LA TRAGEDIA DEL KOROSKO ] SAS 15
era hermosa, la ofendería, se limitó á con-
testar:
—Parece que está usted muy contenta..
—Sí que lo estoy. Todo en torno nuestro
Tespira alegría: el aire suave y acariciador,
la azul transparencia del cielo, la cegadora'
brillantez de la arena. Realmente la vida es
una constante sucesión de delicias.
—Por lo que veo, señorita, usted no cono-
ce la tristeza.
La joven se puso repentinamente seria.
—No lo crea usted. Cuando me entristez-
co, me entristezco de veras. Recuerdo que |
en el colegio de Smith me pasaba los días
- €nteros sentada en un rincón, y llorando,
llorando sin saber porqué, llenando de pe-
nosa inquietud á
rodeaban cariñosamente, preguntándome
mis compañeras, que me
lo que me sucedía. Era como si una sombra
enorme me ados la vista y me pe-
sara en el alma.
—Entonces, ¿nunca la dando usted nin-
gún motivo serio para esa tristeza?
: —Nunca, señor Stephens. Cuando vuel-
Vo la vista atrás sólo veo motivos de ale:
gría.
—¡Ojalá pueda usted dei lo mismo cuan-
do tenga la edad de su tía! Pot cierto que
allí me parece que llega.
En efecto; la' buena. dema, montada en
Un burro, daba grandes voces dirigiéndose
a Stephens.
. —¡Eh! Dele usted un ada: 4 este chi-
co; no hace más que pegar al pobre burro.
¿No es verdad, Mausoor? — continuó diri-
giéndose al intérprete—. Á los animales no
Se les debe de martirizar. ¡Vergiienza debe-
ría darte! Sí, á tí, á tí te digo, ¡bribón! ¡ ¡Y el.
muy granuja todavía se ríe y me hace cad
Msbrase visto!
Luego, ya un poco 1 más tranquila, se vol-
vió hacia el coronel. :
—Diga usted, señor coronel, si yo le die-
a á aquel meat soldado negro un par de
parecen caballos heridos. ve
medias, se las dejarían llevar? Siempre se-
ría mucho mejor que las vendas. :
- Pero es lo mandado, señora — contestó
el aludido —. Además, está usted en un
error. Ya cuando la campaña de la India se
demostró que las vendas es lo mejor cuan-
do se trata de grandes marchas.
—Bien, bien, De todos modos, á mí me
blando de otra cosa: la verdad es que la es-
colta nos da cierta importancia; parecemos
unos personajes, aunque el señor Fardet
opine lo contrario. !
—Efectivamente, señora — se apresuróá
decir el francés —, con BESO del señor
coronel, esa es mi opinión. : |
El señor Stephens se encogió de halibioE
_—Los ingleses, señor Fardet, somos res-
ponsables de lo que ocurra en la frontera;
por eso nos vemos obligados á acompañar-
les á ustedes. Además, convendrá usted
conmigo en que así resulta uns Mames: :
la escena. :
Á la derecha se extendía el desierto, en '
amplias ondulaciones arenosas, que hacían )
presentir un mar oculto. Al fondo surgían ]
negras cumbres de origen volcánico. Em.
toda la extensión aparecían y desaparecían, Ba
según los accidentes del terreno, siluetas de
soldados con el fusil al hombro. dee
—¿Qué hacen esos individuos? — preguntó
Sadie—. Parecen criados de fonda con ese
uniforme azul... mid de
—Ya esperaba esa pregunta—repuso el sel
ñor Stephens, satisfecho como siempre que ES
se trataba de satisfacer algún deseo de la
linda americana—. Precisamente he tomado A
esta misma mañana algunos datos en la bi- S
blioteca del. vapor. Verá usted; aquí están. e
- Son soldados del 10." batallón sudanés, per- |
A teneciente al ejército egipcio. Se les recluta
entre los dinkas y los shillucks, dos tribus
negras que viven al Sur del país de los der-
viches, ER a | Ecuador. Mind |
"Y ahora, ha- EN