muy tranquilo—le dijo, porque ya
Héctor sonreía.
—Estoy resignado, señor.
—¡Resignado á morir! po
—Padre mio—dijo Héctor, cuya calma "apa-.
rente desapareció, —sabéis que amo á Diana,
—Lo sé todo, todo absolutamente. -
——Es preciso que Diana tenga esposo,
SÍ, por cierto,
| Y que nuestro hijo tenga padre,
“¿Lo tendrá, conde, lo tendrá.
—Mi general, según la ley marcial he meres
cido la muerte, y á fe que no me quejaría de su
| rigor si no amara á Diana, Pero se puede re-.
tardar la hora de mi ejecución y darme tiempo
ara que cumpla con mi honor dando mi mano
lo esposo á la baronesa. :
=P h! ¿Habéis pensado eso, hijo mío?
—Sí, Señor,
%* Héctor movió la cabeza con melancólica
sonrisa,
—He oido al coronel hablando con vos ahora
mismo. ; Je
A $
—¡Pardiezl
«El coronel os decía que las circunstancias
son terribles y que el rey os negaría la gracia.
El general, que hablaba cada vez más bajo,
ge sonrió de una manera enigmática y dijo:
——Ese sería el último recurso,
4 Héctor hizo un gesto de sorpresas :.
¿ El general añadió:
een mao, 6 00 A e
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¡2 e=vVos estáis aquí preso, mi querido conde, $
En bien lo veis, E j
«di intentáis salir, sea por la puerta, sea po?
Ha Pentana, se oz hará fuego, según consignar
: «=No Jo intentaré, -