y
A. CONAN-DOYLE
¡Nunca la pierda! —Me hizo un gesto de in-
_teligencia y salió con la misma cautela que
entrara, mirando á todas partes por sl al-
- guien nos había observado.
Me distrajo más que me impresionó la
«solemnidad de la negra vieja, y tuve que
contener la risa durante su oración por
miedo á herir sus sentimientos. Cuando se .
fué quedé examinando. detenidamente: la
piedra que me dió. Era de un negro: azu-
lado: y de forma oval, como una piedra
aplastada tan frecuentes en las costas, y
- ¿propósito para que al tirarlas lleguen á
- gran distancia. Tenía seis centímetros y
tres de ancha por el centro, estando sus
extremidades redondeadas; lo más curioso
en ella era que tenía algunas líneas bien
marcadas formando 'semicírculos sobre su
prod dándole exactamente la apariencia
de una oreja humana. Todo esto me tenía
intrigadísimo, y determiné mandarla, en
- calidad de especie geológica, á mi amigo
el profesor Shroeder, del Instituto de New-
York. Mientras la guardé en el bolsillo,
e levantándome, salí 4 dar un pequeño
- paseo por el jardín, olvidando el incidente.
- Como mi herida estaba ya Casi curada,
me despedí al poco tiempo de mister Mu-
_rray. Como mi ejército había salido total-
- mente victorioso, era innecesaria mi asis-
tencia en Richmond y regresé á Brooc-
—klyn. Allí comencé mis Ad rr y me casé
-cón la segunda de Jonah Wanburger, co-
“nocidísimo grabador en madera. -Adquirí
en pocos años buena clientela y considera-
ble reputación en el tratamiento de los pul-
mones. Todavía guardaba en mi bolsillo
la negra: piedra y muchas veces contaba
la historia en la forma dramática en que
vino á mi poder. También sesguía en la
resolución de mandarla al profesor Shroe-
der, quién tenía mucho interés por el cuen-
“to y la piedra amuleto. Este la e
dra vulgar, y me hizo notar que tenía
a forma: de. una oreja y estaba trabajada
cuidadosamente; según múltiples detalles,
demostraban que el artífice había tenido
ao talento bn mo «acierto. .—No sé-<dijo
> profesor—si esto será un pedazo de e
guna estatua: ape aunque no compren-
do cómo han trabajado tan bien en un ma-
erial tan duro. Si corresponde á “aiguna
estatua, > ¡tendría placer en verla! — Así
jensé yo también, pero luego cambié. de
Opinión.
Los primeros sutia años de esta vida
ranscurrieron sin incidente. A la prima-
vera siguió el verano y al verano el invief-
no, sin variación alguna en mis obligacio-
nes. Como mi clientela aumentaba, admití
-S. Jackson como compañero, dándole
cuarta parte de las ganancias. El con-
inuado trabajo ha influido en mi constitu-
ón, y ica Leiria ans mi co
" padre, el María Celeste,
Yo era de la: misma opinión; así es
ralificó dé -
lodiosa voz
insiste en que consulle con el doctor Ka-
vahogh Smith, que fué compañero mío en
el Samaritan Hospital. Me examinó, y dijo
en el diagnóstico que mi pulmón estaba en
tal estado que me convenía hacer un largo
_viaje por mar. Como por censtitución soy
impresionable, predispuesto á favor del: úl-
timo consejo, se me allanó todo al conocer
al joven Russell, hijo de White, socio de
la casa Russell, White dí C.?”, quien me
ofreció pasaje en uno de los barcos de su
anclas en Boston. «Es un buque pequeño y
confrontable—me dijo—, y. Tibbis, el ca-
pitán, es un hombre excelente. No hay nada -*
como un barco de vela para un enfermo».
que
acepté al instante el ofrecimiento. Mi deseo :
era el de que mi esposa me acompañara
en el viaje; pero ella: siempre fué muy mala
marinera, y-.como- además poderosas razo-
nes. de familia se oponían.á que la expu-
siera á4 peligro ninguno, decidimos que no
me acompañara. No soy hombre efusiva-.
mente religioso, pero dí gracias á Dios,
sin embargo, por: tener un hombre de toda
confianza.como Jackson, mi-compañero, á
quien confiar mi familia. y mi clientela.
Llegué -á Boston el 12 de Octubre de 1873. :
y me-dirigí inmediatamente á la casa de
barcos á darles las gracias por su atención.
Estuve sentado en las oficinas hasta que
pudieran atenderme, cuando el. María :Ce-
leste llamó mi atención. Estaba mirando
todo á mi alrededor cuando ví un hombre
alto delgado que, reclinado sobre 'un mos-
trador. de brillante caoba, pedía informes
á un eseribiente. Cuando volvió el rostro
hacia mí pude' observar que era mulato,
más bien negro. Su nariz curva y aguileña
y su pelo lacio mostraban dejo de la raza *
blanca, pero los ojos negros y vivos, Sus
labios prominentes y su dentadura blanca
y brillante, indicaban su origen africano.
Era de complexión enfermiza, amarillento,
y tenía el rostro pr ofusamente marcado de
viruela, que da una expresión tan desfavo-
rable como pi Habló" con suave “y: me-
; frases escogidas propias de
hombre a
Deseo algunos datos concernientes al
María Celeste. —repitió inclinándose hacia el
escribiente—. El barco sale pasado mañana, y
¿no es verdad?
-—Sí, señor—contestó «el oetiibienta con
mucha. finura, notando las luces del brillan-
te que llevaba en la pechera.
“¿Dónde va ese barco?
“A Lisboa.
—¿Cuántos tripulantes lleya?
—Siecte, caballero.
—Y pasajeros, ¿ley a?
—Sí, uno de ellos joven, hijo del sEpiSid
rio del cis y otro un blo 0% erddinri:
que iba á levar -