con poca luz ví que Muller tenía colgado del
brazo el gabán que para mí significaba tan-
to. Caí hacia atrás ahogando un gemido. Ví
cómo mi fatal indecisión sacrificaba doscien-
tas vidas inocentes. Había leído en más de
una ocasión las terribles venganzas que su-
fren los espías que son descubiertos, y como
hombres que tienen su vida en la mano, son
eapaces de todo, me escondí lo mejor que
pude en la lancha y me limité á escuchar lo
que cuchicheaban.
—Este es un buen sitio—dijo uno de ellos.
—A sotavento es mejor. Tengo impacien-
cia por ver si funcionará, el gatillo.
—Estoy seguro de que si.
Le haremos volar á las diez, ¿no es
verdad?
—Sí, á las diez en punto. Nos quedan aún
echo minutos.
Hubo una pausa; entonces la voz,se oyó
de nuevo:
—¿Oirán saltar el gatillo?
—¡Qué importa! Cuando quieran acudir
ya habrá volado.
Es verdad.
—¿Oué te parece? Habrá expectación en.
los de allá, ¿eh? .'
pana - Y 711906. CS
—¿Cuánto cree usted que tardarán en sa-
ber de nosotros?
—A eso de media noche.
—Y será obra mía.
—No, mía. |
—Ja, ja. Bueno, ya esclareceremos ese
punto. ;
Aquí hubo otra pausa.
de Muller:
—No faltan más que cinco minutos.
¡Qué despacio pasan los instantes! Podía
seguir las palpitaciones de mi corazón.
- —Esto causará sensación en tierra—dijo
una de las voces. .
—St; sobre todo los periódicos hablarán
de ello en grande.
Yo levanté mi cabeza y miré hacia aquel
lado de la lancha, sin esperanzas de ayuda
alguna.
que consideraba inútil dar la voz de alarma.
El capitán abandonó el puente, y la cubier-
a estaba desierta. Sólo había las dos figuras
ebscuras agachadas bajo la lancha. :
Fannigau tenía en la mano el reloj
abierto. ,
— Tres minutos más—dijo—. Colóquelo
abajo, sobre cubierta.
—No, aqui en la baranda.
Dejaron allí la caja cuadrada, á juzgar
por el ruido que hizo al colocarla debajo de
mí, sobre el pescante del ancla, casi debajo
de mí. Miré nuevamente á fuera y ví que
Fannigau echaba algo de un papel á su ma-
no; era blanco y granular, lo mismo que
usó por la mañana. Sin duda le empleaban
como mecha, porque lo introdujo en la caja,
Después oí la voz
EL CAPITÁN BE LA ESTRELLA POLAR
Estaba tan convencido de morir,
produciendo el mismo ruido que llamó antes
mi atención.
—Un minuto más.
—¿ Quién tira?, ¿usted ó yo?
—Tiraré yo—dijo Muller, que estaba de
rodillas con la cuerda en la mano.
Fannigau estaba detrás con semblante re-
suelto. No pude resistir más.
—;¡Detenéos! — grité saltando delante de
ellos—. ¡Detenéos, miserables, desalmados!
Los dos retrocedieron asustados. Debie-.
ron creer que yo era una aparición al ver
mi semblante lívido alumbrado por la luna.
Me sentía entonces valeroso y había ido de-
masiado lejos para que yo retrocediera.
- —Caín fué condenado por matar sólo á
uno—griteles—; ¿tendrían ustedes valor de
destruir doscientas personas?
—+Está loco—dijo Fannigau. 4
El tiempo vuela; déjelas salir, Muller.
Saltando sobre cubierta le dije:
—No lo hará usted.
—¿Ouién es usted para impedírmelo?
—Tengo todos los derechos divinos y ha-
manos. 8
—Esto no le incumbe. ¡Fuera de aqui!
—¡Vaya al diablo! No es la cosa para an-
dar con tanto requilorio. Sujétele usted, Mu- -
ller, mientras. que yo tiro del gatillo.
—Forcejeé; cosa inútil, pues entre los bra-.
70s. de un irlandés*era yo una criatura.
—Ahora—dijo—, andad pronto; no puede
evitarlo. :
Me sentí al borde de la eternidad. Medio ,
estrangulado por el alto rufián, ví que el otro
Nlegaba hasta la caja, é.inclinándose cogió la
cinta. Al ver aquel movimiento me encomen-
dé á Dios. Entonces sonó un extraño chas-
guido, el gatillo, y abriéndose la caja...
hieron dos palomas mensajeras! Excuso de-
cir cuán grande fué mi decepción y mi ab-
surdo. Lo mejor que puedo hacer es retirar-
me decorosamente de la escena, cediendo
la palabra al Sporting de New-Yord Herald,
mejor informado que yo. He aquí el extracto.
de sus columnas, publicado después de nues-
tra salida de América:
.
«EXTRAORDINARIO «PIGEÓN FING)
» Un nuevo match se ha verificado la sema-
na anterior entre las palomas de John Fan-
nigau, de Boston, y Jeremiah Muller, cono-.
- eidos ciudadanos de Lowel. Los dos han em-
pleado mucho tiempo y mucho cuidado en
la casta de palomas, y tenian desde hace
tiempo una apuesta pendiente, en la que se
eruzaba una gran suma, y cuyo resultado
despertaba gran interés en la localidad. El.
punto de partida era la cubierta del trans-
atlántico Spartan, á las diez de la noche,
cuando el barco se haNase á unas diez millas
- Y
¡sa