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EL MILLÓN DE
del Cabo.—Baja de precios. — Opiniones
autorizadas.— Otros detalles.
: —Ahora, señores—añadió el periodista,
- —ustedes comprenderán que no puedo de-
- Cirles más. La máquina está esperando el
original para el número extraordinario y
tengo que ponerme en seguida al trabajo.
—Compren ustedes el periódico y sabrán co-
sas estupendas. :
Y sin hacer caso del clamor de reproba-
ción que siguió á sus palabras, se metió
dentro y dió con la puerta en las narices á
los curiosos.
Ezra atravesó por entre el grupo y llamó
repetidamente á la puerta.
- —¿Qué se ofrece?—preguntaron desde
adentro.
- —Déjeme ustedentrar, O'Flahorty, ten-
- go que hablarle reservadamente.
_—¿Tiene usted otro ejemplar de ese pe-
riódico?—le preguntó cuando estuvo den-
tro de la casa. ) EE
_—Tal vez... ¿Por qué lo pregunta usted?
—Porque pienso llevarlo ahora mismo.
-—¿Cuánto me daría usted por él?
- Medio soberano.
—Un soberano.
—Agquí lo tiene usted. A
- Y guardándose cuidadosamente el codi-
-. ciado papel, salió por una puerta excusada
dejando burlados á los que en la calle es-
- peraban, y se dirigió rápidamente al hotel.
Enseguida dió orden de ensillar su caba-
pe en dirección á Dutoitspan.
- Dos motivos
lo, y aunque ya anochecía, partió á galo-
y! le habían impulsado á tan
repentina determinación, El uno era el de
- juzgar por sí mismo los efectos que pro-
- dujera la noticia y aprovecharse del páni-
- co de los primeros momentos, por si venía
- luego una rectificación; el otro, una curio-
- sidad cruel de contemplar los excesos de
- desesperación que indudablemente se des-
axrollaría entre los mineros. ]
- Alas diez en punto entraba á galope
en las calles de Dutoitspan y desde un prin-
anticipado. ie ON
- Frenteá la puerta del Griqualand Salón,
un inmenso grupo, alumbrándose con an-
torchas, bullía y gritaba revelando una ex-
citación indiscriptible. e ends
- Alverllegar á Ezra, á quien todos cono-
cian, le rodearon acosándole á preguntas.
cipio comprendió que la noticia se le había
LA HEREDERA
— Traigo muy malas nuevas, amigos míos.
Se han descubierto unas riquísimas minas
de diamantes en Rusia. Toda la prensa da
noticias detalladas y no queda la menor
duda de que desgraciadamente es verdad.
—¿Pero es verdad también que bajarán
aquí los precios, según dicen muchos?
—Me temo que á estas horas hayan ba:
jado. Precisamente yo he comprado un lote
hace poco y desde ahora mismo lo vende-
ría á cualquier precio.
—i¡No lo creáis! Eso es un engaño—gri-
tó una voz iracunda.
—¡Cómo! ¿Quién es ese que se atreve á
desmentirme?—dijo Ezra con acento de:
“amenaza.
—No es á usted, señor—repuso el que
había hablado, que era un hombre de me-
. diana edad y de aspecto enfermizo, cuya
vista extraviada daba á conocer la turba-
ción de su espíritu.—Es á esos que se com-
placen en dar malas noticias para desespe-
rar á los hombres honrados. Yo digo y
repito, que los precios no pueden ir abajo
de esa manera. ¿Se han descubierto minas
en Rusia? Y bien, ¿qué tenemos nosotros
que ver con Rusia?
—En este caso, sí tenemos que ver, buen
hombre. ¿Usted cree que aquí explotamos
los diamantes para comérnoslos? ¿No ve
usted que es para exportarlos 4 Europa?
Y si Rusia inunda á Europa de diamantes,
¿dónde se van á vender los que aquí se
produzcan? E
; —Es verdad, es verdad—gritaron varias
voces. E
-—Yo he venido para avisarles á ustedes.
- Procurando darse prisa á vender, puede
todavía evitarse en parte la ruina.
—Yo no, yo no—gritó con desesperado
acento el mismo hombre de antes.—Yo
_me dejo hacer pedazos antes de regalar
á nadie mi trabajo de nueve años.
—Pobre Jim—dijo uno de los del grupo.
—Todos somos pobres—replicó otro. —
Muchos perderemos tanto como él. :
—-$i, pero es distinto. Con razón le lla-
man el «Mala Estrella». a
- Era, efectivamente, un desventurado. De-
jando una numerosa familia en Inglaterra,
se había ido' al Cabo hacía mueve años.
Había luchado desesperadamente, y la des-
gracia malogró siempre sus esfuerzos. Ul-
timamente había logrado la propiedad de
un pequeño yacimiento, y cuando se dispo=