A. CONAN-DOYLE 85
Y contó la historia del aparecido. Se;
vió claro que antes de decidirse á asesi-
narla, habían intentado deshacerse de ella
por el terror ó por la locura. Sin duda ha-
bían juzgado que esto, aunque más cruel,
era menos peligroso.
—No pienses más en ello —dijo Tom
viendo el espanto en los ojos de Kate.—
Pronto lo olvidarás todo al lado de mi
madre. Por lo pronto necesitas descansar.
¿No tendrás miedo en tu habitación?
—Estando tú cerca de míi—repuso la
huérfana con una sonrisa de felicidad —no
tengo miedo á nada.
XXIV
UN CRUCERO Á MEDIA NOCHE
y
Si alguna vez dos hombres conocieron
el espanto de los réprobos, fueron sin duda,
el viejo negociante y su hijo. Anhelantes,
empapados en sudor, desgarrándose las
- ropas con el ramaje, franqueando á saltos
- inverosímiles los obstáculos, corrían siem-
pre con el único pensamiento de poner
mucha distancia entre «ellos y el dulce y
pálido semblante de su víctima.
Extenuadas sus fuerzas, siguieron sin
embargo á expensas de los nervios, hasta
que oyeron cercano el rumor de las olas
que se estrellaban en la playa. Entonces
se detuvieron en medio de ella,
. La luna, brillando entonces con todo su
majestuoso esplendor, iluminaba el mar
.«encrespado y la línea rigida de la costa,
A su luz, los dos hombres se miraron
cambiando una mirada semejante á la de
los condenados viendo brillar las llamas
del eterno castigo.
— ¡Demonio! —rugió Ezra avanzando :
hacia su padre con formidable gesto de
Amenaza.—He aquí adonde nos has tral-
do con tus maquinaciones malditas. ¿Qué
vamos á hacer ahora? ¡Responde!
“Y cogiendo al viejo por un brazo le sa
«cudió con violencia.
Girdlestone se estremeció | adria
mente, como si fuera á sufrir un ataque de
Apoplejía, y sus ojos vidriosos gisetou e8-
anos en las órbitas. | ¡
—¿La has visto?—murmuró con extra-
viado acento.—¿La has visto?
—$í, la he visto... Y he visto también
á ese condenado de Dimsdale y á Clutter-
buck y qué sé yo á cuantos más..
qué abismo nos hemos precipitado?
— Era ún espectro... ¡El espectro de la
hija de John Harston!
—HEra ella misma—replicó Ezra, que
aunque aterrado al principio había tenido
tiempo, durante la fuga, para comprender
la verdad de lo ocurrido. —¡Hemos hecho
un elegante negocio, como tú decías!
—-¿Ella misma? Por Dios bendito, Ezra,
piensa bien lo que dices. ¿Quién era, pues,
la que hemos transportado á la vía?
—HEsa desatentada celosa de Rebeca
Taylforth; ¿quien ha de ser? Debió leer mi
carta y salió con el abrigo y el sombrero
de la otra, ¡la muy idiota!
—La hemos confundido, pues —murmu-
ró Girdlestone en voz baja, con la misma
expresión de extravío.—¿Y todo eso por
qué? ¿Quién podía esperarlo? |
Ebo pierdas el tiempo en MUrmurar
sandeces. ¿No comprendes que nos persi-
guen y que si nos cogen seremos colgados?
¡Sacude esa inacción estúpida! ¡No hay
duda que la horca sería un final digno de
. ¿En
bus predicaciones y tus plegarias!
Y emprendieron de nuevo la carrera,
resbalándose en los guijarros, enredándose pe
entre los montones de algas arrastradas
- por el mar. E
El viento se había hecho tan fuerte,
que tenían que marchar con la cabeza
baja, empujando con los hombros y reci-.
biendo en la cara una llovizna salada que
les quemaba los labios y los ojos.
—¿Adónde me llevas, hijo mio? el
—A la única esperanza de salvación.
Sigue adelante y no bagas más preguntas.
A. través de la obscuridad brilló débil-
mente una luz. Evidentemente, ella era el
objetivo que Ezra trataba de alcanzar.
Al acercarse, Girdlestone reconoció el
sitio. Estaba ante la cabaña de un pesca-
dor llamado Sempson, á una milla próxi-
: mamente de Claxton.
—¿Qué vas á hacer? —preguntó el viejo
viendo á su hijo adelantarse hacia la puerta,
_—No pongas cara de desenterrado—re-
plicó Ezra coléxico.— No hay peligro si
nos presentamos tranquilos.
€ —No rt ceras confiar. en mí,