ofrecía una mezcla feliz de dulzura feme-
“nina y de majestad real,
La contemplé emocionado y fascinado
- mientras hablaba con M. de TS
- inclinándose algunas veces para recog
briznas de madera de e que ar eojata
; . al fuego.
Á— Napoleón le gusta mucho el olor |
- de áloe al quemarse. Nadie tiene el olfa-
to más desarrollado que el suyo. Percibe
los más sutiles perfumes.
; —HEl emperador tiene el olfato Vil
arrollado para toda suerte de cosas—in-
“ sinuó el ministro—; los proveedores de
la corte saben á as atenerse sobre el
_ particular. |
-—¡Oh! No me habléis dese eso. En cuan-
to comienza á verificar las cuéntas se
] pone insoportable... ¿Quién es ese joven;
¿M. de 4 ailleyrand? q me le habéis pre-
sentado.
EL ministro de Estado explicó e en alga:
“nas «palabras mi situación. :
al servicio particular de su majestad—
- añadió. :
o daliódoriz me felicitó en términos
- muy amables.
- —Me siento contenta al ver 4 su botes.
dedor hombres leales y bravos. Desde el
- asunto de la máquina infernal estoy siem-
A pre inquieta. No pienso, que está seguro
sino conmigo ó en medio de sus tropas.
¿Parece que 'se ha descubierto un nuevo
- complot de jacobinos?
-—Sí, vuestra majestad; M. de Livds:
estaba presente cuando los pa
res fueron detenidos.
Diciendo esto, M. de Tailleyrand se
separó. un poco. y yo dí algunos dara |
hacia la emperatriz.
HoMé" agobió. á preguntas, dejándome.
E apenas tiempo para responderla:
—Pero ¿ese atroz Toussac' no“ha sido
z aprehendido? ¿Sabéis ages una joven se.
ha puesto en su busca...
dulto de su prometido?
oiselle Sibyla Bernac, mi
—M. de Laval acaba de ser admitido.
? ¿Que espera. en- -
- contrarlo y obtener de este' modo elin- no puedo... no. debo..
| se ' responderos! >>
—Esa joven, vuestra majestad, es ma-
A. CONAN-DOYLE
días—dijo Josefina tras un pequeño si-
lencio—, y ya sois el objeto de todas las
conversaciones. Es preciso traerme á
vuestra prima. El emperador dice que ess
muy bonita. Madame de Remusat, escri-
bid sú nombre en vuestras notas. -
Se había inclinado una vez más para
recoger un pedacito de madera que había
caido cerca de la chimenea. Pero súbita-
mente lanzó un grito de sorpresa y se.
precipitó sobre un objeto de forma oblon-
ga, hasta entonces oculto Led los pe de
M. Tailleyrand.
—;¡El sombrero del Apr CN
mó, irguiéndose pálida.
Escrutó un momento la cara impene- :
trable del ministro. Después, con la 20)
tumefacta de cólera, dijo:
-—¿Qué significa esto, M. de Tailley-
rand...? ¡Me decís que el emperador a
“salido y he aquí su sombrero!
—;¡Ah! ¡Perdón! Vuestra majestad, yos
no he dicho que el emperador había sa:
lido.
-—¿Qué dijisteis entonces? ]
—Dije: su majestad estaba a no e
ni un minuto. :
—Me ocultáis algo—dijo ella. con esa
infalible intuición de las mujeres.
—No, vuestra Ai ae lo que
SADA] So |
—Mariscal Berthier—dijo al fin con vo?
breve—, ¡quiero que me digáis dónde
- está el emperador y qué hace! ':
E mariscal, que de ordinario era bad
tante lento, balbuceó algunas palabras
tando atormentando su tra
- cornio' con Sus gruesos dedos espatula
dos. Después, agote un pocó de
calma.
A O WBRA No no sé más que M. de
Tailleyrand —musitó —. El emperado |
nos ha dejado hace dos ó tres minutos Y
—¿Por qué puerta salió? :
' Berthier se desconcertó por completo:
—Pero vuestra majestad, yO... yO.-: Y
ice es bno
Entonces la eniperatiiz me miró.
¡Gran Dios! ¿Iba á interiomatd
-también.. ..? Esta idea me helo. Pero ape
| has había A god de decir una e-