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despedida y de aliento, la buena y compa-
siva viuda partió al trote de su ligero
«poney». | :
A
Eran las cuatro en. punto de la tarde
cuando Girdlestone hizo expedir en la ofi-
quiebra se les echaría encima y todo sería,
inútil.
Los riesgos probables le parecían muy
insignificantes. La huérfana no había po-
dido comunicarse con nadie del exterior.
En cuanto á los servidores, la vieja era de
toda confianza y Stevens no sabía sino lo
—¡Gracias! Es usted un hombre honrado. (Pág. 71.)
cina telegráfica de Bedsworth este lacóni-
co despacho: «Caso desesperado. Ven en
seguida con un médico,» ¡ e
Según lo convenido de antemano, sabía
que al recibir el telegrama, su hijo se pon :
dría en marcha acompañado del «hombre
útil» de quien habían hablado en su últi-
ma entrevista. Ya no había otro reme-.
dio: era preciso que ella muriese y que mu-
_.riese pronto. Si la resolución tardaba, la
que convenía que supiese: el estado de in-.
mensa gravedad de la enferma.
Todas las probabilidades prometían,
pues, la impunidad del crimen proyec-
ado: |
Mistress Scully, por su parte, también
acudió á las oficinas de correos aquel mis-
mo día; pero aunque muy compadecida de
Kate, no podía creer en que se intentara
arrancarle la vida An