Full text: El capitán de la Estrella Polar

88 “A. CONAN-DOYLE 
con el recluta. ¡Sangre y carne nuestra! 
Pero usted tiene la fuerza de un toro, joven; 
y si usted no nos atiende, tendré que pensar 
en lo largo de mi espada. 
—¡No tanto, buen Allen, no tanto!—gritó 
un hombre pequeñillo que se había queda- 
do atrás mientras pareció prepararse á la 
lucha, pero que ahora se adelantaba empu- 
jando á todos—. Si usted estuviera solo, pue- 
de; pero un sable experto puede desarmar 
á muchos como este caballero. Bien me 
acuerdo de cuando en el Palatinado clavé 
el espinazo al barón von Llogosbaff; me ame- 
nazó así, miren, pero yo me desvié, como 
decimos nostros, y así.., ¡San Agustín nos 
valga! ¿Quién viene? 
- La aparición que causó el susto del hom- 
bre elocuente, era en extremo extraña y 
propia para causar miedo á un guerrero. 
Salió de la obscuridad una figura de tamaño 
gigantesco y voz ronca que resonó en el sl- 
lencio de la noche. A 
—¡Fuera, Thomas Allen! Malditos seáis 
si habéis abandonado vuestro puesto sin cau- 
sa legal y suficiente. ¡Por San Anselmo de 
Haly Grove, más os valiera no haber. nacido 
que irritarme esta noche! ¿Cómo os arras- 
tráis todos entre los matorrales estando tan 
cerca el día de San Miguel? . 
—Buen capitán-—dijo Allen quitándose la 
gorra y seguido por lodos los de la partida—, 
hemos cogido un bravo joven que salopaba 
por el camino de Londres. Esperaba una pa- 
labra de gratitud más que de amenaza. 
No lo tomes á mal, valiente Allen—ex- 
clamó su jefe, pues no era'otro que Jeckla- 
' de—. Ya conoces demasiado mi carácter co- 
lerino, y mi lengua no es suave como la de 
los cortesaños. Y usted —añadió dirigiéndo- 
se á nuestro héroe—, ¿formará parte de la 
eran causa de Inglaterra durante el reinado 
de Alfredo el Sabio? ¡Hable y no busque 
frases! 
Estoy dispuesto á cumplir con mi deber. 
La caja de sal y el saco de harina del 
hombre pobre, no serán menos libres que la 
bodexa del aristócrata; ¿qué le parece á 
usted? : : 
—Nada más justo — contestó nuestro hé 
roé. | p 7 
—:¡Ah! Todos tienen tanta justicia con nos- 
otros como el ladrón con el conejo... ¡Abajo 
con todos! - . p : 
- —¡Not—dijo Sir Overbeck Wells irguién- 
dose á su altura y poniendo su mano sobre la 
espada—. No puedo dejarle seguir; le desa- 
fío como traidor, pues no tiene usted buen 
corazón y exige en cambio más tributos que 
el' rey. ¡Que la virgen os proteja! , 
Estas palabras fueron dichas con energía. 
Los rebeldes hablaban entre sí con movi- 
. mientos nerviosos, atontados, pero envalen- 
_tonándose con la voz ronca del jefe, saca: 
ron sus sables preparándose á echarse so- 
POS % yn Ad 
una copia y nada más. 
bre el caballero, que se puso en guardia es- 
perando el ataque. 
—Ahora—exclamó Sir Walter frotándose . 
las manos y riéndose—, ya he puesto al niño 
en un rincón caliente y bonito. A ver quién 
de éstos es capaz de sacarle. ¿No tienen us 
tedes algún modo de ayudarle? 
—Pruebe usted, James — dijeron algunas 
voces, y el autor aludido iba á hablar, cuan- 
do le interrumpió un caballero algo tarta- 
mudo y nervioso. 
-—Perdonad — dijo —; pienso que acaso 
pueda hacer yo algo. Ya sabéis que algunas 
de mis humildes producciones han sobrepu- 
jado las de Walter Scott, que puede pintar 
igualmente la sociedad moderna y la anti- 
gua, y que en cuanto á mis comedias no hay 
comparación con Shakespeare. Les enseña- 
ré... (buscaba en un gran paquete de pape- 
les)... estas son notas mías de cuando estuve 
en la India, éste un discurso mío del Parla- 
mento, éste mi crítica sobre Tennyson... No 
- encuentro lo que busco, ¡pero en fin! ya us- 
tedes todos han leído Rienzi y Harold. Toda 
colegiala lo guarda en el corazón, como dice 
Maucalay. Permitidme que dé una muestra: 
«No obstante la galana valentía del caba- 
llero era demasiado desigual el combate, y 
rompiéndose su sable á un golpe de un hom.- 
bre negro, cayó al suelo. Esperó su muerte, 
pero sin duda era otra la intención de los 
bandidos, pues le capturaron y le colocaron 
atado de pies y manos sobre el caballo que 
llevaba. Cruzaron los matorrales, seguros de ' 
que nadie les encontraría, y se dirigieron á 
un edificio de piedra que perteneció en otro 
tiempo á un cortijo, y que entonces estaba 
abandonado por ruinoso. Allí estaba el cuar- 
tel general de Cade y sus hombres. Un gran 
establo estaba utilizado como dormitorio y 
aleunas composturas toscas habían resguar- 
dado el cuarto principal de las inclemen- 
cias del tiempo. En este departamento ha- 
bían preparado los rebeldes una comida 
fuerte, y nuestro héroe quedó tirado, sin 
librarse de las ligaduras, en un cuarto va- 
cíb, en espera de s:1 suerte.» 
Sir Walter había estado escuchando con la 
mayor impaciencia la narración de Bulwer 
Lytton, y al llegar á este punto exclamó: . 
—Pero dé usted alguna característica de 
su estilo. Sus cuentos son algo magnético- 
eléctrico-biológico-misteriosos. Pero esto es 
Un murmullo de aprobación acogió aque- 
llas palabras, y Defoe, añadió: 
—Es verdad, maestro Lytton; esperába- 
mos esa inquietud de estilo, y hay que asen- 
tir á las palabras de nuestro amigo. do 
—Probablemente creerá usted que esto. 
también es imitación—dijo Lytton con sem- 
blante serio. Y continuó la narración en 
. esta forma: 
«Apenas se había echado nuestro infortu- 
» 
  
 
	        
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