44
_. —Quizá esto sea una señal — dijo ha-
blando siempre en perfecto inglés—. Pne-
de que esté decretado que yo deje recuer-
do mío, como un aviso á todos los morty-
les que se oponen á la Naturaleza. Yo le
hablaré; luego usted puede hacer lo que
le parezca de mis declaraciones. Le hablo
en el dintel del otro mundo. Soy, como
usted supuso, egipcio... No un descen-
diente de esta raza de esclavos que habita
el Delta del Nilo, sino un superviviente
de aquella más fuerte, más dura, que so-
metió á los hebreos, arrojó á los atiopes
á los desiertos del Sur y edificó esas mas-
has construcciones que han sido después
el asombro y la envidia de todas las civi-
lizaciones venideras. Reinaba Insthmosis,
ciento diez y seis años antes del nacimien-
to de Cristo, cuando yo ví la luz. ¿Huye
usted de mí? Espere; verá cómo soy más
digno de lástima que de ser temido.
Me llamo Sosva. Mi-padre había sido jefe
sacerdote de Asiris en el gran templo de
Abaris, que estaba entonces en Bubastie,
brazo del Nilo. Fuí educado en el templo
é iniciado en los misterios que tanto citan
ustedes en sus Biblias. Fuí discípulo apro-
vechado, y á los diez y seis años ya sabía
todo lo que pudiera enseñarme el sacer-
dote de más talento. Desde aquel tiempo
he estudiado los secretos de la Naturale--
za, por mi parte sin dar cuenta de mis
conocimientos á ningún hombre. Entre
todas las cuestiones no había ninguna que
más me indujera al trabajo como la natu-
raleza de la vida misma. He sondeado
profundamente en los principios vitales.
- La medicina siempre tuvo como punto de
Mira el expulsar las enfermedades; yo
creía que fuera preferible fortificar el
cuerpo, de modo que no llegase la debili-
- dad de la muerte y no adquiriese enfer-
_medades. No le contaré mis descubri-
mientos, porque no los
aunque se los contara. Realicé experimen-
tos en animales, en esclavos y en mi mis-
mo; de los resultados deduje que el pro-
blema estaba en encontrar una substancia
que, inyectada en las venas, se mezclara
con la sangre, dotando al cuerpo poder
suficiente para resistir la acción del tiem-
2 po y de las enfermedades. Claro que así
no suprimía la mortalidad, pero conquis-.
- daría una potencia para resistir miles de'
años. Usé la substancia encontrada en un
gato, y le dí las drogas más venenosas.
El gato vive aún en el bajo Egipto. Esa
- materia no tenía nada de mágica: era un
producto químico que puede repetirse
- cuando se quiera. En la juventud se ama
la vida sobre todas las cosas; así, pues,
yo creí haber abolido todos los dolores y
alejado la muerte, y con el corazón feliz
- Inoculé la substancia en mis venas. Miré
hubiera arrojado á
comprendería
A. CONAN: DOYLE
á mi alrededor por si podía beneficiar á
alguien. Un joven sacerdote de Thoth, lla-
mado Parmes, que había ganado mi bue- :
na voluntad por su fervorosa naturaleza
y afición á los estudios, estaba allí, y le
conté mi secreto, inyectándole á la vez,
y por petición suya, mi elixir; bien pen-
sado, no debía quedar sin compañero en
mi larga vida.
A partir de este descubrimiento aflojé algo
en mis estudios, pero Parmes continuó los
suyos con redoblada violencia; todos los
días le veía trabajando en el templo de
Thoth con sus redomas y destiladores, pero +
apenas me contaba los resultados de sus tra-
bajos. Por mi parte estaba' acostumbrado
á pasear por la ciudad contemplando todo
aquello que estaba condenado á pasar alre
dedor de mí, que siempre quedaría. Las
personas me saludaban porque la fama de
mis conocimientos había circulado hasta
por el extranjero. Había en aquel tiempo
una guerra, y el gran rey había mandado á
sus soldados á la frontera para arrojar á los
hyksos. Un gobernador fué mandado tam
bién á Abaris para ponerse al frente de las
tropas. Había oido ponderar mucho la be-
lleza de la hija de este gobernador, y un día
que paseaba con Parmes nos encontramos
con ella, que iba llevada por los esclavos
Bien pronto quedé enamorado; se apoderó
de mi corazón hasta el punto de que me
£
los pies de sus servido-
res; mi vida sin aquella mujer era insoporta-'
ble, y juré por la cabeza de Horus que sería
mía. Juré aquello al sacerdote de Thoth, :
me miró con mirada tenebrosa como la me-
dia noche. No tengo para qué contar á us-
ted mis amores; ella me amó tanto “como
yo. á ella. Luego supe que Parmes la hubo
conocido antes que yo y también la quería;
pero me intranquilizaba poco su pasión, por-
que sabía que su alma era mía. La ciudad fué
luego invadida por la plaga blanca, y yo cui-
dé á los atacados sin repugnancia ni apren
sión. Ella se maravilló al ver mi valor, y yo
¿entonces le conté mi secreto, ofreciéndole
usarle en ella.
—Serás flor nunca marchita—dije—. Po-
drá acontecernos lo que quiera, pero nos-
otros dos, y nuestro autor, viviremos más
que las bombas del rey Chefrú. Pero ella
se mostró tímida, poniendo objeciones de
niña inocente. e PO
-—¿Eso es bueno? — preguntó —. ¿No es
¿contra la voluntad de los dioses? Si el gran
Osiris hubiera deseado que nuestra vida fue-.
ra tan larga, ¿no hubiera creado esto? 3
—Procuré vencer sus dudas con palabras
dulces y cariñosas, pero aún vacilaba, + me
dijo: A A
' ¿e un gran problema que he de resolver
esta noche. ALAS ER Ea
Por la mañana sabría su decisión; la ver-.
/ IS"