A. Conen-Doyle,—LA BANDERA VERDE
recias entraban y salían con estrépito, reso-
naban las espuelas en lás losas, amonto-
nábanse latiguillos en los rincones: toda la
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atmósfera olía á caballerías.
De lo mismo se trataba en las conversacio-
nes. Por todas partes oía Worlington Dodds
hablar de potros de un año, de mataduras
Ó esparavanes, de caballos con muermo,
de otros que se comían los pesebres ó pade-
cían de los nervios; en fin, de cosas que
eran tan ininteligibles para él, como la jer-
ga de la Bolsa lo habría sido para todos
los parroquianos de la fonda.
Dirigiéndose al mozo, le pr eguntó la cau-
sa de todo aquello y á éste le asombró
mucho, al parecer, que en el mundo hubie-
ra alguien que ignorara suceso de tanta im-
portancia. | |
- —Hoy es el día del gran “mercado de ca-
ballos de Dunsloe. Dura una semana y no
sólo atrae á la gente de las cercanías, sino:
- también á muchos forasteros,
que vienen
de Inglaterra, de Escocia y de todas par-
tes. Si vuestro honor quiere tomarse el
trabajo de asomarse _ á%a ventana, verá los
Caballos y bien tranquila tendrá la .concien-
cia si ha podido” dormir, con el escándalo
que arman gente y caballerías.
Recordó en efecto Dodds haber cido
- como un murmullo confuso que se mezclaba
“con sus sueños, golpes con ritmo y Chas-
quidos cuya clase no sospechaba. Mirando
por la ventana, comprendió- la causa. De
_ no álotro extremo, la plaza «estaba llena de
caballos cenicientos, bayos, alazanes, Obs:
“curos, negros, jóvenes y viejos, soberbios
Unos, de formas toscas otros; por- último,
todos los caballos posibles é imaginables.
Aquel mercado parecía enorme para una
oblación de tan poca im ortancia, así se
p p P o o mentado también y el hombrecillo se le
hizo simpático. Por último se levantó éste
lo hizo notar al mozo.
—Observe vuestro honor que los caba
Mos no habitan en la ciudad y les importa
poco que sea chica ó grande: Está en el
_centro de los condados de Irlanda que se
E dedican á lla cría caballar. ¿A dónde los lle-
varían si no vinieran 5 Dunsloe?
y
se lo enseñ
ciendo: di
o Nu unca he oído semejante "nombre, Qui
+*
El mozo tenía un pliego en la mano y
$ 4. Worlington Dodds, te
zá pueda usted ayudarme á dar con el de
tinatario.
Dodds miró distraídamente el sobre, di-
rigido á Stellenhaús, y respondió:
—No lo conozco. Es la primera vez que
oigo este mombre, que debe de ser extran
jero; tal vez si...
En aquel momento, un caballero bajito, -
de cara redonda y rubicunda que estaba:
almorzando en la mesa próxima, se inclinó
é interrumpió ¡al que hablaba, diciendo
—Caballero, ¿ha hablado usted de nom:
bre extranjero? Era y
—Stellenhaús.
—Yo soy Stellenhaús, Julio Stellenhajús,
de Liverpool, y aguardaba precisamente.
un parte. Muchas gracias.
Tan cerca estaba de Dodds, que éste,
sin la (menor intención de ser espía, no.
pudo dejar de echar una ojeada al pliego
que el otro abría, por movimiento puramen-
te instintivo. El
, formaba como un cuaderno recio de papel
mensaje era muy largo y
rojizo que salía del sobre. Stellenhaús arre-
gló con método las hojas del telegrama enci-
ma del mantel que tenía delante, de modo
que pudiera leerlo él solo; luego sacó” un
-librillo y con cara muy preocupada empezó
-á tomar notas. Echando miradas alternas.
al parte y al librillo, escribía una palabra y
un gusrisme á un tiempo. Dodds parecía
muy interesado, porque adivinó exactamen
el trabajo á
Indudablemente se ocupaba en descifrar un
despacho confidencial, como el joven había
_ hecho muchas veces. De pronto su vecino |
que se dedicaba.aquel hombre.
se puso pálido, como si el texto del mensa-
je le hubiera hecho experimentar un choque
- inesperado.
Dodds, durante su vida, los había experi»
y, dejando. el AlMuero,. salió. de la habita-
ción. -
—Se me figura que este Abalóra acab:
de recibir malas noticias —dijo en tono con
fidencial el mozo.
—Así parece—contestó Dódds:
En aquel momento su atención fué atraf
_da en otra dirección...
Acababa de entrar un lacayo con otro te
: legrama en la mano. .
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