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Tom presentaba en la frente la señal de
un fuerte puñetazo de Ezra, y éste tenía,
la boca ensangrentada y varios dientes
“rotos.
Todavía, á pesar de los pacificadores,
«pugnaban por seguir peleando, cuando un
«robusto «policemen» cogió á Tom por el
«cuello.
—¡No les deje usted escaparse á ellos! —
«gritó Dimsdale'en el colmo de la desespe-
:ración al ver que Ezra y su acompañante
- habían desaparecido. | |
Acompañado del mismo «policemen», á
«quien impuso del caso, recorrió la estación
en todos sentidos, pero inútilmente. Por
tercera vez estaba burlado.
De pronto vió venir á un caballero muy
- «colorado, muy alto y muy gordo que se
“acercaba á él medio andando y medio co-
rriendo. A juzgar por su corpulencia, muy
urgente debía ser el caso que le obligaba á
«semejante prisa.
Cuando estuvo cerca, Tomás reconoció
en él al mayor Clutterbuck.
Este, al llegar junto al joven, le tendió
“1n papel mientras pugnaba por decir algo
que la falta de aliento le impedía articular.
—Le... lea usted esto—exclamó por fin
haciendo un supremo esfuerzo.
. Tom cogió la carta, la recorrió ávida-
“mente con los ojos, y se puso lívido como
da muerte.
EL MILLÓN DE
(AA
- Cuando Kate, después de la terrible apa-
rición recobró el conocimiento, se encon-
tró acostada en su cama. Cerca de ella es-
taba Rebeca mirándola.
-—— —¡Ave María! —exclamó cuando la vió
- abrir los ojos. —Creí que no iba usted á re-
<obrar el sentido. Está usted así desde las
ho de la mañana y es ya cerca de medio
AAA o A
| Kate durante un rato miró con ojos ex-
. “traviados á todas partes. ne e
Al fin exhaló un suspiro, se pasó la mano
por la frente y dijo: |
—Rebeca. No sabes qué cosa tan horri-
ole. O estoy loca, ó he visto realmente al
- aparecido. MES CA
- ——Nosotros sí que creímos que era usted
“an aparecido. Oir un grito semejante, sa-
dir y encontrarla á usted como muerta en el
LA HEREDERA
corredor, era para ponerle el pelo de pun-
ta á cualquiera. : :
—Es que esta casa acabará por matar-
me... ¡Oh, Rebeca! Si tienes corazón de
mujer, ayúdame á salir de aquí. Mi tutor
desea mi muerte; lo he leído en sus ojos...
—Me deja usted asombrada. Cuando
precisamente lo mismo él que su hijo no
atienden á nada más que á procurarle cui-
dados y comodidades y se le ocurre á usted
acusarles de que la quieren matar... ¡Pobre
señor! No tendría pequeño disgusto si su
piese lo que acaba usted de decirme.
Y dando media vuelta con aire de vir-
tuosa indignación, la dejó sola.
No duró mucho esta soledad. Bien pron-
to Girdlestone se presentó.
—¿Está usted enferma?
—Si,
—¿Por
graciada?
—Muy desgraciada—replicó la: pobre
niña escondiendo el rostro entre las manos.
—¡Ah!—exclamó el viejo con dulzura.—
¡La vida es un valle de lágrimas! Sólo en
otro:mundo mejor hallaremos la paz y la
serenidad del espíritu.
El timbre de su voz se había hecho tan
cariñoso que hizo brotar una esperanza en
el corazón de Kate. Sin duda la crueldad
de sus infortunios había llegado á conmo-
ver á aquel hombre de hierro.
—Sólo al otro lado de la tumba está el
reposo apetecido. A no ser por los deberes
que me ligan á la tierra, muchas veces hu-
biera intentado abreviar mi existencia para
alcanzar esa paz inacabable... Algunos con-
sideran como un pecado el acortar las mi-
serias de la propia vida; eso es un absurdo
que no he creído nunca. Decidir por un
acto de voluntad el triunfo del espíritu so-
bre la carne, es digno de ánimos elevados
y verdaderamente piadosos.
Cogió, como por un movimiento maqui-
nal, el frasco que había dejado el día antes
en la habitación y lo contempló con mira-
da soñadora. i ] : |
—Es tentador pensar—continuó dicien-
do—que esto es un remedio radical contra
todos los males de la vida. Bastan algunas
gotas, y la grosera envoltura carnal nos
abandona; y el alma, en todo el esplendor
de su pureza, se remonta al cielo... Pero,
¿qué es eso? ¡Qué ha hecho usted!.....
Con un movimiento rápido Kate le ha=
qué llora usted? ¿Es usted des-