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EN o % 207 A. CONAN-DOYLE
aparición; después el enjambre de damas
de París y sus admiradores; al fin Josefi-
na y su casa.
"La emperatriz vivía. en un castillo bas-
tante bonito, donde gozaba un “confort,
relativo; pero los otros, amontonados, no
importa cómo, en atroces zahurdas, de-
ploraban el lujo de las Tullerías y Fon- .
tainebleau.
Josefina me había olrecidd un sitio en
su berlina. Durante todo el camino charló
animadamente, pareciendo haber olvida-
do la violenta escena que con su marido
“acababa de tener. Me interrogó mucho
“sobre misasuntos. Demostraba siempre .
uná benévola curiosidad por todo lo bota
interesaba á las personas que la rodea
“ban. Se ocupaba, sobre todo, de Eugenia.
Nada podía sermemás agradable. Y pron-
to no fué,.por mi parte, sino un largo di-
tirambo en' honor de madamoiselle de
- Choisseul, ditirambo interrumpido sola-
- mente por las exclamaciones de la empe-
«ratriz y la argentina risa de madame Re-
E “musat
¡Espero que la traeréis á la vortel- —:
cd exclamó. Josefina — Una joven tan bella
y respetuosa. no debe quedarse en' Ingla-
VELA. ¿Habéis hablado de ella al rs
Prados a '
o —El emperador, está al corriente de :
todo lo que me concierne, vuestra ma-
k jestad. Pi
l —¡Ló sabe Modo?
: ratr iz. — — ¡Qué hombre...!. ¿Habéis oído lo
que hace poco ha dicho de este aderezo
«de diamantes y zafiros...? Lefebre me ha-
-bía jurado no revelar nuestra compra de
| een page cuando entra ¡El em-
ed qué
matrimonio le derediba.-.
ó la cabeza ano. eS
HPmatO de: énipes. :
lizar matrimonios. Sin embargo, contad
conmigo; hablaré de eso con él antes de
que volvamos á París.
Le daba aún las gracias cuando la ber».
lina se detuvo delante de una casa de
buena apariencia. Los granaderos con el
“arma al brazo, los lacayos de gran liorea.
que anunciaron que estábamos en casa
del emperador. Josefina y madamoiselle S
de Remusat se escaparon para irá cam-
biar de toslettes. En cuanto á mí, se me
introdujo inmediatamente en un salón
donde muchos invitados estaban reuni:.
dos Este salón era una pieza cuadrada,
amueblada muy modestamente como de
-ordinario lo són los salones de provincias.
El papel que cubría los muros era gris;
las sillas y los sillones eran de caoba obs-
cura, forrados de una cretona azul y maf
chita. Pero la cantidad de bujías encen
didas en los candelabros de las consola
daban un aire de fiesta á este cuadro U
poco sombrío. De cada lado del salón S€.
abrían pequeñas estancias, en donde se
habían dispuesto mesas de juego. y
- Desde luego me deslumbraron las tun
ces chispeantes, el movimiento de los ga :
loneados uniformes y de los trajes negroS
estrellados de placas y Cruces. Algunas
mujeres lievaban trajes: altos sancionar.
dos por, el emperador, pero la mayoría
“iban descotadas. Todas ostentaban una.
“profusión de encajes, de hebillas, dep
mas y diamantes que contrastaba singU
larmente con las diatribas de Napoleón
sobre la economía. El hecho es que el ed
peradorexigía quelasmujeres fueran muy
ricamente vestidas para aparecer en 1
corte. Las modas en esta época prese
taban un campo favorable á la eleganció:
-Los trajes sencillos y clásicos habían des”
y POROS! con la República. Para agro
- dar al joven conquistador d ipto”
habían adoptado los trajes orientales:
Los salones que habían reflejado por ! un
instante la austeridad de la vieja Roma»
86 habían transformado. en harems.
- Seguro de no encontrar amigos A
metí en un rincón. ¡Cuál no sería mi:
presa al sentirme de pronto cogido Pp ;
- manga de mi traje! Me volví y me enc
: Ce frente á frente del tío died