$9 EL MILLÓN DE
—Que se vaya usted le digo —repitió el
guarda cambiando de actitud y avanzando
hacia ella amenazadoramente.
Kate retrocedió lentamente. Después,
asaltada por una idea súbita, echó á correr
á través de los árboles.
Apenas la vió desaparecer, Stevens hizo
pedazos el papel que le había entregado
y se puso á cargar su pipa tranquila-
mente.
XX
UN RAYO DE ESPERANZA
Kate había recordado que al otro lado
de la finca, cerca del muro, había un sote-
chado á lo alto que era fácil subir y desde
el que se veía un trozo del camino.
Cuando llegó el coche no había apareci-
do; no era extraño, pues tenía que dar un
largo rodeo; pero, ¿y si había vuelto atrás
ó tomado otra dirección?
Por fin oyó el ruido de las ruedas y le
vió aparecer. A bastante distancia todavía
- del observatorio de la huérfana había una,
bifurcación. Al llegar á ella, hubo un ins-
tante de duda que fué para la huérfana de
terrible ansiedad. Por fin la dama, que iba
de guiando, fustigó el «poney» y el coche vol-
vió á la izquierda, alejándose.
Kate dejó escapar un, grito desespe-
rado.
—¿No ha oído usted, señora?... Mire
allí... Hay una mujer gritando.. a ¿No haría-
mos bien en volver?
—Mejor haremos en no meternos en lo
-que no nos importa. MAS :
—Es que parece que se dirige á nos-
otros... Sí, seguramente. y
| —Vamos. á ver entonces — exclamó la
dama haciendo volver el coche,
Kate había agotado sus fuerzas. Cuando
el carruaje llegó al alcance de su voz, qui-
so hablar y no SAC Lloraba y reía á un
tiempo.
La. forastera advirtió aquella, excitación
extraordinaria...
-—¿Qué es eso, pos; le ocurre á á usted,
- niña?
2 A, señora, quien quiera que « sea us-
bed, es Dios quien me la envía. Estoy en-
, por último,—
LA HEREDERA
cerrada aquí contra mi voluntad y amena-
zada de muerte. :
—¡Cómo! Amenazada de cinta —gritó:
la dama levantando los brazos en ademán
de piedad y consternación.
Kate comprendió que no había instante
que perder. Clara y concisamente, hizo el
relato de todas sus desgracias, hasta la es-
cena de aquella misma mañana en que ha-
bía sido incitada al suicidio por el mismo
que jurara á su padre cuidarla y prote-
gerla.
Al terminar, rogó á su providencial au-.
xiliadora que hiciese saber á sus parientes
de Londres el sitio y la situación en que se
hallaba.
Escuchándola, el rostro de la dama—que
no era otra sino la encantadora mistresg
Scully, prometida del mayor Clutterbuck
—expresaba tan pronto una indignación
profunda como una piedad sin límites. Al
final se quedó pensativa y silenciosa.
—Es menester obrar con rapidez—dijo
por que no sabemos donde
está ni lo que hace en este momento su bu-
tor y hay que temerlo todo. ¿Quiénes son
los parientes de usted?
—HEl Doctor Dimsdale, en Phillmore
gardens, Kesington.
- —¿No tiene un hijo ese doctor?
—si—contestó la huérfana ruborizán-
dose. y
—Ah, vamos... Ya me hago cargo de la.
situación. He oído hablar de los Dimsdale-
y también de los Girdlestone.
—¿Conoce usted á Tom?
—Mucho, por referencia. Pero no nos:
detengamos ahora á hablar de él. Voy en
seguida á Bedsworth á comunicarme con
nuestros amigos de Londres.
— ¡Qué Dios la bendiga! —exclamó fer-
vorosamente Kate.
-.—No me dirigiré á la familia Dimsdale,
| porque Tom podría obrar con precipitación
y conviene mirar mucho lo que se hace.
Yo conozco en Londres una perscna muy
á propósito para el caso: el mayor Tobías
Clutterbuck. Bastará una palabra mía para
que esté dispuesto á todo. Lie contaré los.
hechos y él se los referirá á Tom en la for-
ma que crea más oportuno, Y ahora, hija,
mía, adiós. Ánimo, y recuerde usted que:
tiene amigos que lo ercemarón todo en se-
guida. ¡Adiós!
o haciendo con la mano un signo pS