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con el recluta. ¡Sangre y carne nuestra!
Pero usted tiene la fuerza de un toro, joven;
y si usted no nos atiende, tendré que pensar
en lo largo de mi espada.
—¡No tanto, buen Allen, no tanto!—gritó
un hombre pequeñillo que se había queda-
do atrás mientras pareció prepararse á la
lucha, pero que ahora se adelantaba empu-
jando á todos—. Si usted estuviera solo, pue-
de; pero un sable experto puede desarmar
á muchos como este caballero. Bien me
acuerdo de cuando en el Palatinado clavé
el espinazo al barón von Llogosbaff; me ame-
nazó así, miren, pero yo me desvié, como
decimos nostros, y así.., ¡San Agustín nos
valga! ¿Quién viene?
- La aparición que causó el susto del hom-
bre elocuente, era en extremo extraña y
propia para causar miedo á un guerrero.
Salió de la obscuridad una figura de tamaño
gigantesco y voz ronca que resonó en el sl-
lencio de la noche. A
—¡Fuera, Thomas Allen! Malditos seáis
si habéis abandonado vuestro puesto sin cau-
sa legal y suficiente. ¡Por San Anselmo de
Haly Grove, más os valiera no haber. nacido
que irritarme esta noche! ¿Cómo os arras-
tráis todos entre los matorrales estando tan
cerca el día de San Miguel? .
—Buen capitán-—dijo Allen quitándose la
gorra y seguido por lodos los de la partida—,
hemos cogido un bravo joven que salopaba
por el camino de Londres. Esperaba una pa-
labra de gratitud más que de amenaza.
No lo tomes á mal, valiente Allen—ex-
clamó su jefe, pues no era'otro que Jeckla-
' de—. Ya conoces demasiado mi carácter co-
lerino, y mi lengua no es suave como la de
los cortesaños. Y usted —añadió dirigiéndo-
se á nuestro héroe—, ¿formará parte de la
eran causa de Inglaterra durante el reinado
de Alfredo el Sabio? ¡Hable y no busque
frases!
Estoy dispuesto á cumplir con mi deber.
La caja de sal y el saco de harina del
hombre pobre, no serán menos libres que la
bodexa del aristócrata; ¿qué le parece á
usted? : :
—Nada más justo — contestó nuestro hé
roé. | p 7
—:¡Ah! Todos tienen tanta justicia con nos-
otros como el ladrón con el conejo... ¡Abajo
con todos! - . p :
- —¡Not—dijo Sir Overbeck Wells irguién-
dose á su altura y poniendo su mano sobre la
espada—. No puedo dejarle seguir; le desa-
fío como traidor, pues no tiene usted buen
corazón y exige en cambio más tributos que
el' rey. ¡Que la virgen os proteja! ,
Estas palabras fueron dichas con energía.
Los rebeldes hablaban entre sí con movi-
. mientos nerviosos, atontados, pero envalen-
_tonándose con la voz ronca del jefe, saca:
ron sus sables preparándose á echarse so-
POS % yn Ad
una copia y nada más.
bre el caballero, que se puso en guardia es-
perando el ataque.
—Ahora—exclamó Sir Walter frotándose .
las manos y riéndose—, ya he puesto al niño
en un rincón caliente y bonito. A ver quién
de éstos es capaz de sacarle. ¿No tienen us
tedes algún modo de ayudarle?
—Pruebe usted, James — dijeron algunas
voces, y el autor aludido iba á hablar, cuan-
do le interrumpió un caballero algo tarta-
mudo y nervioso.
-—Perdonad — dijo —; pienso que acaso
pueda hacer yo algo. Ya sabéis que algunas
de mis humildes producciones han sobrepu-
jado las de Walter Scott, que puede pintar
igualmente la sociedad moderna y la anti-
gua, y que en cuanto á mis comedias no hay
comparación con Shakespeare. Les enseña-
ré... (buscaba en un gran paquete de pape-
les)... estas son notas mías de cuando estuve
en la India, éste un discurso mío del Parla-
mento, éste mi crítica sobre Tennyson... No
- encuentro lo que busco, ¡pero en fin! ya us-
tedes todos han leído Rienzi y Harold. Toda
colegiala lo guarda en el corazón, como dice
Maucalay. Permitidme que dé una muestra:
«No obstante la galana valentía del caba-
llero era demasiado desigual el combate, y
rompiéndose su sable á un golpe de un hom.-
bre negro, cayó al suelo. Esperó su muerte,
pero sin duda era otra la intención de los
bandidos, pues le capturaron y le colocaron
atado de pies y manos sobre el caballo que
llevaba. Cruzaron los matorrales, seguros de '
que nadie les encontraría, y se dirigieron á
un edificio de piedra que perteneció en otro
tiempo á un cortijo, y que entonces estaba
abandonado por ruinoso. Allí estaba el cuar-
tel general de Cade y sus hombres. Un gran
establo estaba utilizado como dormitorio y
aleunas composturas toscas habían resguar-
dado el cuarto principal de las inclemen-
cias del tiempo. En este departamento ha-
bían preparado los rebeldes una comida
fuerte, y nuestro héroe quedó tirado, sin
librarse de las ligaduras, en un cuarto va-
cíb, en espera de s:1 suerte.»
Sir Walter había estado escuchando con la
mayor impaciencia la narración de Bulwer
Lytton, y al llegar á este punto exclamó: .
—Pero dé usted alguna característica de
su estilo. Sus cuentos son algo magnético-
eléctrico-biológico-misteriosos. Pero esto es
Un murmullo de aprobación acogió aque-
llas palabras, y Defoe, añadió:
—Es verdad, maestro Lytton; esperába-
mos esa inquietud de estilo, y hay que asen-
tir á las palabras de nuestro amigo. do
—Probablemente creerá usted que esto.
también es imitación—dijo Lytton con sem-
blante serio. Y continuó la narración en
. esta forma:
«Apenas se había echado nuestro infortu-
»