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E Maestre del «Aguila Negra», y ya ve usted,
PAS
+ tone: moviendo la cabeza con un ademán .
- de infinita conmiseración.—Pero esas co-
- Sas vienen para probarnos. Son avisos del
= ee
A; CONAN-DOYLE -
- Veniente en recibirla, si quiere usted espe-
Tar un momento.
-— Poco después la pobre mujer entraba en
-€l despacho de Girdlestone. El jefe de la,
firma la recibió con más recelo que sor-
- Presa.
-_ —Soy la mujer de Hudson—dijo tími-
damente la recién llegada.—El contra-
ha muerto...
La pobre mujer rompió á llorar.
—Cálmese usted, buena mujer, cálmese
Usted.
—¡Quién me lo había de decir! Cuando
| Supe que llegaba el «Aguila Negra» fuí tan
| “ontenta al puerto á esperarle, como siem-
Pre... Llegué á bordo y no me dejaron pa-
- Sar. Adiviné mi desgracia, y al confirmarla
| Perdí el cohocimiento.
—Es una gran desgracia—dijo Girdles-
—Dice usted muy bien, señor—repuso
a viuda secándose los ojos. —Usted es un
- caballero muy caritativo.
La pobre mujer se había levantado y
Permaneció de pie algunos instantes en ac-
Úitud indecisa. . Ll
—Diga, señor—exclamó por último, —
Pr podré cobrar los atrasos del pobre
Jim |
-. —¿Los atrasos?—respondió el piadoso
hombre tomando un 'libro de la mesa y
Ojeándolo rápidamente. — Usted ignora
que se le anticiparon pagas, y que resulta
Una diferencia de diez libras á favor de la,
| Cása. Pero de eso no hay que hablar por
ahora. Cuando usted esté más desahogada
- Podrá abonar ese resto. ,
Pero, señor—balbuceó la infeliz, —no
tengo recursos de ninguna clase. *
. —Es muy sensibie, verdaderamente sen-
Sible; pero ya'se habrá hecho usted cargo.
vosotros no podemos hacer más de lo que
nacemos. Conque vaya usted con Dios y
DO se amilane. ] Tas
Girdlestone se levantó en ademán con-
-Cluyente, y la pobre mujer, con el niño en
brazos, salió del despacho sollozando. Ya
en la calle, se quedó parada sin saber qué
Tumbo tomar. Gilray aprovechó un mo-
Mento para salir de la oficina, y llamando
sd la atención de la mujer con un ademán
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lleno de piedad, deslizó en sus manos el
contenido entero de su pobre bolsillo.
Hay especulaciones que están por enci-
ma de los hombres de negocios. Acaso la
humilde limosna de Tomás Gilray á la
viuda del marinero, será un día mejor re-
munerada que las veinticinco libras dedi-
_cadas por la firma Girdlestone á la evolu-
ción de los aborígenes.
II
EL CAPITÁN MIGGS
Apenas el viejo negociante se había tran-
quilizado, cuando llegó á sus oídos una voz
que, en tono más enérgico y expresivo de
lo ordinario, preguntaba á los escribientes
si el principal se hallaba visible.
—Adelante —exclamó Girdlestone sol-
tando la pluma. ;
La invitación fué cumplida tan enérgi-
camente, que la puerta golpeó con estrépi-
to en la pared. Nada entró, sin embargo,
á no ser una tufarada de alcohol. —
—Adelante —repitió ya. impaciente el
jefe de la firma.
A este segundo mandato se dejaron ver,
sucesivamente, una cabeza enorme cubier-
ta de pelo negro y enmarañado, un rostro
curtido, de ojos pequeños y enorme boca
guarnecida de poderosos dientes ennegre-
cidos por el tabaco; una barba imponente .
de exuberancia y suciedad; un cuello de
toro, unos hombros de gorila, y por fin el '
cuerpo entero de un perfecto lobo de mar
que, después de algunos traspiés y antes
de palabra alguna, asió la mano del nego-
ciante y comenzó á sacudirla furiosamente.
—Bien, capitán—dijo Girdlestone cor-
dialmente.—Me alegro mucho de verle de
vuelta, tan intrépido como siempre. .
_—Yo también me alegro mucho de ver
á usted, señor. . LÓN di
Su voz era ronca y áspera, y el tartamu-
deo de sus palabras indicaba que ya aque-
lla mañana había bebido. :
—He asomado la cabeza antes de entrar
por si tenía usted compañía. Ya sabe usted
que nuestras conversaciones han de ser.
siempre reservadas... ¡eh!, ¿digo algo?
—Lo que debe usted hacer es dejar la -