"A. CONAN-DOYLE
- folas en este barril, fuera, según vayan pa-
sando, y así podrán recogerlas cuando sal-
gan, pues no es cosa de llevar armas en
Aina casa de paz.
Su petición fué atendida, y antes de que
el último hombre hubiese enirado, ya había
una extraña colección de cuchillos y armas
de fuego depositadas. Cuando todos: esta-
ban reunidos comenzó la ceremonia prime-
Ya y última que se celebró en Jackmans
—Gulch. El tiempo estaba muy caluroso .y
Sentaros 6 hago fuego!
hacía bochorno en el cuarto, pero los hom-
bres. escucharon con paciencia ejemplar.
Para algunos había el atractivo de lo nue-
:0, y para otros aquello les. recordaba paí--
235 y tiempos pasados. Un murmullo de
xpectación salió de la asamblea cuando él
ubió al. púlpito. Se había vestido con cui-
dado en honor á la ocasión; llevaba una tú-
nica de terciopelo y un cinturón de seda
hina, pantalones de topo y ancho sombre-
ro que -sostenía en la mano izquierda. Co-
menzó á hablar en voz baja, y notaron que
miraba frecuentemente por una rendija que
había á la altura de su cabeza.
Y 4.08, 16, Puesto por la senda del bien,
y espero que si insistís en seguirla con cons-
tancia, lograréis enmendaros. — Al llegar
aquí, miró 7 AS SN la rendij uja unos
«Ustedes habrán aprendido á ser indus-
triosos, y de este modo podrán reparar
cualquier pérdida que puedan tener. Se-
guramente no olvidará ninguno de vosotros
mi visila á este campamento.»
Aquí hizo pausa. Tres tiros de revólver
sonaron en la calma de verano.
—Seguid en su sitio, condenados—gritó
nuestro predicador, viendo que sus congre-
gados se levantaban excitados—. Si alguno
se mueve le meteré bajo el asiento. Las
puertas están cerradas, así que
no puede salir ninguno. ¡Senta-
ros, cabezas de loco, .perros,
ó hago fuego sobre vosotros!
Atolondrados y muertos de
miedo, nos hizo sentar, mirán-
donos unos á otros. Elías B.
Hapkins, cuyo semblante pare-
cía haberse alterado, nos dijo
mirándonos con desdeñosa son-
risá de crueldad:
—l'engo vuestras vidas en
mis manos—y vimos que tenía
amartillada una pistola y. la
culata de otra asomaba por su
cintura—. Yo tengo armas y
vosotros ninguna. El que se
mueva será muerto; pero si no
hacéis nada, nada os haré. Te-
néis que quedaros aquí una
hora, porque vosotros, ne-
.cios—, dijo con tono que re-
cordaremos. siempre—, no sa-
béis quién es el que ha estado
jugando con. vosotros, .como
evangelista y santo. ¡Pues ne
.€s otro que ( Conlk y Jim, estú-
pidos! Y Felipe Y Maule son
mis aliados, y ya estarán en
los montes con pep Oro.
Así es que ya sabéis que dentro
de una hora estarán libres, sin
que nadie pueda perseguirlos,
y yo aconsejo á ustedes que
reflexionen lo que mejor les conviene. Mi
caballo está á la puerta y saldré en el mo-
mento oportuno. Cuando esté fuera, cerra-
ré con llave y me marcharé. Entonces uste-
des saldrán como puedan. No tengo más
que deciros, sino que sois los más burros
- que han llevado zapatos.
Hubo la suficiente pausa para que nos
hiciéramos cargo de aquella opinión. De-
masiado había hablado, y nosotros nada
hicimos en plena turbación. istábamos im-
posibilitados de atacarle, pues nada había-
mos previsto. No nos quedaba más remedio
que entregarnos. Pasó tiempo, que nos pa-
reció tres “horas, antes de que el evangelis-
la: cerrara su reloj y diera unos pasos
atrás, hacia la puerta, amenazándonos siem-
pre con sus armas. Oímos después el chirri-
do de la cerradura y el Balopar del. caballo.