ARTURO CONAN-DOYLE : 24
del tigre, según solía decir Sherlock Hol-
mes de sí mismo.
—Prosiga usted—le dijo á Betry domi-
_nándose—; esté usted segura de que nada
diré. No quiero que sus confidencias la
E dejen sin colocación.
—Ya estoy sin ella: la señora me ha
dicho que de ninguna manera quería se-
guir en Londres. Después del entierro de
su marido, que se verificará pasado ma-
—ñana, quiere marcharse inmediatamente de
Londres, hacia el Sur. Dice que se volve-
ría loca en esta ciudad, donde le han ma-.
tado lo que más quería,
——¡Ah! ¿Quiere emprender un viaje?—
preguntó Sherlock Holmes indiferente en
'apariencia—. Nadie podrá censurarla. Es-
pantosos recuerdos tendrá Londres para
ella, y pensará reponerse de sus emocio-
- nes residiendo algún tiempo en el Medio-
día. Pero como no puede pasar sin criados,
“me asombra que no la lleve á usted. .
- —También á mí me-:ha chocado, pero
la señorita me ha dicho que no la acom-
sn
pañará ninguno de sus criados actuales.
Que lo siente y me pagará el salario de
seis meses, pero )
pedirme, lo mismo que ha dicho al coche-
ro, al ayuda de “cámara, á la segunda
doncella, al portero. y á la cocinera.
—¿De modo que para la señora Strade-
lla es cosa muy importante marcharse - de
Londres ?—dijo Sherlock recia con tono
de voz triunfante.
0d importantísimo —replicó Betry. Y de
pronto dejó de llorar; sus ojos lanzaron
miradas llenas de odio—, Parece que le
interesa mucho;
cb Quiere usted decírmelo ?
—SÍ; porque quiero que sepa usted que
mi ¡ama representa una comedia cuando
ora cerca de su marido. Nunca ha que-
ido al señor Stradella. Lo há estado en-
: gara ¿Un drama. ddelterino?
-—¿Qué diría usted, señor Sherlock Hol-
'mes—prosiguió la doncella con la mayor
tapidez—, si le jurara que la noche pasa-,
da, mucho después de marcharse usted (a;
é la hora: y eran las cuatro menos cuar-
, ha entrado un hombre en la alcoba
que se ve obligada. á des-
pero ya sé yo por qué, y
de la señorita, que la ha cogido en bra-
zos, la ha besado, y han estado cuchi-
cheando ¡juntos varios minutos?
Sherlock Holmes fingía la mayor indig-
nación, para sacarle más pormenores á la
doncella. :
—¡En mi vida he oído cosa igual! Nun-
ca habría creído capaz de ello 4 esa seño-
ra. ¡La misma noche que le llevan Á su
marido asesinado, en la casa donde está.
el cadáver, se echa cn brazos de un aman-
tel Ya existirían estas relaciones desde hace
-tiempo, sin que lo supiera el pobre señor
Stradella.
—Eso es lo que me ha lic
so Betry—. Le juro á usted que nada he
notado mientras vivió el señor. Y sin em-
bargo , Áá las criadas se nos escapan po-
cas Cosas. :
—Mencs que á los «detectives» contes.
tó riéndose Sherlock Holmes. Es
—Yo nunca he visto que la señorita táa-
viéra familiaridades con ningún hombre.
_ Nunca le he sorprendido ninguna cita, ni
la he llevado una carta que pudiera. dar
lugar á scspechas, y precisamente esta no-
che, después de la muerte de su marido...
¡esc es asqueroso! Podín haber escogido
otra ocasión para entrar en relaciones con;
un hombre. :
—Tiene usted. razón, pero puede que. al
amante de la señora Stradella mo haya lle-
gado á Londres hasta la moche última. Pero.
dígame usted con más pormenores lo que
ha visto. ¿Cómo estaba usted despierta en-
tre tres y cuatra? ¿Por pet estaba dur
miendo ? io
- —Cualquiera «duerie bobiead un ei E
ver en la casa, aunque me acosté obede-
ciendo las órdenes apremiantes de la se-
ñora Stradella. No quiso que dejase de acos-
tarme, aunque lo solicité. Quería estar sola,
Junto al cadáver, para llorar y rezar, se-
gún me dijo. Entonces me retiré: á mi
- Cuarto,
—¿Dónde está e cuarto: de: usted
aquella casa? E
¿Erbas doncellas suelen Po cerca de :
la habitación de la señora. Entre. la alcoba
suya y la, mía no hay más que el cuarto de ;
baño y el tocador. Mi alcoba tiene una ven-
tana, Todas es