18 EL MILLÓN DE LA HEREDERA
familiar en la mesa de juego del «Rag and
Robtail», como en los salones de la «Juven-
tud Dorada».
Precisamente el día de que hablamos es-
taba en uno de los salones del «Rag and
Robtail» explicaudo su árbol genealógico á
uno de sus amigos, Ezra Girdlestone.
—Es tan cabal como los dedos de la
mano—decía, representando, en efecto, con
sus dedos á cada uno de los ilustres pa-
rientes que iba citaudo.—Esta es —y mos-
traba el pulgar izquierdo — Miss Letitia
Snackles de Snackleton, prima del viejo
José de Snackleton. Casó con Crawford,
ya sabe usted, de los Crawford del condado
de Warwick. Estos son—y levantaba los
tres dedos siguientes—los tres hijos del
matrimonio: Jemines, Haroldo y John,
¿comprende usted? Este—el dedo meñi-
que—es Carlos Clutterbuck, rei bisabuelo,
y este otro dedo representa...
—No me diga usted más; compreudido.
Eso es muy interesante, mayor; pero se
veia más claro si lo publicase usted en un
libro.
-——Ab, pues ya lo creo que lo publicaré —
respondió el mayor sin resentirse por la
a e modo que... ¿qué señas
-deciamos?... Feuchuerde Street, ¿eh?... La
dirección á las oficinas, por supuesto... Per-
fectamente. Verdad es que con solo poner-
en el sobre: «Girdlestone, Londres», no se
perdería la carta... Por cierto que ayer es-
tuve hablando de ustedes con sir Murgra-
ve Moore... ya sabe usted, de la primera
nobleza del condado de Watterford.
—¿Macha nobl:za y poco dinero?—re-
puso desdeñosamente Ezra.
—Nada de eso.—Se ha casado con una
riquísima heredera... Pues como decía, le
hablé de usted haciéndole justicia, y mos-
tró muchos deseos de conocerle... Por cier
to que—una de esas ridiculeces que OCu-
rren á lo mejor—quedé desafiado con Jo-
rroks para una partida de billar, y no sé
cómo tenía yo la cabeza al salir de casa
que me he venido sin dinero... Claro es que
si. yo le digo una palabra basta y sobra...
-0 á cualquiera que acuda; todo el mundo
me conoce... Pero esta gente de circulo me
carga; á la menor confianza que se les. da
abusan. Usted es muy distinto. De usted
puedo aceptar un, favor de esa clase... Por
unas horas, por o de otro modo no
lo admitiría. A e
—Agradezco la confianza, mayor; pero
hay un pequeño inconveniente Tengo por
principio invariable no prestar dinero a
nadie.
—Es decir... ¿que me niega usted ese
pequeño favor? :
—Soy fiel á mis principios.
Por un instante el comandante mudó de
color y la ira relampagueó en sus ojos;
pero en seguida logró dominarse y se echó
á reir.
—Bien, no nos enfademos por semejante
miseria. Estos hombres de negocios son
el mismísimo diablo. Á cualquiera que se
le contase que el mayor Clutterbuck no
ha tenido bastante garantía con su nom-
bre... Pero ¡qué diablo! así aprenderé á
nO olvidar el bolsillo... Y si acaso á usted
le ocurre, no tenga reparo en acudir á
mí. Yo no soy hombre de negocios y mi
dinero es siempre de mis amigos... Con
que hasta luego; ¿supongo que nos vere-
mos esta noche? :
—¿Dónde estará usted?
—Lu la sala de juego, como de costum-
bre—repuso el veterano. Y despidiéndose
del joven con una sonrisá de afable pro-
tucción, se alejó majestuosamente.
Encaminóse á su domicilio, en uno de
los barrios más extraviados y más humil-
des. ;
Entró en una casa de muy poco decorosa,
apariencia, subió un número muy regular
de escalones, siguió un largo y obscuro pa-
sillo, empujó una puerta y entró en su
«humilde» morada, que consistía en dos ha:
_ bitaciones, g grandes como celdas de conven-
“to, de las que una servía de dormitorid” y
la otra de todo lo demás.
Y aun aquella morada ño era de su ex-
clusivo uso. Sentado junto á la pequeña
Chimenea había un hombre corpulento y
barbudo, con una enorme pipa en la boca,
que compartía con Clutterbuck el domi.-
nio de ella, en cuanto puede llamarse domi-
nio al derecho de inquilino que pre con
problemática puntualidad. |
El barbudo acogió la llegada de su com-
pañero con una especie de gruñido, que
quería ser saludo, y el mayor contestó con
una caricia que más bien podía pasar por
_coscorrón. Acto seguido se quitó el sombre-
ro y lo guardó cuidadosamente en una som-
brerera; se despojó dela levita, del chaleco,
del pantalón y de las botas, guardando >