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EL CAMPAMENTO DE NAPOLEÓN a po 67
ueña oración á San ACA patrón per-
Petuo de mi familia, cuando todo peligro
¿Se había alejado.
—Venid, madamoiselle de Remusat.
Puesto que estos señores no quieren ayu-
arnos, nos quedaremos sin ellos.
Se dirigió hacia la cortina que era vi-
Silada por Constant, seguida á distancia
Por su dama de honor, cuyo gesto ape-
hado y el paso huído denotaban muy
Poco entusiasmo para prestarse á los de-
Seos de la emperatriz. Había oído hablar
€n Sahford de las infidelidades de Napo-
león y de los escándalos á que daba lu-
ar. El emperador, con su or gullo y su
desprecio de la opinión, publicaba única-
ente sus más íntimos asuntos. Por su
Parte, Josefina, cuando se dejaba llevar
Por los celos, hacía á un lado toda reser-
Va y toda equidad de modo que entre los
dos hacían pasar muy malos cuartos de
hora á los que les rodeaban.
ailleyrand se volvió contra la pared
ón un dedo en los labios. Ber thier se
Puso á roerse las uñas con frenesí; Cons:
nt únicamente trató de interponerse
£ntre su ama y la fatal cortina.
ys —¡ Aquí estál—gritó Josefina—. ¡Ahora
lo comprendo todo ..! ¡Sí, todo! ¡Bien! ¡Yo
Misma le reprocharé su perfidia! ¡Dejad-
Me entrar, Constant...! cal osáis: im-
—¡Que vuestra majestad me pertlica
ar lunciarla al menos.. o a inten-
—¡No! Yo misma me anunciará.
Y atropellando al pobre Constant, se-
Paró las cortinas y desapareció.
El tono imperativo de la emperatriz,
SUS inflamadas mejillas, sus ojos chis-
Di ,
Peantes, me hicieron: suponer. por un
Momento que era una mujer autorita-
cho Sa.
, ipaciguada s su lora caía en un col,
Dleto anoradamiento. Y en ella: el valor
fa hermano de la cobardía.
Úúbitamente estalló una especie: de ru-
0; algo como el mugido de un chacal,
y n seguida la emperatriz salía perse-
8uida por Napoleón. En su atolondra-.
Miento corrió hacia 1 la chimenea, donde
Pero era al contrario, ee y apo He
- muebles. Era su costumbre E |
: público á sus oficiales, á sus ministros, A:
su secretario y aun á su mujer. de
madame de Remusat la había ya prece-
dido. Las dos se parapetaron tras los si-
llones que acababan de dejar, mientras
que el emperador gesticulaba vomitando
torrentes de blasfemias.
-_=¡Vos, Constant, vos...! —gritaba—.
¡He aquí cómo me servís...! ¡No tenéis
juicio...! Y yo, ¿heme condenado á sufrir
el espionaje eterno de mi mujer...? Todo:
, el mundo es libre en Francia excepto el
emperador... ¡Ah! Josefina. Hemos ter-
minado definitivamente. Ayer, aún duda-
— ¡Aquí está! - — gritó A rónatida: za ¡Ahora
19 comprendo todo! ;
ba repdnicas. Hoy, 1 mi resolución esta de
"tomada. > 00 A
- Todos los « que asistíamos á esta escena do
hubiéramos dado algo por meternos en
Un agujero. En cuanto al emperador, ee
á la de los
altratar en.
nuestra presencia le era igual
Josefina, incapaz de contestar á aquel e
torrente de reproches, lloraba con las
y manos en la cara y el hermoso cuello i in-
clinado sobre las rodillas. Madame :de |
Remusat lloraba también; y cuando pox
casualidad l emp
dor callab se oía