BAS
EL MILLÓN DE
Hotel Morrison, á uno de cuyos balcones
la había visto asomada el mayor.
Después de recibir estos informes, Clut
terbuck no hizo ninguna nueva confidencia
-á su amigo. Se vistió con mayor esmero
- aún que de costumbre, tomó su sombrero
- de copa reluciente, un par de guantes sin
- estrenar y un bastón de ébano con puño de
plata. Salió sin acordarse de decir adiós á
- su amigo, bajó la escalera, cruzó la calle y
- se encontró ante el hotel Morrison.
: —¿Está en casa mistress Sculli?—pre:
- guntó al primer criado que encontró.
—Si, señor. : y
-— —Tenga usted la bondad de decirle que
- desearía el honor de ser recibido por ella.
Aquí está mi tarjeta: «Tobías Clutterbuck,
- mayor retirado».
- Pocos momentos después se hallaba en
- presencia de la linda viuda. a oda
- Aunque en su corazón sentía una impre-
sión semejante á la que debieron de sentir
los soldados de Hernán Cortés viendo ar-
der sus naves, el saludo que hizo acredita-
ba aquella suprema distinción que era una
de sus más reconocidas cualidades.
- —Espero, señora—fueron sus primeras
yJalabras, —que perdonará usted este atre-
vimiento de mi parte. Oí decir que vivía
¿quí mistress Sculli... ne
—Ese es mi nombre, en efecto —repuso
la dama, haciendo estremecerse al visitan-
te con una sonrisa de imponderable gra».
- — ¿Y me será permitido preguntarle si
“tiene usted algún parentesco con el mayor
general Sculli, del ejército de la India?
-— —Ante todo, tenga usted la bondad de
mar asiento... ¿Mayor general Sculli, ha
licho usted?... Pues no sé qué decirle. Mi
difunto marido tenía, en efecto, un parien-
“te en el ejército; pero no he oído nunca lo
_que haya sido de él... ¿Y dice usted que ma-
yor general, nada menos? No me lo hubie-
a figurado nunca. Es
- —Era un soldado modelo, señora —dijo
el mayor con acento más elocuente.—Tan
capaz de abrirse camino á sablazos por en
medio de las filas enemigas, como de esca-
ar, despreciando todos los peligros, las cj-
mas del Elimalaya divo oliva 0d,
—¡Oh! ¿Conque tan valiente? Sa
—Cuántas veces él y yo, después de al-.
gún combate terrible, hemos dormido so-.
Jre charcos de sangre,
blaZzO...:
n el mismo campo
LA HEREDERA
de batalla. El día de su muerte, al caer par-
tido en dos por una bala de cañón, se vol-
vió hacia mi...
—¿Después de partido en dos?...
—Se volvió hacia mí—continuó Clutter-
buck imperturbable—y me dijo: «Tobi—él
siempre me llamabaasí, —Toby, yo tengo...»
Su marido de usted era hermano suyo, ¿no
es así?
—No, el Sculli que servía en el ejército
era un tío de mi esposo.
—Ya decía yo... «Yo tengo un sobrino
en Inglaterra, al que quiero como á un hijo.
Está casado con una mujer angelical... Te
los recomiendo, Toby. Prométeme velar
por la joven pareja. Protégelos...» Hstas
fueron. sus últimas palabras, señora. Al
acabarlas de pronunciar expiró. ¡Pobre
amigo mío!... Ási es que cuando, por una,
dichosa casualidad, ha llegado á mis oídos
el nombre de usted, no podía sentir tran-
quila mi conciencia hasta venir á informar -
me, comio lo he hecho. : :
Fácil es suponer la sorpresa que esta na-
rración produciría á la viuda. No podía sa-
ber que semejante pariente existiera, pues-
to que había sido creado por la fértil fanta-
sía del mayor; pero existiendo la posibili-
dad de que el tío de su esposo hubiese
llegado á general, le era grato darlo por
hecho, ateniéndose á los informes de Clut-
terbuck. El difanto ingeniero había sido de
humilde cuna, y este inesperado hallazgo
de todo un mayor general en la familia, sa-
tisfacía la vanidad de la viuda, muy afició-
nada á figurar en sociedad.
— ¡Pobre amigo! —repitió el veterano en
tono conmovido. —Eramos como dos her-
manos, señora. Y era un hombre como no
«se encuentra otro. «Clutterbuck —me dijo :
un día el general en jefe, —me preocupa.
mucho el que podamos tener una guerra
.en-Europa. No, no hay nadie que me me-
rezea confianza». «Mi general—le repliqué,
-—no diga usted eso. Estando ahí Scully...»
«Es verdad. Scully sería nuestro hombre».
Y tan convencido estaba que cuando le ;
vió morir con la cabeza abierta de un sa-
N
—¡Cómo! Me pareció oirle decir que lo
había matado una'bala de cañón. .
—$í, señora. ¿Usted sabe las heridas que
recibió al mismo tiempo? Como que se ha-
,llaba en lo más recio de la pelea, luchando -
cuerpo á cuerpo. ¡Ab! Era un león, un ver-