Full text: El capitán de la Estrella Polar

A. CONAN-DOYILE 
LA CAJA CUADRADA 
—¿Fodo á bordo?—preguntó el capitán. 
—Todo á bordo—contestó el piloto. 
—HEn marcha entonces. 
Eran las nueve de la mañana de un 
- miércoles. El buque Spartan estaba ancla- 
do, fuera del puerto de Boston, con su 
 targamento .en las bodegas, sus pasajeros 
á bordo y todo preparado para la marcha. 
El silbido de señal fué repetido, y sonó 
- también el único toque de campana. De 
proa hacia Inglaterra se oyó él escape del 
Vapor, que indicaba estar todo á punto 
para el recorrido de tres mil millas; Soltó 
su cadena, como la de un galgo que esca- 
pa de su traílla. 
- Tengo la desgracia de ser muy nervio- 
so. Una vida intelectual y sedentaria ha 
desarrollado en mí una afición morbosa 
4 la soledad, ya que en mi juventud era 
uno de mis rangos distintivos. Cuando me 
ví sobre cubiérta maldije amargamente el 
la tierra 
sunto que me obligaba á ir á 
de mis antepasados. Los gritos de los ma- 
“rineros, el ruido delas amarras, las des-' 
_pedidas de mis compañeros de viaje y los 
hurras! de la multitud, todo era desagra- 
dable á mi naturaleza sensible. Además, 
estabá triste; un indefinible presentimiento 
le, calamidades me asediaba. El mar es- 
aba en calma, la brisa era ligera y nada 
ra propicio para turbar la serenidad de 
os hombres fuertes; yo, sin embargo, sen- 
lía como la amenaza oculta de un peligro 
minente. He notado. que estos presenti- 
mientos soh frecuentes. en las personas de 
un temperamento como el mío, y que sue-. 
len cumplirse. Hay la teoría de una se- 
gunda vista, sutil comunicación con lo fu- 
turo. Recuerdo que Herr Ranmer, el emi- 
_hente espiritista, observó en una ocasión 
que, de todos los hombres que había ha- 
ado en su larga práctica, no. había cono- 
cido ninguno de tanta sensibilidad para 
os fenómenos naturales. Según todo lo 
que yo sentía, si hubiera sabido de ante- 
mano todo lo que me iba á obsesionar, á 
loce horas hubiese saltado 4 tierra, 
+ y 
que hubiera sido en el último instante, 
| barco maldito. 
Y 
—El tiempo apremia-— dijo el ca pitán, 
cerrando su cronómetro. , 
—Ha llegado el momento—decía el pilo- 
to, dando el último silbido y empujando 
parientes y amigos hacia tierra. 
Habían desenganchado ya una cadena, 
cuando se oyó un grito en el puente y apa- 
recieron dos hombres corriendo hacia el 
embarcadero, agitando sus brazos frenéti- . 
camente, como para hacer señales al barco. 
—¡Pronto!—geritó la multitud. 
—¡Afianzarse!—decía el capitán—. 
bir la escala. : 
Y los dos hombres saltaron á bordo en 
el momento en que saltaba la segunda. La 
máquina sacudió el barco y nos pusimos 
en movimiento; vitorearon desde el buque, 
contestaron desde tierra, y el barco siguió 
rápido, cruzando á toda marcha la bahía 
apacible. Al comenzar Ja marcha se pusie- 
ron en movimiento los viajeros buscando 
sus camarotes, en tanto que algunos en el 
Su. 
salón destapaban botellas para ahogar así 
las penas de la separación. Me fuí á cu- 
bierta y comencé á inspeccionar á mis 
compañeros de travesía. No había ningu- 
no de semblante no vulgar; me fijaba en 
esto por eser mi especialidad la observa- 
ción de fisonomías, y analizo, clasifico y 
- escudriño un semblante como un botánico 
una flor. No había ninguno merecedor de 
mención especial. Veinte jóvenes america- 
nos 4 Europa; respetables matrimonios de 
mediana edad; y en compensación una pla- 
ga de reverendos y profesionales, señori- 
tas jóvenes, hombres adinerados, todo lo. 
que puede constituir una olla podrida ca- 
minando por el Océano. Me separé de to- 
dos, y mirando á las ya lejanas costas de 
América, se desenvolvió 'ante mí una cara- 
vana de recuerdos que llamaban á mi cora- 
zón desde la tierra adoptiva. Un montón 
de maletas esperaban á mi lado el turno 
de bajada. Con mi habitual amor á la so- 
_ledad me senté sobre una maroma, entre 
aquellos equipajes, y me entregué á mis 
melancólicos pensamientos, de los que me 
-—distrajo un cuchicheo á mi espalda. 
- —Este es un sitio muy tranquilo—dijo 
od 
 
	        
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